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Cuando tenía alrededor de diez años de edad, estaba ayudando un día a...

Del número de abril de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando tenía alrededor de diez años de edad, estaba ayudando un día a arrancar la maleza en una rosaleda, pero no me puse guantes. Varios días después me apareció en las manos una irritación dolorosa. Fui a la escuela como de costumbre, pero mi maestra me mandó a la enfermera de la escuela quien me dijo que padecía de cierta clase de alergia y que debía consultar a un médico para que me examinara las manos y me diera permiso de volver a la escuela. El médico confirmó lo que había dicho la enfermera y se le dijo a mis padres que me dejaran en casa hasta que sanara de la irritación de las manos.

Había sido yo estudiante de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde la edad de dos años y ésta era la primera vez que consultaba a un médico. Mi madre serenamente me aseguró de que el tratamiento de la Ciencia Cristiana ciertamente anularía cualquier predicción médica acerca de mis manos. Pedimos ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien me dijo que mi identidad espiritual jamás podía ser tocada por la irritación. Me recomendó que estudiara la historia de Naamán en la Biblia (ver: 2 Reyes 5:1–14). Observé la lección de obediencia y humildad que recibió, y traté de comprender y expresar esas cualidades para con mis padres, amigos y maestros. Traté especialmente de pensar con humildad y bondad del médico que había hecho la predicción acerca de mis manos.

Me trajeron a casa los libros de la escuela para que siguiera estudiando junto con mi clase. Gradualmente mejoré de las manos hasta que sané completamente. Aunque falté a la escuela el resto del semestre, pasé de grado con calificaciones satisfactorias. Esto me demostró que la curación había sido completa.

Durante mi niñez me atormentaban continuamente los orzuelos, y de vez en cuando durante mi adolescencia este problema aparecía nuevamente. Después que me casé y mientras era solista en una iglesia filial, un domingo en la mañana me levanté notando que tenía un orzuelo desagradable. Le dije a mi esposo: “Tal vez haya una substituta, pues no veo cómo podré enfrentar a la congregación y cantar”. Mi esposo, que trabajaba activamente para apoyar los cultos, me contestó: “Si verdaderamente supieras que Dios nunca creó deformidad alguna, la congregación tampoco la vería”. Canté como de costumbre, y ninguna persona mencionó nada acerca de mi apariencia, puesto que el orzuelo había desaparecido. Eso sucedió hace muchos años y nunca reapareció.

Poco después del nacimiento de nuestro hijo en 1955, sentí una pequeña protuberancia en uno de mis senos. Me preocupaba que pudiera ser una condición incurable. Oré mucho y traté de destruir el temor. También tuve que superar un complejo de culpabilidad porque parecía que no podía liberarme de la idea de que estaba desahuciada. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. A medida que me hablaba, percibió que lo que yo estaba temiendo era la palabra que describía la enfermedad. Me citó las siguientes palabras de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 473): “Dios está en todas partes, y nada fuera de Él está presente ni tiene poder”. Me puse enteramente en las manos de Dios, y la practicista convino en ayudarme mientras yo sintiera que necesitaba de sus oraciones. Por medio de mi estudio, el temor cedió lugar al valor.

En poco tiempo noté un orificio en el seno, el cual drenó y se cerró. Mediante mi curación pude comprobar el cuidado de Dios. Siempre estaré agradecida a la Sra. Eddy por haber dado la Ciencia Cristiana al mundo.


Soy el esposo mencionado en el testimonio, estuve presente durante las dos últimas curaciones y las presencié como se han descrito. Por muchos años la Ciencia Cristiana ha traído gozo y armonía crecientes a nuestro matrimonio y a nuestra vida.

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