Finalmente llegó el día en que Cornelia debía dar el examen de manejar. Anhelaba tomarlo y había aprendido mucho simplemente mirando a su madre manejar. ¿Pero por qué había tantas reglas? Por cierto que parecía bien sencillo.
Sin embargo, a medida que se acercaba el día del examen, Cornelia tenía esa sensación de vacío que conocía desde el colegio. Era solamente temor, pero este temor a menudo había hecho parecer a sus maestros más como adversarios que como amigos en los días de examen.
Cornelia había aprendido el primer mandamiento en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éx. 20:3; Había comenzado a comprender que el temor era uno de esos dioses ante los cuales no debemos someternos.
Cornelia también sabía que sólo la ferviente oración a Dios podía liberarla del temor. Pero a veces le parecía que no sabía cómo orar o si Dios la escucharía. Durante mucho tiempo había pensado que era suficiente orar diciendo: “Querido Dios, haz esto por mí”. Luego a veces se desengañaba cuando las cosas no salían como ella quería. Así sucedió esta vez — Cornelia no pasó el examen. Fracasó.
¿Por qué había fracasado? Cornelia estaba aprendiendo a ver, mediante muchas experiencias, que la oración científica era algo completamente diferente de simplemente pedirle a Dios las cosas que quería. Tenía que aprender a honrar a Dios en todo. Tenía que abandonar los falsos dioses del temor y la obstinación.
Se preguntó si alguna vez había meditado por qué esta prueba era necesaria y qué posible relación podía tener con la ley de Dios. Cornelia sabía que podía encontrar en la Ciencia Cristiana una solución a todo problema y que podía pedir ayuda por medio de la oración si no lo lograba por sí misma. De manera que, cuando tuvo que volver a dar el examen, pidió ayuda a otra Científica Cristiana.
Se le indicó un pasaje en Ciencia y Salud donde la Sra. Eddy dice: “Las pruebas son señales del cuidado de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 66; Comenzó a ver que las pruebas nos hacen comprender que Dios cuida del hombre. Le resultó claro a Cornelia que el pedazo de papel llamado licencia de conductor no era por sí mismo ninguna garantía de seguridad. Se le recordó que siempre podía expresar cualidades tales como inteligencia, obediencia, paciencia, que derivan del Principio divino, el Amor. Con alivio reconoció que a medida que expresara tales cualidades, estarían exentos de peligro tanto ella como los demás. Y se dio cuenta de que el manejar podía, en verdad, convertirse en evidencia de la única Mente gobernándolo todo en perfecto orden.
Al recapacitar sobre todas estas cosas, Cornelia adquirió nueva confianza. Ahora comprendía que, como dice la Sra. Eddy: “Dios crea y gobierna el universo, incluso el hombre”.ibid., pág. 295. Le fue fácil recurrir completamente a Dios, teniendo confianza en Su ayuda siempre presente.
Alegremente salió para dar el examen por segunda vez, y esa mañana de sol radiante, Cornelia pensó que, por cierto, el examinador también era hijo de Dios, bajo la misma ley divina, expresando las mismas cualidades del Cristo, la verdadera idea de Dios. Cornelia condujo correctamente, se sentía tranquila, y no tuvo problema en concentrarse. Después llamó por teléfono a su familia para decirles que tenía su licencia de conductor — un certificado que ahora significaba mucho más que un simple pedazo de papel.
