¿Está la humanidad en peligro? Las drogas, el alcoholismo creciente, la cruda sensualidad, la injusticia social, la pobreza y muchas otras formas de degradación humana parecen una corriente arrolladora precipitándose para hundir el pensamiento humano y destruir los valores y las vidas humanas. ¿Hay algo con lo cual se pueda elevar a la humanidad por sobre estas aguas turbulentas?
Hace casi dos mil años, hubo un hombre de Nazaret cuyo amor sanador alcanzó a muchos. En dos palabras: “Padre nuestro” (Mateo 6:9), Cristo Jesús enseñó acerca de un Dios de amor universal — un Dios que es Amor — y del hombre incluido en este amor supremo. Ésta fue su visión de la Verdad: Dios y el hombre a Su imagen, la realidad espiritual del ser.
Los que seguían a Jesús compartieron su visión de la Verdad, y la verdad que vivieron guió a los ciegos hacia la luz, a los lisiados a la salud y perfección, apoyó a los débiles y oprimidos, confortó a los acongojados y agobiados, transformó la vida de multitudes en una existencia más abundante y desinteresada, y elevó a los pecadores por encima del placer autodestructivo hacia un gozoso sentido de realización. Esta verdad inundó por completo el abismo oscuro del mal y de la desesperación con la gloria y el amor de Dios.
En nuestra época, quien habría de descubrir cómo sanar por medio de la Verdad divina, fue una mujer de New Hampshire, EE. UU. — Mary Baker Eddy. La Sra. Eddy había sufrido muchos reveses en la vida, y después de una severa caída en el hielo se encontró próxima a la muerte. En ese momento de prueba recurrió a Dios, como tan a menudo lo había hecho en el pasado. Pero ahora sintió la presencia del Espíritu y del Amor divinos de una manera para ella antes desconocida. Una nueva luz y gozo la inundó, y físicamente se encontró mejor. Se levantó y caminó hacia la habitación contigua. Ver la historia detallada por Robert Peel en su obra Mary Baker Eddy: The Years of Discovery (New York: Holt, Rinehart, and Winston, Inc., 1968), págs. 195–199; también ver Ciencia y Salud, págs. 107–108 y Retrospección e Introspección, págs. 23–28;
La Sra. Eddy sintió que debía existir una explicación lógica y no sobrenatural para su curación, y, gradualmente, percibió que el cambio acaecido en su estado físico era el resultado de la transformación operada en su estado mental. Esto sucedió en 1866 y en los años sucesivos — mucho antes del desarrollo de la medicina psicosomática.
A consecuencia de su curación, la Sra. Eddy descubrió que la materia es el estado objetivo del pensamiento mortal y que el pensamiento mismo podía ser transformado por el influjo de la comprensión divina. Nos dice: “Yo había aprendido que la Mente reconstruye el cuerpo, y que ninguna otra cosa podría hacerlo”.ibid., pág. 28; Sus pensamientos se habían elevado, se habían inspirado hasta percibir a Dios como el Amor puro e infinito, y al hombre como la idea o imagen pura del Amor, no físico, sino espiritual. Esta comprensión de la Verdad sana, según lo comprobó, y es el camino hacia la curación y la armonía. Ya para 1875, la Sra. Eddy había escrito un libro explicando su descubrimiento y su aplicación a la curación: Ciencia y Salud. No sólo la gente recuperó la salud y la armonía por medio de la Ciencia Cristiana, sino que sintió un despertar espiritual. Percibieron el Amor que es Dios, y verdaderamente descubrieron su propio reflejo de la naturaleza divina. A menudo aquellos que sanaban se dedicaban a sanar y a despertar a otros. El trabajo efectuado por la Sra. Eddy al escribir Ciencia y Salud, primeramente publicado en 1875, y al fundar la Iglesia de Cristo, Científico, junto con el trabajo sucesivo realizado por sus seguidores, ha resultado en el actual movimiento mundial de la Ciencia Cristiana.
Esta iglesia está elevando a la humanidad a la realidad de la Verdad divina, aportando la visión inspiradora de lo que es Dios y el hombre a Su imagen. La Verdad sana, física y mentalmente. Nos eleva a todos, revelándonos nuestra propia identidad como reflejo de Dios y la razón de nuestro ser. Vemos que nuestro prójimo es muy preciado a la vista de Dios y que estamos unidos en confraternidad universal. Entonces el prejuicio cede a la hermandad, la apatía al interés por el mejoramiento social, y la hostilidad a la reforma pacífica de personas e instituciones. ¿Cómo podemos comprender y aplicar estas verdades en nuestra vida diaria?
Cada uno de nosotros tiene capacidad conferida por Dios para conocerle y para sentir la presencia del Amor en su corazón. Éste es nuestro sentido espiritual. Tal vez usted haya sentido en cierto grado la presencia del Amor al observar una puesta de sol, una flor, el rostro de un ser querido, o al caminar por la playa. Trate de usar esta capacidad ahora mismo. Acuda intuitivamente al Amor divino e infinito que es Dios. Un nuevo sentido de luz, de gozo y de paz cristiana comienza a alborear en nuestro pensamiento, y el ser se inunda de belleza y bondad. En términos convencionales, estamos captando una vislumbre del reino de los cielos. Éste no es una localidad sino un estado de consciencia iluminado por el Amor. Jesús declaró: “El reino de Dios dentro de vosotros está”. Lucas 17:21 (según Versión Moderna).
Cuando vislumbramos el Amor divino, también estamos vislumbrando nuestra verdadera naturaleza como la idea o imagen del Amor. La idea del Amor revela el Amor. Esta idea constituye nuestra consciencia verdadera, nuestro ser real. La idea del Amor es la imagen, o reflejo exacto, del Amor. Por ejemplo, la ternura y el amor desinteresado reflejan el Amor. La idea del Amor refleja todas las cualidades del Amor.
Estas cualidades no sólo son agradables de poseer. Son en todo momento la fuerza y sustancia espirituales de nuestra individualidad, los elementos que constituyen nuestra identidad. Las cualidades de Dios nunca se pierden, sino que están siempre presentes en Él, la Mente divina, y la expresión de las mismas constituye nuestro ser espiritual y verdadero.
Puede que a veces nos sintamos resentidos o desprimidos. ¿Qué sucede entonces? ¿Hemos cesado de ser la imagen o idea de Dios? Éste pareciera ser el caso sólo mientras se cree en el testimonio de los sentidos físicos. El Amor divino no puede conocer ninguna separación entre sí y sus ideas. Si nos apartamos de los sentidos físicos y confiamos en el sentido espiritual, vemos que Dios, el Amor divino, no ha cesado de serlo Todo; la idea del Amor es aún la misma, como siempre lo ha sido, radiante con amor.
A medida que nos identificamos correctamente, que nos vemos como la imagen o idea del Amor, el resentimiento o la depresión desaparece. En la misma forma, el dolor, la discordancia y todo mal nos dejan. Todo lo que sea desemejante al Amor divino es eliminado. Nuestro cuerpo entonces funciona armoniosamente, y sanamos.
El cuadro físico del hombre es un marcado contraste de la realidad espiritual. Y en este nivel del pensamiento humano que evoluciona, la imagen física del hombre es ciertamente la que obtiene la mayor publicidad.
Este punto de vista materialista explica la ansiedad, desesperación y falta de propósito tan prevalecientes en la manera de pensar actual. Por otra parte, percibir el estado espiritual del hombre da acceso a la esperanza, a la luz y a la inspiración. Esta verdad del ser, que Jesús enseñó y vivió, es el Cristo sanador, el camino con que cuenta la humanidad hoy en día, según lo presenta la Ciencia Cristiana, para alcanzar la salud y la perfección.
Tengo un amigo que se vio atrapado en las corrientes mentales turbulentas de la sociedad contemporánea. No podía tolerar la situación en que veía al mundo — la violencia, la contaminación, la hipocresía. Abandonó el hogar, fumó marihuana, tomó drogas alucinatorias y habitó en viviendas comunales. Pero no pudo sentirse en paz consigo mismo.
En este punto de extrema desesperación recordó a los practicistas de la Ciencia Cristiana — hombres y mujeres que estudian la Ciencia Cristiana y dedican todo su tiempo a ayudar a otros mediante la oración.
Se dirigió a la oficina de una practicista y le contó todo su problema. La practicista lo escuchó compasivamente. Luego trató de guiarle suavemente el pensamiento hacia Dios como Amor divino, a fin de que sintiera la presencia consoladora del Amor. Al principio mi amigo se resistió y se mostró antagónico, pero la practicista continuó asegurándole de que el reino del Amor existe en absoluta armonía, y que él tenía el derecho de vivir en la consciencia de este Amor divino. En realidad, que él era la imagen de Dios.
De niño, este joven había oído estas palabras en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Ahora comenzó a ser receptivo a ellas y a ver las cosas bajo una nueva luz. Regresó a su familia y amigos. Se dio cuenta de que las drogas que había estado tomando lo habían imposibilitado para hacer frente a sus problemas y lo habían aprisionado en un infierno autoimpuesto, y ya estaba cansado de esa vida. De manera que renunció completamente a las drogas.
Emprendió el estudio de la Ciencia Cristiana y pronto comenzó a percibir un nuevo sentido de la presencia y del amor de Dios. A medida que las cosas mejoraban, sintió una razón para vivir y su vida fue elevada de la desesperación a un plano de utilidad a los demás. El Cristo sanador, la Verdad, lo había sacado de las aguas turbulentas.
El poder del Cristo, la Verdad, es revelado como una Ciencia práctica, mostrando que el hombre es la idea amada de Dios, y elevando el pensamiento humano por encima de todo otro concepto del ser. Poseemos autoridad divina ahora mismo para tomar este camino que nos conduce hacia la luz de la Verdad, hacia la presencia del Amor divino.