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Constancia más bien que tendencia

Del número de noviembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Debido a que el hombre es creado a imagen de Dios, el Principio divino, es constante en el hombre la expresión de perfección. El ser verdadero es invariable. Constantemente ejemplifica el bien. Las acciones y los pensamientos del hombre jamás fluctuán — jamás van a la deriva. La consciencia individual genuina ni se mueve hacia la perfección ni se aleja de ella, sino que eternamente está en el punto de perfección.

La Ciencia Cristiana enseña cómo una comprensión de estas verdades puede bendecir profundamente y sanar totalmente propensiones o tendencias humanas inconstantes. Aquellas que son buenas son estabilizadas mientras que las otras se disuelven. Desde el punto de vista humano, la gente es impulsada hacia lo bueno o hacia lo malo, es atraída hacia lo justo o hacia lo injusto, tiende a ser influida por lo verdadero y por lo falso. Tales tendencias ilustran la inestabilidad innata de la mente mortal. La naturaleza misma de la mente mortal carece de estabilidad, porque descansa sobre la falsa creencia de que consciencia es personal, basada en un cerebro y sujeta a la herencia y a elementos ambientales.

Dios el Principio divino, es infinito, absoluto, e inmutable. Una admisión sincera y comprensiva de este hecho y de las inferencias que contiene para el hombre eleva nuestra vida por encima del caprichoso materialismo. De una manera práctica, vemos que este poder sanador resulta en la expresión del bien en nuestra vida — al comienzo tal vez sea una tendencia al bien, mas luego una corriente constante. La Biblia relata: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Sant. 1:17;

Cuando nuestra tendencia hacia el bien nace de una firme comprensión de la totalidad de Dios, estamos más cerca de un curso firme y progresivo. Pero cuando nuestras tendencias meramente descansan sobre elementos de la mente humana, no hay garantía de estabilidad y progreso permanente.

Estos puntos le pueden ser útil a un padre o madre al proteger a sus hijos del sutil desarrollo de tendencias humanas innecesarias.

Un dentista es posible que hable sobre la edad en que el niño está más propenso a la caries dental. Pero no hay ley que exija propensión a la caries. La tendencia hacia esta dolencia descansa solamente en una aceptación general en el pensamiento humano, reforzada y apoyada por la creencia. Su fuerza es insuficiente como para que sus méritos la apoyen. La ley de Dios detiene esta tendencia errónea.

Hay otras supuestas tendencias y propensiones que debiéramos desafiar más bien que someternos a ellas. Por ejemplo, la sugestión de que algunos niños tienden a estar propensos a accidentes. Que un niño tiende a ser tímido en exceso mientras que otro tiene propensiones hacia la actividad excesiva o hacia la hemorragia nasal, o es propenso a hacer berrinches o a resfriarse.

El sutil peligro radica en perpetuar tales dificultades porque se las considera inevitables como parte del desarrollo de un niño. Mas quienes recurren a la Ciencia Cristiana en busca de curación se dan cuenta de que existen verdades eficaces que, cuando son aplicadas fielmente, son preventivas. La verdad elimina lo que más tarde pudiera convertirse en algo pronunciado o grave. Los padres pueden desafiar con eficacia toda la mentira de que su hijo debe sufrir tendencias desdichadas que algunas veces son atribuidas a la juventud. Inevitablemente las verdades sanadoras que detienen tales errores comienzan con la relación básica que cada individuo tiene con Dios. Bajo Su cuidado, la alegría, salud, seguridad y bondad del hombre son constantes. No pueden disminuir y crecer, o acercarse a la perfección o alejarse de ella. El Principio y su creación son inmutables.

Se considera que ciertas propensiones son hereditarias. Si uno aceptara que el linaje del hombre es material, esto podría parecer una teoría razonable. Si el hombre se originó mental y físicamente como el producto de una función material entonces se esperaría que actuara en gran medida conforme a una línea de historia paterna o materna. Mas los hechos son completamente opuestos. El hombre es nacido de la Verdad y el Amor. Su verdadero Padre-Madre es Dios solamente. Los pensamientos y acciones del hombre están enteramente de acuerdo con su Padre único y eterno — porque su acción es una expresión de ese Padre. Las tendencias humanas deben someterse a la constancia del bien que es la verdad acerca de Dios y de Su creación y por eso un logro inevitable para cada uno de nosotros.

Los padres que oran por sus hijos deberán también reclamar para sí la total libertad de cualquier supuesta tendencia paterna o materna. (Se ha dicho en son de broma que hasta la locura se hereda —¡que los padres la heredan de sus hijos!) Quien esté expresando conscientemente al único Padre verdadero no tiene propensión a reaccionar contra un hijo o pasar por alto sus necesidades. Responde, en vez, con firmeza y amor. No está expuesto a temer por el hijo, a sentirse agobiado por pensar que es personalmente responsable, cuando se lo confía a Dios. La relación entre padre e hijo por cierto puede expresar obediencia, sensibilidad y bondad. Basándonos en la verdad de que Dios es nuestro Padre-Madre, éstas dejan de ser meramente tendencias. Vienen a ser constantes.

Cuando aceptamos, aunque sea pasiva o tácitamente, varias falsas tendencias en cuanto a los padres o los hijos, les estamos concediendo poder a estos errores. Estamos aceptando como válida, o al menos inevitable, la presencia y poder de algo menos que el Cristo, la verdadera idea de Dios. Es la mente humana misma la que está propensa a aceptar tales limitaciones. La Sra. Eddy puntualiza el error fundamental que debe ser vencido: “Nos inclinamos a creer o en más de un Gobernante Supremo o en algún poder inferior a Dios”.Ciencia y Salud, pág. 203.

Tanto padres como hijos pueden abandonar la variable base de una incierta existencia material y pueden diariamente afirmar por medio de la oración el parentesco exacto, firme e invariable del hombre con Dios. Este enfoque elimina inclinaciones falsas o limitadas y revela la permanencia del bien.

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