Durante años una mujer creyó que le sería imposible tener éxito en la profesión que había escogido. Escuchando devota e intensamente los mensajes de Dios, fue guiada a tomar las medidas preliminares para iniciarse en esa profesión a pesar de una situación monetaria aparentemente limitada.
A medida que los meses transcurrieron, las perspectivas, que al principio parecieron luminosas, se apagaron y sus entradas constantemente fueron disminuyendo. Las cuentas apremiaban. Con creciente desesperación la mujer se aferró firmemente al poder espiritual de la declaración de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (interpretando espiritualmente las palabras del Padrenuestro “Venga Tu reino”): “Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente”.Ciencia y Salud, pág. 16;
De súbito se dio cuenta de que lo único que necesitaba hacer era suprimir la oposición mental que se hacía pasar por su pensamiento — la mente carnal, que Pablo denominó “enemistad contra Dios”. Rom. 8:7; Se percató de que tenía que enfrentarse con la profunda convicción de que no podía subsistir sin un sueldo semanal y que sus entradas dependían de factores materiales “fuera de ella”.
En ese momento la mujer comenzó a reconocer de veras que, puesto que todo bien le es posible al Principio, todo bien le es posible a la idea de ese Principio, idea que es su verdadera identidad. Los fondos pronto aparecieron espontáneamente de diversas fuentes inesperadas, junto con una creciente demanda de sus servicios.
En cierto grado había probado la declaración de la Sra. Eddy: “La percepción espiritual saca a luz las posibilidades del ser, destruye la confianza en todo lo que no sea Dios y, de este modo hace que el hombre llegue a ser de obra y en verdad la imagen de su Hacedor.” Ciencia y Salud, pág. 203; En la Ciencia Cristiana aprendemos que el bien infinito en todos sus aspectos no es ni inalcanzable ni imposible, que el hombre verdadero es el recibidor natural de los recursos ilimitados de la Mente.
El poner a un lado la creencia en una individualidad independiente que funciona separada de la Mente única, y aceptar sinceramente la condición espiritual del hombre derivada exclusivamente de la Mente, fuerza lo humanamente imposible a ceder a lo divinamente posible. Entonces el bien aparece inevitablemente en modos más elevados que satisfacen nuestras necesidades legítimas.
El hombre, puesto que es espiritual y existe en el Espíritu, no es un Don Quijote que trata de sobrepasar los límites que se ha impuesto a sí mismo. No es víctima de fuerzas malignas que le impidan realizar sus altos propósitos o que lo atasquen en una marisma de frustración.
Todo el bien es divino, ya ha sido establecido e identificado en la individualidad perpetua del hombre. La afluencia divina es, ahora y para siempre, la medida completa de los recursos, facultades y capacidades infinitos del hombre. El hombre es siempre la idea de Dios. Al saber esto, estamos facultados por Dios para dominar las sugestiones de inferioridad o de incapacidad para progresar.
El propósito, el enriquecimiento y la realización, son innatos en el hombre como testigo de lo que Dios ha creado. La gloria, permanencia y vitalidad de la Verdad divina son realidades presentes que deben demostrarse en la perfección actual de cada persona.
Cuando la Sra. Eddy tenía 87 años publicó intrépidamente el The Christian Science Monitor. Años antes había enviado este mensaje a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico: “Si la sabiduría alarga la suma de mis años a ochenta (que ya se me achacan), entonces seré aún más joven y estaré más cerca del meridiano eterno de lo que estoy ahora, puesto que el verdadero conocimiento y prueba de la vida consiste en despojarse de las limitaciones y revestirse de las posibilidades y permanencia de la Vida”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 177;
El mal insensible se desmorona ante la lógica ineludible de que una causa eterna, siempre activa, siempre sostenedora puede producir, y produce, un efecto siempre ilimitado que nunca se desvanece, nunca disminuye: el hombre espiritual.
El hombre es la manifestación de Dios. El hombre muestra directamente todo elemento que abarca ese bien divino e incorpóreo que es Dios. Por lo tanto, el hombre expresa la naturaleza misma de la Vida.
El Principio omniactivo no conoce ni opuesto ni oposición, estrechez ni restricción, ni tiempo, ni límites ni puntos de terminación. El Ser Supremo se expresa en el Cristo siempre activo, que caracteriza la identidad permanente de usted y la mía. Por medio del Cristo cada uno de nosotros puede demostrar “las posibilidades y permanencia de la Vida”.
“Ahora pues, ¡oh Padre! glorifícame tú para contigo mismo, con la gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. Juan 17:5 (según Versión Moderna). Ésta es, en efecto, la oración que nos permite conquistar dificultades que tratan de impedir que alcancemos un nivel más elevado del amor, de la vida, del ser. No somos seres materiales girando a la deriva en órbitas personales. Somos ideas divinas eternamente coexistentes con el Único infinito en armonía con las leyes divinas del ser y acción científicos.
Para superar la limitación debemos repudiar la falsedad de que un cuerpo material es nuestra verdadera identidad o la de los demás. Sólo la individualidad espiritual expresa la perfección deífica que repercute humanamente en la curación de la escasez.
Mientras más pronto entendamos nuestra potencialidad espiritual, más pronto podremos demostrar la nada del mal en sus diversas posturas y disfraces. La firme convicción de que la naturaleza del Cristo es inherente en el hombre nos libera del temor al fracaso y estimula la afluencia de ideas correctas.
Los conceptos correctos acerca del hombre, ocupación, fuente de provisión, hogar, compañerismo, motivación, propósito, éxito, operan a través del Cristo para eliminar de la consciencia humana la ignorancia y futilidad de los conceptos materiales.
La idea espiritual que fundamenta toda cosa es requisito para anular el concepto erróneo de ella, y esta idea, cuando se aplica fielmente a una situación, trae consigo la curación. La idea correcta excluye tanto el triunfo como el fracaso personal. La santidad radiante del ser verdadero brilla tanto que hace desaparecer los puntos de vista materiales para revelar la unidad original del hombre con su Padre-Madre Dios.
Podemos volvernos de inmediato de las deficiencias humanas a los recursos divinos. Podemos aceptar con gozo nuestras posibilidades actuales. La práctica de la Ciencia Cristiana consiste en utilizar en esa forma las ideas divinas.
