Deseo expresar aquí parte de lo mucho que la Ciencia Cristiana ha hecho por mí.
Hace ya algunos años me encontré cesante, por jubilación, de mi cargo de maestra en la escuela pública y, por consiguiente, sin mi remuneración mensual. Mi hija se había casado, y mi término como Segunda Lectora de una iglesia filial había concluido.
Todo esto me hizo sentir un estado de gran vacío, desamparo y soledad. Mi pensamiento se asemejaba a la descripción que hace la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 374) de la creencia ignorante y temerosa: “Es como caminar en la oscuridad por el borde de un precipicio”.
Mi estado mental de desesperación y gran temor llegó a tal extremo, que una condición de desequilibrio se manifestó en mi cuerpo. Esto me incapacitó para moverme dentro y fuera de mi casa, y hasta perdí la voluntad de actuar y hablar; así que tuve que depender de otras personas para movilizarme o, de otra manera, quedarme inactiva en mi hogar.
En esas circunstancias mi único deseo era apoyarme en Dios, y eso me sostuvo. Haciendo un esfuerzo supremo dediqué todo mi tiempo, día y noche, a tratar de comprender la Ciencia Cristiana estudiando la Biblia, las obras de la Sra. Eddy y la literatura de la Ciencia Cristiana que estaba a mi alcance.
La lectura del Heraldo me ayudó durante esa época, ya que en esta publicación encontré pensamientos de las obras de la Sra. Eddy que aún no están traducidas al español. Los atesoré, y cada pensamiento espiritual que descubría me llenaba de gozo, y trataba de aplicarlo.
Me tomó algún tiempo salir del hondo pozo en que me hallaba, pero Dios me llevó de Su mano, y la firme oración de la practicista de la Ciencia Cristiana que consulté me ayudó a sostenerme durante esa lucha.
Y así, poco a poco, pude sentirme libre y restaurada. Ésta fue una gran experiencia que me llevó a otra de mayor significación: la instrucción en clase Primaria de la Ciencia Cristiana. Por medio de la clase vislumbré un gran amor y paz, y hasta el cielo en la tierra, y me llené de felicidad. Me regocijé al conocer el Amor divino y comprenderlo mejor, y al darme cuenta de que lo que había parecido ser un triste acontecimiento había sido sólo un sueño sin realidad. Vi que la conclusión de las actividades ya mencionadas había abierto mi camino a una nueva comprensión de las consoladoras palabras de Cristo Jesús (Juan 14:27): “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Aquello que, según mi creencia, me desolaba y angustiaba, por medio de Dios fue una oportunidad para yo, “sin saberlo, [hospedar] ángeles” (Hebreos 13:2).
Doy gracias a Dios por Cristo Jesús, por la Sra. Eddy, y por todas las personas que con honradez y amor trabajan y ayudan al bien y al progreso de la Ciencia Cristiana.
Montevideo, Uruguay
