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Mi madre aceptó inmediatamente la Ciencia Cristiana...

Del número de septiembre de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi madre aceptó inmediatamente la Ciencia Cristiana cuando observó la curación de una querida maestra de su niñez que había estado enferma de una seria afección cardíaca. Mi madre quedó profundamente impresionada. Había estado sufriendo de una condición pulmonar muy dolorosa y sanó rápidamente con la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana. Luego mi madre pasó el resto de su larga vida como enfermera de la Ciencia Cristiana ayudando a traer a otros salud y alegría.

He experimentado muchas curaciones durante los años que he estudiado esta Ciencia. Recuerdo especialmente dos curaciones que fueron instantáneas. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe (pág. 113): “La parte vital, el corazón y el alma de la Ciencia Cristiana, es el Amor”. Las dos practicistas que me ayudaron en estas dos curaciones estaban reflejando el Amor divino, del cual la Sra. Eddy dice (ibid., pág. 494): “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”.

Cuando en un viaje de 400 kilómetros caí tan enferma que parecía imposible continuar el viaje, telefoneé a la practicista que esperaba mi llegada. Cuando regresé al auto estaba perfectamente libre, y finalicé a salvo los sesenta y cinco kms. restantes.

Una vez en que tuve que presentar a un orador durante un banquete, estuve enferma toda la tarde. Cuando llegó el momento de salir, todavía estaba enferma. Al llamar a la practicista fui sanada inmediatamente por sus palabras de verdad científica y de afectuoso apoyo.

El hábito de volverme a Dios, la Mente divina, lo aprendí en mi niñez. Como mi madre era enfermera, me dejaban con mis abuelos que vivían en una zona que como resultado del pánico económico de 1893 había caído en una depresión económica. Una enorme industria, alrededor de la cual se habían construido cientos de hogares y una magnífica escuela, fracasó. Muchas familias quedaron empobrecidas y aisladas.

Con la visión de mi madre y su habilidad de conseguir que fuera posible, fui la primera muchacha de esta escuela y región en graduarse de una universidad. Una amiga dio gracias a mi madre por cambiar la actitud de su padre. Él no creía en que las muchachas debían recibir una educación. Otros también fueron beneficiados por la visión que la Ciencia Cristiana les había inspirado.

Uno de los grandes regalos de la Sra. Eddy por el cual he estado sumamente agradecida es el de haber proveido para establecer Organizaciones de la Ciencia Cristiana en las universidades. Me afilié por primera vez a una organización de la Ciencia Cristiana en la Universidad de Minnesota en 1911, y más tarde en la Universidad de Columbia y en la de Chicago. Además de manifestar gratitud por el poder sanador de la Ciencia Cristiana, los estudiantes que la componían constantemente intercambiaban ideas espirituales aplicables a la vida universitaria, y dependían de la Mente divina como la fuente de la inteligencia, tan necesaria en el trabajo escolar. Amistades duraderas han sido una inspiración y regocijo a través de las décadas que han pasado.

Cuando me encontré fuera de mi país durante la Segunda Guerra Mundial, fui maravillosamente protegida siguiendo la dirección de Dios. El dejar las cosas en manos de Dios ha enriquecido mis años de jubilación con actividades y bendiciones inspiradas por Dios.

Estoy agradecida por el amor y la sabiduría infalibles de la Sra. Eddy al darnos la Ciencia Cristiana.


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