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¿Qué clase de miembro de la iglesia soy?

Del número de septiembre de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos amamos la iglesia, de lo contrario no seríamos miembros de la iglesia. Sin embargo, muchos de nosotros tenemos esos momentos (¿y creería usted que a veces se extienden por días y semanas?) en que nuestro amor por la iglesia parece flaquear, quizás vacilar un poco y hasta derrumbarse. Prescindiendo de las circunstancias que hayan ocasionado el que esta sensación salga a la superficie, es entonces cuando a menudo encuentro útil hacerme una simple pregunta: ¿Qué clase de miembro de la iglesia soy?

¿Soy esa clase de miembro que se sienta en sus laureles ante el progreso y las glorias y luego huye para no enfrentar los problemas que no han sido resueltos? ¿Soy esa clase de miembro lleno de entusiasmo y satisfecho — como nadie — cuando todo marcha bien, pero que de alguna manera pierde su chispa e inspiración cuando algún acontecimiento, circunstancia o personas lo molestan? ¿He estado tan ocupado humanamente en los asuntos de la iglesia que no he dedicado tiempo a apoyarla por medio de la oración y el trabajo metafísico, como debería hacerlo siempre primordial y principalmente? ¿Por qué, por ejemplo, no puedo ser como Ananías, un miembro de la iglesia más dedicado y devoto? Bueno, usted sabe, Ananías fue quien ayudó a Saulo a emprender su trabajo en la iglesia.

Ananías fue un discípulo en Damasco, un “varón piadoso según la ley”. Ver Hechos 9:10–17, 22:12; Por lo tanto, debe de haber recibido tanto el espíritu como la letra y, en consecuencia, estaba preparado cuando fue llamado a trabajar en su iglesia. Dijo simplemente: “Heme aquí, Señor”. Nada indica que haya dicho: “¿Por qué me escoges a mí que he trabajado tanto este año para la iglesia?” O, “¿qué pasa con Cornelio? ¿Por qué no lo hace él?” Dijo simplemente: “Heme aquí, Señor”.

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