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Vigilando nuestras conversaciones

Del número de noviembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La tentación de hablar acerca de las imperfecciones de nuestro prójimo nos es común a todos. Aunque sabemos los males que acarrean las habladurías y calumnias, no siempre resistimos la tentación de entregarnos a ellas. Debemos vigilar cuidadosamente las palabras con que expresamos nuestro pensamiento cuando afectan las relaciones entre personas. Cristo Jesús advirtió a sus seguidores contra el mal de hablar demasiado. ¿Acaso no estamos todos familiarizados con sus palabras: “Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede”? Mateo 5:37;

¿Por qué es que tan a menudo abogamos en favor del error, cuando las Escrituras nos advierten: “De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”? 12:36;

La Ciencia Cristiana presenta a la humanidad un método infalible de protección contra el mal de hablar irreflexivamente o de vicio. Este método se basa en una comprensión de Dios y del hombre como el Principio divino e idea perfectos. La totalidad de Dios, el bien, establece la nada de todo lo que es desemejante a Dios, desemejante al bien. La forma de protegernos contra la tentación de juzgar o condenar a nuestro prójimo es, por consiguiente, el resultado inevitable de comprender espiritualmente la perfección del hombre como la semejanza de Dios y de darnos cuenta de la naturaleza impersonal del mal, de todo lo que pretende oponerse o contradecir el hecho espiritual de la totalidad y bondad de Dios.

Hablando específicamente del pecado, la Sra. Eddy nos asegura en su obra Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos): “Vuestros medios de protección y defensa contra el pecado son constante vigilancia y oración para que no entréis en tentación y seáis librado de toda pretensión del mal, hasta que sepáis y demostréis inteligentemente que, en la Ciencia, el mal no tiene prestigio, poder, ni existencia, puesto que Dios, el bien, es Todo-en-todo”.Mis., pág. 115;

Y en otro de sus escritos declara categóricamente: “A las personas que tienen trabajo mental que hacer no les sobra tiempo para murmurar acerca de falsas leyes o falsos testimonios”.Ciencia y Salud, pág. 238; ¿Acaso todos no tenemos por delante trabajo mental que hacer? ¿No deberíamos estar tan sumamente ocupados en las cosas de Dios para no ocuparnos de murmurar acerca de falsos testimonios? ¿Acaso cada hora no exige el uso total de nuestras energías espirituales en interés de la afligida humanidad? Si a pesar de esto no contenemos nuestra lengua, deberíamos tener escrúpulos respecto a nuestra actitud irreflexiva.

Cuán ciertas son estas palabras de las Escrituras: “El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias”. Prov. 21:23; No es tarea difícil, por cierto, el evitar verse complicado en los males de las habladurías y críticas injustas. Podemos ciertamente guardar nuestra alma “de angustias”. Ojalá que siempre nos hallemos entre los niños y los que maman — los inocentes y puros de corazón — de cuya boca Dios ha perfeccionado la alabanza (ver Mateo 21:16). Feliz es, ciertamente, la persona que puede orar al igual que el Salmista: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío”. Salmo 19:14;

También debemos vigilar la inadvertida intromisión en nuestro pensamiento de sugestiones erróneas que oímos en nuestras conversaciones con los demás. Si, por ejemplo, se nos presentara una creencia errónea en forma tan persuasiva que creyéramos que el error o la discordancia podría manifestarse en nuestra propia experiencia, es evidente que necesitamos hacer trabajo mental. Tanto la creencia falsa como el temor a ella deben ser vencidos para sacar a luz nuestra naturaleza espiritual otorgada por Dios y, en consecuencia, demostrar nuestra inmunidad al error.

Es deber de todo Científico Cristiano estar alerta para negar las sugestiones del error, cualquiera que sea su naturaleza. Si durante una conversación oímos que alguien está padeciendo de una enfermedad, podemos, mientras continúa la conversación, negar la sugestión de que la enfermedad es verídica y que puede manifestarse en el hombre, la imagen y semejanza de Dios. Podemos clasificar la enfermedad como una creencia falsa e instantáneamente declarar que la idea de Dios está exenta de todo lo que no es auténtico. Reemplazando la sugestión errónea por la comprensión de que el hombre, como reflejo, posee la integridad perfecta, o salud, puesto que la salud es una condición del la Mente, podemos demostrar la inmunidad del hombre a la enfermedad y al sufrimiento.

En el Manual de La Iglesia Madre bajo la sección que se titula “Alerta al deber” la Sra. Eddy da la siguiente instrucción: “Es obligación de cada miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva y de no incurrir en el olvido o descuido de su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad”.Man., Art. VIII, Sec. 6;

Dios es el bien, y Dios es Todo; por consiguiente, el hombre, el reflejo perfecto de Dios, sólo puede experimentar el bien. Aferrándonos firmemente a esta verdad absoluta, podemos probar que estamos exentos del error. Esto lo pude comprobar en mi experiencia. En determinada ocasión, fui designado por mi compañía a viajar al extranjero en razón de una misión importante que debía realizarse en el transcurso de tres semanas. Con anticipación se habían planeado cuidadosamente las actividades que a diario se iban a desarrollar. Una mañana desperté con síntomas agudos de un estado gripal. En la zona donde me encontraba trabajando mucha gente sufría de este mal. Me había enterado acerca de ello por medio de conversaciones que mantuve con otras personas y por los noticiarios de la radio y televisión. Por momentos, tuve la impresión de que me había convertido en la víctima indefensa de esta creencia general. Al mismo tiempo estaba muy preocupado por el resultado de mi misión ya que por todas las apariencias no podría asistir a la reunión previamente planeada para ese día.

Decidí entonces estudiar la Lección-Sermón semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y mi pensamiento se detuvo en este versículo de Levítico: “No andarás chismeando entre tu pueblo”. Lev. 19:16. Repentinamente me di cuenta de que yo me había permitido ser un portador de murmuraciones de la mente mortal, es decir, de sugestiones agresivas de gripe. Me hice la pregunta siguiente: ¿Puede la idea de Dios, el hombre, convertirse en una vía o medio para los errores de la mente mortal? La respuesta fue un enfático No. Se me hizo claro que la creencia de gripe no se originaba en la Mente divina, de ahí que no podía pretender ni existencia ni realidad, y tampoco podía actuar como una ley en mi experiencia. En consecuencia, podía rechazarla como irreal, como no formando parte de mi vida por ser yo reflejo de Dios.

Lleno de agradecimiento y gozo reclamé mi libertad espiritual como hijo de Dios, dándome cuenta de que ninguna mente mortal tenía poder para delinear síntomas de enfermedad acerca de la imagen y semejanza de Dios, la identidad verdadera del hombre. Este reconocimiento humilde de la identidad espiritual perfecta del hombre establecida por Dios, como también la firme negación del error, eliminó la creencia de gripe. Me sentí bien inmediatamente y me fue posible cumplir con el deber que se me había asignado en el tiempo requerido.

Debemos vigilar nuestras conversaciones, rehusar utilizar nuestra lengua para dar expresión al error, y demostrar nuestra inmunidad a las sugestiones agresivas de la mente carnal. Siempre podemos recurrir a la oración de comprensión espiritual — afirmar la verdad del hombre verdadero y espiritual como el hijo de Dios y darnos cuenta de la presencia del Amor divino para salvar y sanar.

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