Como se dijo en el artículo anterior de esta serie, las acciones venales e irresponsables de los hijos de Samuel, a quienes él había nombrado jueces, condujeron a exigir que se aboliera de inmediato el cargo de juez y se reemplazara por un gobierno monárquico.
Uno de los historiadores que escribe en el Primer Libro de Samuel presenta a Jehová como estando totalmente de acuerdo con Samuel en este plan, como se ha señalado. Sin embargo, un relato alternativo, que va a ser considerado ahora, interpreta esta situación de una manera notablemente diferente. Este escritor posterior afirma que las acciones y exigencias del pueblo y de sus ancianos desobedecían los mandamientos de Dios e ignoraban Su gobierno justo, rebelándose contra Él y Su leal profeta Samuel.
Los indicios de este segundo relato, el cual está estrechamente entrelazado con el anterior por posteriores redactores, pronto empiezan a aparecer (ver 1 Samuel 8:5, 6). En lugar de aceptar el plan de los ancianos, el profeta expresa su desagrado, y cuando recurre a Dios para ser aconsejado, recibe una respuesta que no augura nada bueno. Samuel ha de considerar el pedido del pueblo, pero el mensaje divino prosigue: “No te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (versículo 7).
Según continúa el capítulo 8, Jehová le recuerda al profeta la manera en que el pueblo lo ha abandonado a Él para servir a deidades paganas. Samuel habrá de darles un rey si ellos insisten en ello, pero debe advertirles lo que esto implicará. Ya no serán hombres libres sino vasallos. Lo mejor de sus tierras y de sus cosechas serán confiscadas por decreto real. Pero aun cuando Samuel les anuncia las consecuencias inminentes del camino que ellos han elegido, se niegan a escucharlo.
En el capítulo 10, versículo 17, se dice que el profeta “convocó el pueblo delante de Jehová en Mizpa”, el mismo lugar donde ellos habían derrotado a los filesteos con la ayuda de Dios (ver 7:10, 11). Pero en esta ocasión Samuel vuelve a recordarle a Israel cómo ellos han rechazado a su Dios al exigir un rey, lo que era, virtualmente, reemplazarlo a Él. En tanto que en el primer relato del ascenso de Saúl al trono se representa tanto a Samuel como a Jehová eligiendo y aceptando a Saúl de buen grado, en esta oportunidad Saúl es elegido principalmente valiéndose de la costumbre de echar suertes (Ver 10:19–22). Sin prestar atención a los peligros presentados por la monarquía, sobre los cuales ya se les había prevenido, “el pueblo clamó con alegría, diciendo: ¡Viva el rey!” (versículo 24).
En el capítulo 12 Samuel, en un augusto discurso de despedida, transfiere su autoridad al gobernante que el pueblo había pedido. Si bien les recuerda el error que han cometido contra él y contra su Dios, Samuel noblemente conviene en orar por ellos y seguir instruyéndolos “en el camino bueno y recto” (versículo 23).
Haciendo una reseña de estos relatos diferentes, y hasta cierto punto contradictorios, que presentan el ascenso de Saúl al tronto como el primer rey hebreo, podemos considerar que estos relatos simplemente representan aspectos distintos de la misma situación histórica. Sin lugar a dudas los israelitas necesitaban un liderazgo firme para mantener su posición de un país relativamente pequeño, rodeado grandemente por tribus hostiles y paganas. No obstante, aún había de recordárseles que no debían olvidar el liderazgo proveído por su Dios y por los fieles representantes de Su poder supremo, como por ejemplo, Samuel. Al progresar políticamente no podían arriesgarse a descuidar la guía moral y espiritual en la que se había fundado su nación y que era lo único que les podía asegurar un éxito continuo.
Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen,
haced bien a los que os aborrecen,
y orad
por los que os ultrajan
y os persiguen;
para que seáis hijos
de vuestro Padre que está en los cielos.
Mateo 5:44, 45
