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La inteligencia es sustancia

[Original en alemán]

Del número de noviembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana sostiene que todo pensamiento verdadero se origina en Dios — en la Mente divina omnisciente, la cual manifiesta inmutablemente la inteligencia y el poder supremos. Esta Ciencia afirma que puesto que el hombre es creado a la imagen de Dios, como lo declara la Biblia, el hombre es totalmente espiritual y su individualidad refleja la pureza y la perfección de pensamiento que proceden de Dios. En realidad, el hombre, en su verdadero ser, es la idea de la Mente.

En su definición del término “inteligencia” en Ciencia y Salud la Sra. Eddy da este significado: “Sustancia; la Mente que existe de por sí y es eterna; aquello que nunca está inconsciente ni limitado”.Ciencia y Salud, pág. 588; Y en el capítulo titulado “Recapitulación”, en el mismo libro, escribe: “La inteligencia es omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia. Es la cualidad primaria y eterna de la Mente infinita, del Principio trino y uno, — Vida, Verdad y Amor,— llamado Dios”.ibid., pág. 469;

Es evidente, entonces, que esta cualidad básica de la única Mente, Dios, se manifiesta en todas partes y continuamente en la creación de Dios y es reflejada perpetuamente por el hombre. La Sra. Eddy escribe: “Dios expresa en el hombre la idea infinita, desarrollándose eternamente, ensanchándose y elevándose más y más desde una base ilimitada”.ibid., pág. 258;

¡Qué sublime experiencia es aquella cuando comprendemos que la inteligencia divina se expresa perpetuamente en el hombre como idea de Dios! Es un despertar a la verdad de las palabras de Cristo Jesús: “El reino de Dios dentro de vosotros está”. Lucas 17:21 (según Versión Moderna); Es un despertar a un estado consciente de la presencia de Dios, del poder y la gloria de la Mente que todo lo sabe, que abarca y constituye toda realidad.

Lo que parece ser una existencia mortal y material, es un supuesto estado de consciencia alias oscuridad mental. En esta aparente oscuridad las ideas espirituales parecen estar invertidas. Los pensamientos parecen existir separados de la Mente divina, la única consciencia verdadera, y manifestarse como materia. Y el hombre, quien en la realidad es la expresión compuesta de Dios, es considerado una personalidad material gobernada por el sentido físico.

En la proporción en que aceptamos esta falsa perspectiva de las cosas, la falta de armonía, la enfermedad y la discordancia pueden oscurecer nuestra experiencia. Este estado de consciencia, sin embargo, es un sueño temporal de vida en la materia, del cual la Ciencia Cristiana nos despierta. La luz de la Verdad, el reconocimiento de la realidad espiritual, disipa la oscuridad del sentido material y purifica el pensamiento de tal manera que las ideas verdaderas y armoniosas se comprenden por lo que son realmente: hermosas, ilimitadas, inadulteradas y eternas.

Debido a que la inteligencia es omnisciencia ella excluye la posibilidad de ignorancia. Debido a que la inteligencia es omnipresencia, ella llena todo el espacio con la evidencia de la Vida, la Verdad y el Amor — la trinidad divina que Jesús demostró al sanar al enfermo y al pecador. Debido a que la inteligencia es omnipotente, la inteligencia proclama el dominio que Dios le ha dado al hombre sobre toda la tierra; su inclusión de todas las ideas correctas.

Por lo tanto, la inteligencia no es la habilidad de una persona — que la posee en mayor o menor grado — que la humanidad trata de medir. La inteligencia es más que entendimiento humano. Es la sustancia misma del conocimiento divino, que establece nuestro ser. Es la luz eterna del autoconocimiento divino — la luz que revela al hombre real y al universo real como el reflejo eterno de Dios.

Jesús dijo: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Juan 17:3. Entender esto es conocer la verdad, el aquí y el ahora de nuestro ser. Significa reconocer gozosamente al Yo soy, que es Dios, y a Su reflejo; reconocer a la Mente y su idea, la causa eterna y su efecto. Y exige demostrar cada vez más la Vida divina que aceptamos. El Cristo, la Verdad, nos capacita para reconocernos como el hombre que realmente somos: el reflejo del Espíritu, la expresión de la armonía, belleza, pureza, perfección, y de la inteligencia infinita.

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