Durante el tiempo en que mi hijo y nuera, con los cuales vivo, estaban de vacaciones, me quedé con unos parientes muy queridos que tienden a preocuparse por mí debido a que tengo noventa y cinco años de edad.
Una mañana me desperté con náusea y no me podía poner en pie. Con gran dificultad logré telefonear a una practicista y le pedí que me diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. La llamé dos veces durante el día. Ella oró por mí y me dijo que a media tarde cuando me daba tratamiento adicional, había visto muy claramente que yo no vivía en un cuerpo material, sino que era la manifestación de la salud y fortaleza perfectas, ideas espirituales éstas que yo reflejaba como hija de Dios. Habiendo percibido esto como un hecho divino, ella comprendió que la curación se había efectuado.
Yo había estado sola en la casa durante todo el día pero sabía que mis familiares regresarían pronto del trabajo. Me sentía ansiosa por estar levantada y caminando cuando ellos volvieran. Más o menos al mismo tiempo que la practicista se sintió tan segura de mi curación, yo decidí tratar de vestirme. Al levantarme, de repente sentí un gran cambio y exclamé en alta voz: “¡Estoy curada!” Podrán imaginarse cuán agradecida estuve a Dios y a la Ciencia Cristiana por esta curación. Esa noche fui a un restaurante con mis parientes y disfruté de una agradable cena. Estaba perfectamente bien. La enfermedad no ha vuelto a reincidir.
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