Desde mi niñez estaba acostumbrado a ir a la iglesia con mis padres; pero cuando miro en retrospección veo claramente que esto no era debido a un deseo o a una necesidad de conocer a fondo la doctrina cristiana. Simplemente se había convertido en un hábito sin ningún significado más profundo, y los largos sermones me aburrían y distraían mis pensamientos. Lo que faltaba era la evidencia de algún uso práctico de la fe que se predicaba. En mi hogar la enfermedad y otras adversidades de la vida se consideraban enviadas por la Providencia, adversidades a las cuales nos teníamos que resignar.
¡Qué diferencia cuando, siendo un joven hombre de negocios en África del Norte, conocí la Ciencia Cristiana y obtuve un entendimiento espiritual de la Biblia! Este conocimiento me trajo maravillosas experiencias y curaciones, de las cuales debería haber dado testimonio hace mucho tiempo.
Aun durante los primeros años de conocer este método de curación enteramente nuevo para mí, tuve experiencias alentadoras. En una ocasión, en una carta que recibí de mi hogar me comunicaban que uno de mis parientes cercanos, que anteriormente se había sometido a dos operaciones quirúrgicas de tuberculosis, habío sido internado por tercera vez para otra operación. Los médicos habían diagnosticado tuberculosis de la rodilla. Aconsejé a mi familia ponerse de inmediato en contacto con un practicista de la Ciencia Cristiana, si podían encontrar uno en nuestro país, y pedirle tratamiento por medio de la oración. Siguieron mi consejo, y el resultado fue una curación, obtenida en muy pocos días, que fue incomprensible tanto para la familia como para los médicos.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!