Deseo expresar aquí parte de lo mucho que la Ciencia Cristiana ha hecho por mí.
Hace ya algunos años me encontré cesante, por jubilación, de mi cargo de maestra en la escuela pública y, por consiguiente, sin mi remuneración mensual. Mi hija se había casado, y mi término como Segunda Lectora de una iglesia filial había concluido.
Todo esto me hizo sentir un estado de gran vacío, desamparo y soledad. Mi pensamiento se asemejaba a la descripción que hace la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 374) de la creencia ignorante y temerosa: “Es como caminar en la oscuridad por el borde de un precipicio”.
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