¿Debo dedicarme por entero a la práctica pública de la Ciencia Cristiana? Esta pregunta me la hice repetidas veces hace años.
Era yo entonces miembro activo de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Entonces, después de haber tomado instrucción en clase Primaria de la Ciencia Cristiana, muchas personas me solicitaban ayuda por medio de la oración, y sanaban. Estas evidencias del poder sanador de la Verdad divina me llevaron a considerar seriamente la pregunta mencionada. Pero siempre postergaba la decisión para un futuro no tan cercano.
Por aquella época yo era una activa ejecutiva, desempeñando diferentes actividades comerciales con éxito, y era el sostén de mi familia. Pero algo faltaba; no me hallaba completamente satisfecha, no me encontraba realizada. Dentro de mí había un anhelo que estaba más allá de las consideraciones materiales. Deseaba dedicar mi vida a cosas espirituales. Sugestiones negativas resistían este deseo: falta de tiempo, posible disminución de recursos, alejamiento de mi familia, temor, incapacidad, y aun el sutil argumento de dejar actividades sociales — un cambio que pensaba convertiría mi existencia en una sucesión de días tristes y monótonos.
En ese entonces comencé a sufrir dolores en los hombros. Paulatinamente fueron agudizándose hasta casi inmovilizar mis brazos. Ni siquiera podía dormir de noche. Una practicista de la Ciencia Cristiana oró por mí con gran dedicación, pero la condición empeoró.
Esta situación me llevó a pensar muy profundamente; a examinar mi manera de pensar. Sabía con absoluta seguridad, obtenida de experiencias anteriores, que el trabajo metafísico en la Ciencia Cristiana siempre es positivo y completo. La oración científica cura. ¿Por qué entonces no se manifestaba la curación?
Con el estudio de la Ciencia Cristiana había aprendido que la salud es una cualidad que proviene de Dios, el Espíritu, la cual el hombre manifiesta en forma ininterrumpida; que la salud nos pertenece naturalmente y que no se puede perder o deteriorar jamás. La enfermedad no es más que la exteriorización de un pensamiento equivocado; carece de poder y realidad. Dios jamás creó la enfermedad o a una persona enferma.
Me dediqué a orar mucho y a estudiar la Biblia y las obras de la Sra. Eddy, abriendo mis pensamientos a lo que debía corregirse. Poco a poco fui entendiendo muchas cosas; la luz del Cristo, la verdadera idea de Dios, iluminó mi consciencia. Descubrí en mis pensamientos un sentido dual de existencia, una lucha entre el espíritu y la carne. Por un lado deseaba dedicarme por entero a Dios, y por el otro me encontraba limitada y aferrada a los negocios humanos. Sólo mediante una interpretación correcta del ser podría librarme del concepto restringido de vida material. Debía desechar la supuesta existencia de una mente mortal con sus creencias de sufrimiento y falsas premisas y volver mi pensamiento a la presencia y cuidado infalible de la Mente divina, el Principio, el Amor.
Comprendí que el mal — el error, la enfermedad — no es nada, que no tiene poder alguno, ni lugar, ni acción, en un universo totalmente lleno por el Amor. La señora Eddy dice en Ciencia y Salud: “El error siempre es error. No es ninguna cosa”.Ciencia y Salud, pág. 554; Percibí otro hecho espiritual de vital importancia, a saber, que el bien es impersonal. Me di cuenta de que no era yo la que sostenía a mi familia o que dirigía mi empresa, sino que era la omniacción de la Mente la que lo hacía. La Mente es la única fuente verdadera de sustancia e inteligencia. Ella gobierna al hombre, y su acción perfecta no puede ser obstruida jamás. La actividad de la Mente nunca se cansa ni se estanca. Percibí que sólo esta Mente podía satisfacer plenamente todas mis necesidades y las de mis familiares. Sólo una cosa podía yo hacer: realizar aquello que más deseaba. Las palabras de Isaías fueron confirmadas: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”. Isa. 30:21;
Habiendo decidido dedicarme a la curación mediante el poder del Cristo, la Verdad, eliminé de mi pensamiento todo temor, consciente de la afluencia ilimitada del bien. Amplié mis horizontes y mis intereses más allá de los asuntos hogareños y comerciales y miré hacia las necesidades de la comunidad y de la humanidad. Di los pasos necesarios para cumplir con los requisitos para dedicarme a la práctica pública. Después de esta firme determinación, pronto recuperé totalmente la movilidad de mis brazos y el dolor desapareció permanentemente.
No es necesario que todos aquellos que tengan un trastorno físico tengan que dedicarse a la práctica pública de la Ciencia Cristiana para ser sanados. Cualquier actividad meritoria, si se realiza con honestidad e integridad, puede hacernos ver las infinitas posibilidades del reino del Espíritu. Dios no conoce la limitación, y el hombre, Su expresión, tampoco la conoce. Una correcta comprensión de lo que es Dios nos libera del temor, de premisas falsas y de equivocadas responsabilidades. Obtenemos vislumbres de la belleza, libertad, magnitud y gloria del ser espiritual creado a la imagen de su Hacedor.
Sólo identificándonos con la Mente como su expresión podemos comenzar el nuevo nacimiento, ese sublime proceso en la consciencia humana mediante el cual la realidad espiritual es revelada y los conceptos humanos pierden su supuesta identidad. En el nuevo nacimiento vemos que no estamos tratando de alcanzar lo divino, sino que ya vivimos en la Mente y expresamos su perfección. Nuestra amada Guía, la Sra. Eddy, dice: “Vivir de tal manera de que la consciencia humana se mantenga en constante relación con lo divino, lo espiritual y lo eterno, es individualizar el poder infinito; y esto es Ciencia Cristiana”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 160.
