El libro de los Jueces pone especial énfasis en la importancia de Débora, quien, además de tener como cometido juzgar o liberar a los israelitas, actuaba en la capacidad de profetisa (ver 4:4). La obra más memorable de Débora empezó después de veinte años de repetidos ataques asestados a su pueblo por Sísara, comandante en jefe de los ejércitos de Jabín, rey de Hazor, cuyo territorio estaba en el extremo norte de Canaán.
Bajo el mando valeroso y dinámico de Débora se hicieron planes cuidadosos para destruir las fuerzas de los canaanitas. No solamente consiguió la ayuda competente de Barac, hijo de Abinoam, para reclutar los ejércitos de Israel, sino que también llamó a Jael, mujer de Heber, que era otra valiente guerrera como ella, para desempeñar una posición clave en su plan.
Débora convenció a Barac de que Dios estaría con él y aseguraría el éxito de su causa; y de inmediato accedió a acompañarlo al campo de batalla (ver Jueces 4:9). Lo hizo reclutar diez mil hombres de las tribus de Neftalí y Zabulón, que estaban situadas al norte del Mar de Galilea entre las tiendas de ella, cerca de Betel, y las de los canaanitas en Hazor. Además, le aseguró a Barac, sin lugar a dudas gracias a su inspiración profética, que la batalla decisiva que ella concibió tendría lugar en los alrededores del arroyo de Cisón, el que hasta ahora corre por la llanura de Esdraelón y desemboca en el Mediterráneo cerca del moderno puerto de Haifa. Y con respecto a Sísara, capitán del ejército de los canaanitas, Débora le dijo a Barac: “Lo entregaré en tus manos” (Jueces 4:7).
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