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Hace algunos años me di cuenta que tenía una mancha en la espalda.

Del número de noviembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años me di cuenta que tenía una mancha en la espalda. Se agrandó considerablemente y sabía que debía ser sanada. El temor de lo que pudiera ser el problema y el hecho de que estaba oculta a la vista, indispusieron mi ánimo para orar fielmente. Sabía que en la Ciencia Cristiana esta aversión a orar se conoce como una fase del magnetismo animal, el nombre que se da al error — la engañosa sugestión de un poder aparte de Dios.

Empecé a estudiar con ahínco la Biblia y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, para aprender y aplicar la verdad acerca de mi relación con Dios como Su reflejo y manifestación perfectos. Sentía un progreso en mi manera de pensar — un creciente entendimiento de la nada de esta condición; pero la evidencia física permanecía.

Una tarde me di cuenta que tenía que enfrentar firmemente la pretensión que esa condición representaba. Recuerdo que me dije a mí mismo que en la Ciencia Cristiana hay una respuesta sanadora para cada pretensión mortal de que puede haber un poder que se opone a la ley de Dios, porque esta Ciencia del Cristo es la ley de Dios.

Con gran aliento enfrenté la pretensión, la llamé por su nombre y la vi como un argumento de debilidad, decaimiento, destrucción, muerte. No me quedé contemplando este cuadro. En cambio, con calma recurrí a Dios pidiéndole que me diera una respuesta. Inmediatamente, con suavidad y gran seguridad me vino al pensamiento esta declaración de Ciencia y Salud (pág. 507): “La creación está siempre manifestándose y tiene que seguir manifestándose perpetuamente, debido a la naturaleza de su fuente inagotable”. No me había dado cuenta que sabía de memoria esta declaración, aunque la había leído muchas veces. Pero ahí estaba la respuesta, la derrota de la pretensión de que el error tiene dominio — Dios, el bien, Todo-en-todo, revelando constantemente Su naturaleza divina sanadora.

Estudié cada parte de esta declaración y vi que anulaba completamente cada uno de los argumentos que había enfrentado. Era muy clara la imposibilidad de que dos acciones tan opuestas como el error y la verdad, pudieran actuar al mismo tiempo y en el mismo lugar, especialmente cuando una de ellas era una proclama tan resonante de la presencia de Dios.

La dificultad se agravó unos días después, pero yo sabía que mi tratamiento estaba dando sus resultados porque había estudiado lo que la Sra. Eddy dice sobre catálisis (Ciencia y Salud, pág. 401): “Lo que yo denomino catálisis es la efervescencia que se produce cuando la Verdad inmortal está destruyendo la creencia mortal errónea”. Persistí con mi oración sobre esta base, sin ninguna ansiedad.

En dos semanas, toda evidencia de esta pretensión desapareció mientras me estaba bañando. La piel donde había estado la mancha durante más de dos años quedó sin marcas, nueva y limpia. La curación se realizó en junio de 1975 y fue total.

Expreso con toda humildad mi profunda gratitud a Dios por el Mostrador del camino, Cristo Jesús, que vivió la vida que reveló, sin lugar a dudas, la verdad que libera; y por la Sra. Eddy, la Descubridora, Fundadora y Guía de la Ciencia Cristiana, cuya obediencia y desinteresada devoción a la dirección de Dios la capacitaron para escribir en un libro esta verdad para beneficio de toda la humanidad.


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