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La Ciencia Cristiana ha sido mi único médico desde que mis padres me...

Del número de febrero de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana ha sido mi único médico desde que mis padres me inscribieron en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana a los diez años de edad. Siempre estaré agradecida por las enseñanzas que recibí y por el amor a Cristo Jesús y a la Sra. Eddy que me fue inculcado allí. En la Escuela Dominical nos enseñaron a poner en práctica las verdades aprendidas.

Después de graduarme de bachiller, sufrí de postración nerviosa y tuve que dejar las lecciones de piano y otras tareas por falta de coordinación en los movimientos. Mi maestro de la Escuela Dominical, que además era practicista de la Ciencia Cristiana, trabajó junto conmigo. El malestar cedía por algún tiempo, pero luego reaparecía. Debí vencer muchos defectos de carácter y tuve que expresar más amor a Dios, así como consideración hacia aquellos que me rodeaban. Mi maestro de la Escuela Dominical y mi madre hicieron los arreglos necesarios para que yo entrara en la Christian Science Benevolent Association, en Chestnut Hill, Massachusetts. El amor y la armonía que allí se expresaban inspiraron en mí la esperanza de curación. Con la ayuda de un practicista local estuve bien en dos semanas y volví a mi casa completamente libre. Mi vida cambió, y más tarde me casé con un ex-alumno de la misma Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.

Unos quince años más tarde enfermé de asma. Gracias a mis oraciones, y a veces con la ayuda de un practicista, la condición cedía por un tiempo. En cierta ocasión, durante un agudo ataque de asma acompañado de síntomas de neumonía, casí perdí el conocimiento. La sugestión de morir que se me presentaba como la solución más fácil, era muy fuerte. Antes de someterme a la muerte sentí la íntima convicción de la omnipresencia de nuestro Padre-Madre Dios: “No hay lugar al cual irse. Estoy tan presente ahora mismo contigo Padre, como lo estaré siempre”.

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