El mundo está buscando la verdad: la verdad en los valores y en las normas, en el gobierno y en la política, en las leyes sobre la salud, en las relaciones sociales, en la religión y en la ética. Pero la secular pregunta, ¿Qué es la verdad?, no se puede responder con un criterio humano, pues lo que la mente humana considera hoy verdadero, a menudo se comprueba que es falso mañana.
Cristo Jesús, el gran Maestro de todas las épocas, sabía qué es la verdad. Mediante sus notables obras de curación demostró un Dios que es Amor y una infalible ley espiritual que sustenta a toda la creación — una ley del bien y no del mal, de armonía, salud e inmortalidad. Y prometió la completa revelación de esta ley cuando el pensamiento humano estuviera preparado para recibirla. La promesa del Maestro se cumplió cuando Mary Baker Eddy descubrió y fundó la Ciencia del Cristo o la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Reconociendo que su descubrimiento era una revelación pura, profetizó así respecto de sus efectos: “Este movimiento de pensamiento tiene que dar impulso a todas las eras: tiene que encauzar correctamente el razonamiento, educar los afectos hacia recursos más elevados, e impedir que el cristianismo sea influido por las supersticiones de una época ya pasada”.Miscellaneous Writings, pág. 235;
La Ciencia Cristiana proclama a Dios como poder infinito, la fuente y la sustancia de todo lo que existe. La Ciencia pura es absoluta y final. No es una incierta búsqueda humana de la verdad, sino la verdad misma: el conocimiento que Dios tiene de Su propia infinitud abarcando el universo, Su idea espiritual, en la omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia del Espíritu, aquí y ahora. Bajo la lente de la Ciencia, la materia desaparece, pues ¿dónde y cómo puede existir la materia en donde el Espíritu, Dios y Su idea, es Uno y Único? La misma palabra “universo”, cuyo prefijo se deriva de la raíz latina que significa “uno”, indica que la Mente incluye completamente todos los aspectos de su idea o concepto infinito de sí misma. “¿A dónde me iré de tu Espíritu?”, cantó el Salmista. “Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”. Salmo 139:7, 9, 10;
En la diestra de Dios, la creencia humana de tiempo — con sus temores y fracasos, limitaciones y presiones, tentaciones y pecados — queda despojada de su supuesta soberanía. La Ciencia Cristiana anula la maldición y la condenación. Despierta a los mortales a la regeneración mediante la espiritualización de su pensamiento y de su vida. En este nuevo nacimiento desaparece el error crónico o agudo. Todos podemos probar por nosotros mismos que la diestra de Dios elimina el pasado, libera el presente y establece la continuidad del bien. Las cadenas del nacimiento y la muerte desaparecen y el progreso espiritual ilumina el futuro.
De igual manera, en la diestra de Dios, el sentido humano del espacio viene a ser sólo el esfuerzo de la mente humana para concebir la infinitud. ¡Pensemos en el universo físico como así se lo llama: en sus recursos inexplotados, sus dominios inexplorados y sus galaxias de estrellas que continúan y continúan en regiones que la mente humana ni siquiera puede concebir! La Ciencia Cristiana pone a la vista la fuente y los recursos espirituales inagotables del ser. Cambia el concepto humano de vastas zonas de espacio colmadas de objetos materiales por la inmensidad de la Mente rebosante de ideas espirituales. En esta revelación no existen separación, división, distancia o desastre, sino sólo la certeza de la inmortalidad, de la vida que nunca termina. En Isaías leemos: “He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida”. Isa. 49:16;
En la Ciencia Cristiana descubrimos que vivimos en el mundo de la Mente, el universo del Espíritu, que manifiesta la belleza del Alma, la energía de la Vida y la beatitud del Amor. En el universo de Dios nada está cansado, gastado, desalentado o enfermo. Ahí el Amor siempre está diciendo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. Apoc. 21:5;
La verdad es que no somos mortales que contemplan un mundo material. Todo es Mente — no una mente finita que gobierna cosas externas, sino la Mente divina que conoce en sí misma, como Mente, toda forma y color, toda calidad y cantidad, volición y acción. Aquí la Mente es suprema. La revelación de que la Mente, el Principio infinito, el Amor, forma, constituye, gobierna y dirige todo dentro de sí misma en armonía ininterrumpida, es Ciencia. Esta revelación reduce a la nada la materia y sus limitaciones. El dominio que el hombre refleja no es el dominio de una voluntad humana sobre otra, sino la Mente misma, que abarca y gobierna todas sus ideas en rítmica armonía. Juan lo percibió y lo llamó “un cielo nuevo y una tierra nueva”. v. 1; Es realmente el mismo cielo y la misma tierra (no hay más que un solo cielo, una sola tierra), vistos desde el punto de vista de Dios y no de los mortales.
El pensamiento verdadero procede de la Mente divina, donde no hay elementos conflictivos, fuerzas egoístas y destructivas u odio hirviente. Mediante la espiritualización de nuestro pensamiento, la Ciencia Cristiana nos permite sentir la mano de Dios en medio de los embates más virulentos del mal. Mediante el dominio espiritual, el Maestro calmó la tormenta, desvaneció el odio, puso fin a la turbulencia y probó la supremacía del reino del Amor. La espiritualización debe comenzar en nuestro pensamiento individual. No podemos abrigar la esperanza de ver el reino de la justicia en los gobiernos, en los asuntos internacionales, en nuestras iglesias o en nuestros hogares si individualmente no dejamos que el Amor divino nos gobierne y destruya toda sensualidad y pecado.
El reino de Dios no abarca sólo las vastas regiones del espacio ultraterrestre. Llega a los puntos más profundos de nuestros corazones. Ese entendimiento anula la creencia de que nos hemos pasado del límite de la salud, la fortaleza, la capacidad o la resistencia físicas o mentales y que tenemos que pagar las consecuencias. El hombre es espiritual. Refleja la Vida y el Amor infinitos, expresados en armonía, alegría, seguridad y recompensa merecida. Vive la evidencia misma de la ilimitada riqueza de amor del Amor.
La identidad y la individualidad están en la diestra de Dios. Existen en la Mente. La identidad nunca puede perderse ni la individualidad extinguirse. En la Ciencia, Dios es el Ego y por siempre se expresa. El hombre, la idea de Dios, es Su expresión o reflejo. La idea no dice por sí misma: “Soy una idea individual y consciente de la Mente”, sino que es la Mente, el único Ego, quien declara: “Yo soy la individualidad infinita y me expreso en innumerables formas o ideas espirituales, que no tienen ni comienzo ni fin”.
A medida que esta verdad se nos hace más y más real, salen a luz en nuestra vida posibilidades y capacidades ilimitadas. Ningún bien está fuera del alcance o de la jurisdicción de quien comprende su individualidad espiritual en términos de la unidad de Dios y Su idea.
El crecimiento espiritual, la humildad, la constancia y el amor nos permiten demostrar, en forma progresiva, la seguridad y la salud del hombre de Dios. En el único Ego nada se pierde o desprende de su fundamento. La idea no pasa de un estado de incompleción a otro, y de un estado de consciencia a otro más espiritual. La idea está por siempre segura en Dios en el punto mismo de perfección y compleción conscientes.
La individualidad nunca está privada de identidad, ni la identidad carece de individualidad, y ninguna de las dos existen sino en la Mente y provienen de la Mente. Ésta es la Vida eterna. Ésta es la Ciencia. Sobre la base de esta verdad la Ciencia nos permite desafiar toda mentira de que hay separación, pérdida o algo incompleto. En la mano de Dios nada está separado, asolado por el tiempo o hundido en el olvido; nada está sumergido en la mortalidad, encadenado por el temor o condenado a decaer. El hombre de Dios es libre.
Del concepto erróneo que el mundo tiene de la individualidad se derivan la contienda, las guerras, la delincuencia, la culpa, la incompleción, la falta de esperanza y la desesperación. La Ciencia del Cristianismo tiene la respuesta.
La Sra. Eddy dice así de la Ciencia Cristiana: “No es una búsqueda de sabiduría, es sabiduría: es la diestra de Dios que tiene asido al universo — todo tiempo, espacio, inmortalidad, pensamiento, extensión, causa y efecto; que constituye y gobierna toda identidad, individualidad, ley y poder”.Mis., pág. 364;
Ahora bien, la Ciencia exige pruebas. Debe ser practicada en nuestra vida cotidiana. Y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, nos muestra cómo hacerlo. Contiene la exposición completa de esta Ciencia, establece la exigencia inequívoca de que espiritualicemos nuestro pensamiento y nuestra vida, y nos da reglas precisas para guiarnos. Esta espiritualización del pensamiento no es el producto de una mente humana mejorada. Es el Cristo que brilla a través de la niebla del materialismo. Pablo dijo: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. 2 Cor. 4:6;
La cuestión es ésta: ¿Estamos sólo leyendo este libro de texto o estamos haciendo lo que dice? No hacemos una torta con la sola lectura de la receta, ni llegamos a destino sólo leyendo las señales del camino. Debemos hacer lo que nos dicen. Reconocemos con gratitud que el Cristo ha aparecido hoy en la forma de la Ciencia Cristiana y que la Sra. Eddy es quien, para la percepción humana, fue escogida por Dios para dar esta Ciencia a la humanidad.
Las reglas de la Ciencia Cristiana pertenecen al pensamiento. A veces, en un momento de desaliento, es posible que uno diga: “He orado con respecto a este problema; he trabajado para comprender la verdad; hago la lección la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana; todos los días. Pero parece como si Dios se hubiera olvidado de mí”. Esta tiniebla mental es falsa teología. Por el contrario, debiéramos apartarnos de la materia y preguntarnos: “¿Estoy vigilando mi pensamiento y obedeciendo las reglas?” La omnipotencia de Dios mantiene la perfección del ser en armonía inalterada. Una profunda convicción interior de esta verdad penetra la niebla de la materia y sus llamadas leyes, y la obediencia a las reglas de la Ciencia, las cuales se encuentran en la Biblia y se explican página tras página en Ciencia y Salud, trae la curación.
Veamos algunas de estas reglas. La Biblia nos dice que no debemos cometer adulterio, ¿pero no estamos acaso cometiendo adulterio cuando recurrimos a la conveniencia en lugar del Principio para solucionar un problema, o a los medios y arbitrios humanos en lugar de la demostración de la ley de Dios? ¿No estamos acaso robando cuando nos juzgamos a nosotros mismos o juzgamos a los demás desde el punto de vista del sentido material? ¿No estamos matando cuando buscamos en la muerte la solución de cualquier problema, cuando creemos que la vida está en la materia, el alma en el cuerpo y el Principio en su idea?
Nada que sea menos que una completa obediencia al Principio divino en todos nuestros pensamientos se puede llamar honestidad. Sin embargo, cuántas veces nos mantenemos con heroica firmeza en la Verdad cuando se trata de algo importante y luego dejamos que un pensamiento sensual o un motivo impuro socaven la solución. “Aunque nuestras primeras lecciones se cambian, se modifican, se amplían”, escribe la Sra. Eddy, “su meollo se renueva constantemente; como la ley del acorde permanece sin cambio, trátese de un simple ejercicio de Latour o de la vasta Trilogía de Wagner”.Retrospección e Introspección, pág. 82.
Y es así que nuestra búsqueda e investigación en el campo del entendimiento espiritual, mediante el estudio de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy, nos deben llevar más allá de los meros comienzos y hacernos entrar en las profundidades espirituales de la Ciencia. Esto requiere la abnegación que lo sacrifica todo por el Cristo y da prioridad a Dios en todo lo que pensamos y hacemos. Hay que cargar la cruz, mantener con valentía una actitud espiritual y ganar una poderosa victoria sobre el yo.
Nuestra demostración de esta Ciencia debe llevarnos más allá de la mera solución de los pequeños problemas personales a la demostración de la inmortalidad, el triunfo sobre la muerte, la destrucción total del pecado, la purificación de la política, el amor entre hermanos y la paz entre las naciones. La Ciencia Cristiana no ha venido para hacernos mortales cómodos, sino a exigirnos la demostración actual de la inmortalidad. El punto de partida y la base de toda demostración es la verdad de la totalidad de Dios y la unidad indisoluble del hombre con Él — la demostración de ese ser verdadero esculpido en la palma misma de Su mano.
Somos ideas espirituales de Dios aquí y ahora y vivimos en la Mente infinita, no en la materia. No basta con decirlo. Debemos reflexionar sobre esta verdad, comprender la verdad espiritual, afirmarla con convicción, vivirla con humildad y tener consciencia de su potencia espiritual. Y aunque las lecciones de la existencia humana cambian, su esencia permanece idéntica: demostrar la totalidad del Espíritu y la nada de la materia. La Ciencia Cristiana nos muestra que toda la creencia de vida en la materia, en todas partes y para todos, y de que hay un mundo material de bien y mal, de contienda, guerra y condenación, no es sino la fantasía de la mente humana — una ilusión — porque aquí y ahora somos, todos nosotros, los hijos de Dios, seguros, asidos por la mano del Espíritu. Ahora todo lo que realmente acontece es Dios expresándose a Sí mismo, no importa lo que digan o clamen los sentidos materiales.
“La diestra de Dios que tiene asido al universo”. Esto es la Ciencia Cristiana. Debe vérsela, y finalmente se la verá, como la única y sola realidad en todas las modalidades y órdenes de la existencia humana: en lo nacional y lo internacional, en lo político, social y religioso, en nuestros hogares y en nuestra salud. Todas las líneas del pensamiento humano serán expurgadas y traídas al Espíritu, trasladadas a la Mente infinita, Dios.
