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Poniendo fin a la mala práctica internacional

Del número de octubre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La atención del mundo se concentró en algo que tenía todas las probabilidades de convertirse en un grave incidente internacional. Los soldados de una fuerza de seguridad, apostados en una zona desmilitarizada para mantener la paz, fueron atacados. Dos oficiales fueron muertos durante el altercado. En general, se estimó que el incidente era un peligroso brote de hostilidades en una parte del mundo potencialmente inestable y perturbada.

Algunos percibieron un significado más profundo en este incidente. Daba una idea, con bastante claridad, de la clase de consecuencias trágicas que pueden acompañar la promoción del odio. Un hecho indiscutido, examinado a veces en los noticiarios, es la política que se sigue en algunos países de inculcar en la mente de los niños el odio hacia determinadas cosas “extranjeras”.

Se necesita poca imaginación para percibir el vínculo que hay entre una generación así indoctrinada y los actos de violencia resultantes. Sin embargo, el problema va más allá de los actos violentos que ocupan los titulares de los periódicos. El odio mismo es violencia mental. Si no se lo elimina, es sumamente perjudicial para el perpetrador y potencialmente lo es para su víctima.

Un mejor sistema de seguridad puede ayudar a prevenir un incidente internacional, pero sólo el Cristo, la Verdad, puede erradicar eficazmente las raíces del pensamiento malévolo. La Ciencia Cristiana señala que los pensamientos de odio de una persona o de un grupo hacia otros, constituyen mala práctica mental. En respuesta a una pregunta respecto a la naturaleza de la práctica mental errónea, la Sra. Eddy explica lo siguiente: “Argumentar mentalmente en una forma que afecte desastrosamente la felicidad del prójimo — perjudicarlo moral, física o espiritualmente — viola la Regla de Oro y trastorna las leyes científicas del ser”.Miscellaneous Writings, pág. 31;

La Ciencia Cristiana nos enseña a defender y preservar nuestra salud, nuestra moral y nuestra espiritualidad. La creencia en la práctica mental errónea se basa en la premisa de que existe una mente separada de Dios — y hasta una nación de mentes con el poder de expresar actitudes de animadversión. La solución para la mala práctica internacional se deriva del entendimiento de que Dios es la única Mente. Que esta Mente única, santa y perfecta, no es fuente del mal ni está sujeta a él. Que el mal, el odio, carece en verdad de causa o efecto. Aquellos que reconocen que la Mente es el único poder, pueden sobreponerse a la discordancia que el odio parece, a veces, causar físicamente.

Jesús fue atacado físicamente. La Sra. Eddy dice así: “Los móviles de sus perseguidores eran el orgullo, la envidia, la crueldad y la venganza, infligidos al Jesús corpóreo, pero dirigidos contra el Principio divino, el Amor, que reprendía su sensualidad”.Ciencia y Salud, pág. 51; Revestido de su armadura espiritual, Jesús pasó por en medio de una multitud enfurecida (ver Lucas 4:28–30) y oportunamente demostró que ningún embate del odio podía penetrar en su unidad con el Amor divino.

El ser verdadero está compuesto de ideas correctas, cuya preservación total está asegurada. La vida del hombre está intacta y su salud es imperturbable. Armados con estas verdades espirituales del ser, podemos contribuir a guardar y preservar aun la salud de una nación. Cuando las naciones están defendidas espiritualmente, no pueden ser influidas por el pensamiento ignorante e imbuido de odio.

La estatura moral de un pueblo es indispensable para su prosperidad. La pureza, la honestidad, la castidad y la templanza, todas ellas apoyan y fortalecen el progreso. La Sra. Eddy escribe: “La castidad es el cemento de la civilización y del progreso”.ibid., pág. 57; La mala práctica mental, el odio, no tiene poder para afectar la moral de un país cuando sus ciudadanos están suficientemente alerta para defenderse y defender a sus conciudadanos por medio de la oración. Todos podemos sentirnos profundamente agradecidos porque la ley moral se ha arraigado profundamente en el pensamiento humano. Estas raíces, nutridas por la oración, tienen profundidad suficiente como para que las actitudes e ideales morales sobrevivan a los esfuerzos homicidas del odio y la envidia.

Dios confiere espiritualidad a toda Su creación. El escudo de la espiritualidad es impenetrable. Cuando lo usamos, garantiza nuestra seguridad. Como el odio pretende obrar por medio de la mentalidad mortal y con miras a ésta, debemos abandonar la base de la mortalidad y, como lo hizo Cristo Jesús, identificarnos totalmente con la Mente. La Mente bendice a su idea espiritual, el hombre. Confiar en esa verdad con discernimiento y convicción es una segura defensa contra el odio que querría maldecir o matar la espiritualidad.

La Biblia habla del temor que le tenía Balac a los hijos de Israel, y de sus esfuerzos para que se les maldijera. Por intermedio de Moisés los israelitas habían tenido una vislumbre de la indivisibilidad de Dios, la Mente; la luz de la espiritualidad todavía continuaba flameando. Balaam, que había sido alentado por Balac a pronunciar la maldición, percibió que ese esfuerzo era incompatible con la voluntad de la Mente divina y preguntó: “¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo?”, y declaró: “He aquí, he recibido orden de bendecir; él dio bendición, y no podré revocarla”. Núm. 23:8, 20.

De igual manera nosotros tenemos la oportunidad y la obligación de afirmar para nuestro mundo la bendición inevitable e irrevocable de Dios. Debemos sentirnos seguros frente al odio, no por suponer que nos encontramos a muchos kilómetros de distancia de él, sino porque entendemos que toda manifestación del error es impotente ante la totalidad de la Mente.

La mala práctica internacional pretende causarnos perjuicio en lo físico, en lo moral y en lo espiritual. Pero el poder y la presencia de Dios erradican esta mentira. Todos podemos orar regularmente, en nuestros respectivos países, para entender que sólo la bendición del Amor puede atravesar fronteras nacionales, religiosas, o étnicas. Porque en todas partes lo único que está activo es la bendición del Amor.

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