Hace algunos años, después de sufrir un accidente, cuando parecía que no podía estudiar, recordé las curaciones que había experimentado previamente en la Ciencia Cristiana. Recordé que cuando Cristo Jesús sanó a diez leprosos, sólo uno volvió para glorificar a Dios y me di cuenta de que verdaderamente he sido muy bendecido. Esto me ayudó a recuperarme del accidente.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La esclavitud del hombre a los más implacables amos — la pasión, el egoísmo, la envidia, el odio y la venganza — sólo se vence mediante una lucha enorme” (pág. 407). La Ciencia Cristiana me ha enseñado a reemplazar el odio con la bondad.
Mis dos hermanas fallecieron antes de que yo naciera. La conducta de mi padre había contribuido al prematuro fallecimiento de ellas. Era un alcohólico y jugador. Fui alejado de mi hogar cuando tenía cinco años y pude ir al colegio. Había gran escasez. Yo sentía gran temor cuando niño, y hasta que sané con la Ciencia Cristiana, odiaba a mi padre. Luego era tímido, lleno de autocompasión, y me sentía desdichado con la compañía de otros niños. Después de dejar el colegio a los doce años, fui a una iglesia protestante durante unos pocos meses, pero nada me ayudó permanentemente.
Después de un tiempo, probé una iglesia diferente, luego otra y otra, siempre con el mismo resultado. Ni siquiera parecía escuchar un sermón que ofreciera una explicación racional o un rayo de consuelo. Cuando regresé del ejército a casa después de la Primera Guerra Mundial, estaba tan lleno de amargura y desesperación, que dije que jamás volvería a entrar en una iglesia.
Sin embargo, al comienzo de la década de los veinte, visité a unos Científicos Cristianos, y cuando me pidieron que asistiera a una reunión de testimonios en su iglesia filial, accedí a ir solamente una vez. El primer himno que cantamos ha permanecido conmigo y me ha ayudado muchas veces. Fue el himno No. 224 del Himnario de la Ciencia Cristiana que comienza así:
Deleite encuentro en Ti, Señor,
Tu protección me das;
A Ti en toda pena voy,
¡ mi Amigo bueno y leal!
A la semana siguiente comencé a asistir regularmente a la iglesia. Pedí prestado un ejemplar de Ciencia y Salud, adquirí un Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, encontré una vieja Biblia en el altillo, y comencé a leer.
En ese entonces estaba trabajando por un sueldo muy pequeño y se me había rehusado un aumento debido a que había miles de personas sin trabajo en mi ciudad. Temía el amanecer de cada día. Me sentía como el Salmista que escribió: (Salmo 130:1): “De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo”.
Luego le pedí ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana. Noté que la practicista expresaba una gran paciencia y ternura. Le dije que lo que necesitaba con más urgencia era dinero, y durante mis primeras conversaciones con ella sólo quería hablar de dinero. Pero muy pronto me dijo: “Hay gente caminando que parece estar muerta a todo lo que vale la pena”. Esto me despertó a vigilar mi pensamiento.
Un resultado de esto fue que en una reunión de testimonios de los miércoles por la noche dejé de calificar un testimonio como bueno y otro como no muy interesante. Traté de estar agradecido por el bien que todos estaban recibiendo. Como resultado mi pensamiento se volvió más receptivo.
Pronto fui sanado del hábito de fumar. No había solicitado ayuda para esto y no podía ver ninguna razón para dejarlo, pero ya no tenía deseos de fumar.
Empecé a contar con una entrada. Obtuve un empleo en el cual estuve treinta y seis años. Durante ese tiempo sólo falté dos veces por enfermedad.
Como mencionara en mi testimonio publicado anteriormente, he sido sanado de envenenamiento séptico, panadizo y gangrena. Se me dijo que probablemente perdería la vista en un ojo, pero esto también fue sanado. Mi esposa sanó de quemaduras que fueron ocasionadas al caerle una olla de guiso hirviendo sobre una pierna, y también sanó de furúnculos por medio de la oración en la Ciencia Cristiana.
Cuando fui atropellado por un camión, el conductor quiso llevarme a un hospital, pero le pedí que me llevara a casa. Un practicista de la Ciencia Cristiana me dio tratamiento y fui rápidamente sanado.
Si no fuera por el trabajo de Cristo Jesús, el Mostrador del camino, y por la Sra. Eddy, que nos dio la clave de las Escrituras, y por la ayuda consagrada de una practicista de la Ciencia Cristiana, quizás todavía estaría pensando que Dios no conoce ni le interesa lo que me sucede. Hoy siento Su presencia.
Estoy agradecido por haber aprendido que la desdicha del pasado no se relaciona con mi verdadera naturaleza espiritual ni afecta mis días. También estoy agradecido porque a pesar de estar jubilado sigo siendo activo y útil. Tengo toda la razón para estar agradecido a Dios porque acepté esa invitación para asistir a mi primera reunión de testimonios.
La Sra. Eddy escribe en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 247): “Lo poco que he realizado, lo he logrado mediante el amor — una ternura abnegada, paciente, inquebrantable”. ¡Qué lección de humildad! Éstas son las cualidades que fueron derramadas en mí, y a esto atribuyo en gran parte mi curación. Cómo podría haber lugar para el odio o cualquier otra cosa desemejante al bien ante el amor que se me ha demostrado en la Ciencia Cristiana. Aquellos que quisieron ayudarme respondieron a las palabras del poema de la Sra. Eddy (ver Himnario, No. 253):
Es mi oración hacer el bien,
por Ti, Señor;
de amor ofrenda pura es,
do guía Dios.
Sheffield, South Yorkshire, Inglaterra
