Desde mi niñez estaba acostumbrado a ir a la iglesia con mis padres; pero cuando miro en retrospección veo claramente que esto no era debido a un deseo o a una necesidad de conocer a fondo la doctrina cristiana. Simplemente se había convertido en un hábito sin ningún significado más profundo, y los largos sermones me aburrían y distraían mis pensamientos. Lo que faltaba era la evidencia de algún uso práctico de la fe que se predicaba. En mi hogar la enfermedad y otras adversidades de la vida se consideraban enviadas por la Providencia, adversidades a las cuales nos teníamos que resignar.
¡Qué diferencia cuando, siendo un joven hombre de negocios en África del Norte, conocí la Ciencia Cristiana y obtuve un entendimiento espiritual de la Biblia! Este conocimiento me trajo maravillosas experiencias y curaciones, de las cuales debería haber dado testimonio hace mucho tiempo.
Aun durante los primeros años de conocer este método de curación enteramente nuevo para mí, tuve experiencias alentadoras. En una ocasión, en una carta que recibí de mi hogar me comunicaban que uno de mis parientes cercanos, que anteriormente se había sometido a dos operaciones quirúrgicas de tuberculosis, habío sido internado por tercera vez para otra operación. Los médicos habían diagnosticado tuberculosis de la rodilla. Aconsejé a mi familia ponerse de inmediato en contacto con un practicista de la Ciencia Cristiana, si podían encontrar uno en nuestro país, y pedirle tratamiento por medio de la oración. Siguieron mi consejo, y el resultado fue una curación, obtenida en muy pocos días, que fue incomprensible tanto para la familia como para los médicos.
Esta curación eliminó el temor a futuras recaídas de esta enfermedad; la curación fue permanente y mi pariente vivió casi cincuenta años más.
Poco después de esta prueba del poder de la Mente divina se siguió la completa curación de otro pariente que padecía de un desorden de la vesícula. La operación quirúrgica, que se había considerado necesaria, fue evitada con todo éxito cuando se solicitó la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana y se logró la curación completa. Esta curación fue de gran significado, no sólo para mi pariente sino también para su familia. Todo el enfoque de la vida de este familiar cambió a uno de mayor gratitud, armonía y alegría. También consideró natural afiliarse a La Iglesia Madre para dedicar su atención a la Ciencia Cristiana.
Dos años más tarde yo contraje malaria. En esa época esto era común en África. La condición se consideró incurable. ¡Aquí estaba yo ante la necesidad de mantenerme muy firme en la Ciencia Cristiana! Persuadí a un amigo que telegrafiara a un practicista en Londres para que me tratase, ya que no había ninguno donde yo me encontraba. Había aprendido que la curación por medio de la oración científica a Dios no depende de distancias geográficas ni de contacto personal. Esto fue prontamente confirmado con mi completa curación, y la enfermedad no tuvo consecuencias posteriores de ninguna clase. Esta experiencia ocurrió hace casi cincuenta años.
Algunos años después de haber regresado a un trabajo en mi país natal, un día me encontré con que tenía que pagar cierta suma de dinero en una determinada fecha. No parecía haber solución. Trabajé metafísicamente lo mejor que pude, con esta seguridad fundamental de provisión que la Sra. Eddy nos ha dado en Ciencia y Salud (pág. 494): “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”.
Sin haber encontrado aún la solución, decidí hablar con mi jefe al día siguiente para solicitarle un adelanto sobre mi sueldo, pero la mañana pasó sin tener la oportunidad de hablarle. Grande fue mi sorpresa y gratitud cuando inesperadamente él se presentó en mi oficina y me informó de que recién había asistido a una reunión de los gerentes en la cual se había decidido pagarme por mi intervención en una operación de venta de una propiedad. La suma fue exactamente la que había pensado pedir.
En mi hogar había escuchado muchas veces que mi abuelo había sido inválido debido a reumatismo. El temor a heredar esta enfermedad se había mencionado tantas veces en mi hogar que hace dieciséis años tuve mucho miedo de que yo mismo pudiera ser víctima de ese mal. Tuve que buscar ayuda en la Ciencia Cristiana por la preocupación y temor que sentía. El practicista me hizo ver de que en lugar de contemplar el origen como material y terrenal, debía regocijarme en mi origen espiritual como hijo de Dios. Mi abuelo era tan hijo de Dios como lo era yo. La creencia de que había sufrido de reumatismo no era ni siquiera un mal sueño, ya que el hombre no puede soñar porque Dios nunca sueña. No recuerdo con exactitud cuándo obtuve esta curación, pero el sueño de sufrir de reumatismo se desvaneció y nunca volvió.
Con el transcurso del tiempo he tenido muchas pruebas de lo que aun un pequeño entendimiento de la Ciencia Cristiana puede impartir. “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”, son las palabras con que la Sra. Eddy comienza su libro Ciencia y Salud (pág. vii). Esto lo puedo atestiguar con profunda gratitud, porque la Ciencia Cristiana me ha dado una base en la vida sin la cual no me gustaría estar.
Klampenborg, Dinamarca
