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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Serie de artículos que indica cómo se ha revelado progresivamente el Cristo, la Verdad, en las Escrituras.]

Saúl: el rey rebelde

Del número de noviembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Después de ascender al trono de Israel, Saúl reclutó a tres mil hombres y con ellos formó el núcleo de un ejército para la inminente lucha contra los filisteos. En realidad, fue su hijo Jonatán quien precipitó la refriega al atacar una guarnición filistea y, para apoyarlo, Saúl levantó en armas a sus súbditos, dando por sentado que iban a responder lealmente. El resultado fue desalentador. Muchos, aterrorizados por la enorme superioridad de las fuerzas enemigas, huyeron hacia el este, a Galaad; otros se escondieron en cuevas y cisternas vacías. Los que siguieron a Saúl iban “tras él temblando” (ver 1 Samuel 13:1–7).

Para evaluar los acontecimientos que siguieron conviene recordar que cuando Samuel ungió a Saúl como rey, insistió en que Saúl juntara sus tropas en Gilgal y esperara la llegada del profeta, que ofrecería sacrificios a Dios. “Espera siete días hasta que yo venga a ti y te enseñe lo que has de hacer” (1 Samuel 10:8).

Saúl acampó en Gilgal según las instrucciones que había recibido pero, a medida que pasaban los días, la oposición de los filisteos aparecía cada vez más amenazadora. Sus hombres lo estaban abandonando, y Samuel no venía; así que Saúl tomó la situación en sus manos y ofreció sacrificios por su cuenta, aparentemente el séptimo día. En ese momento llegó Samuel y denunció su acción. A pesar de que Saúl obedeció la letra de la ley, no prestó atención al espíritu de las instrucciones que había recibido. Por seguir su propio plan obstinado e insistir en él, Saúl perdió su derecho al reino (ver 1 Samuel 13:8–13).

Si bien es cierto que se le permitió retenerlo hasta su muerte, no sería heredado por su hijo. A decir verdad, Samuel le hizo saber a Saúl que Dios ya había elegido su sucesor. “Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón” (versículo 14) — o, como también puede traducirse, “un hombre de su mismo parecer”— en contraste con Saúl quien estaba predispuesto a actuar siguiendo su criterio personal.

Así rechazado y dejado a sus propios recursos, Saúl no tardó en hallar que sólo seiscientos hombres le seguían, y si bien unió sus tropas al contingente de Jonatán, encontró que solamente él y su hijo tenían las armas adecuadas (ver versículos 19–22). Sin embargo, un ataque individual, valiente y maravillosamente exitoso a una guarnición de los filisteos, de parte de Jonatán y su paje de armas, no sólo mató a veinte de sus enemigos sino que propagó el pánico entre las huestes filisteas (ver 1 Samuel 14:1, 6–16).

Por fin los israelitas habían tomado la delantera. Su triunfo, sin embargo, fue limitado por un juramento imprudente en el que Saúl les impuso que no deberían comer nada en todo el día y, si lo hacían, el castigo sería la muerte. Se debilitaron tanto a causa del hambre que no pudieron aprovechar su posición ventajosa y muchos de sus enemigos escaparon. Aun Jonatán, que había estado ausente cuando se hizo el juramento, inadvertidamente lo violó al comer miel silvestre, y su padre lo hubiera matado de no haber sido porque los soldados de Saúl intervinieron a su favor insistiendo en que Jonatán había “actuado hoy con Dios” (versículo 45).

Una prueba adicional de la rebeldía y desobediencia de Saúl fue su decisión de no destruir totalmente a los amalecitas y al ganado de ellos en obediencia a lo que se consideraba ser un decreto divino (ver 1 Samuel 15). La excusa que ofreció Saúl fue que había conservado los mejores animales para ofrecerlos a Jehová, pero Samuel le recordó que “el obedecer es mejor que los sacrificios” (versículo 22), y que la humildad que había tenido en su juventud no debió haber sido suplantada por el orgullo.

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