Un amigo me contó que en cierta ocasión, antes de partir hacia Inglaterra, depositó cierta suma de dinero en una filial de un banco inglés para que la transfirieran a Londres. Al llegar a Londres, fue con su hijo de ocho años a retirar cierta suma de dinero de este banco, y luego fue con el niño a hacer varias compras.
Cuando regresaron a su casa, el niño le dijo: “¡Esto es fabuloso, papito! Cuando necesitamos dinero, todo lo que tenemos que hacer es ir a un banco y pedirle dinero al hombre en la ventanilla, y él nos lo da en seguida”.
El padre le explicó que antes de retirar el dinero del banco era necesario depositarlo primero, para guardarlo seguro, y después poder retirarlo a medida que lo necesitaran; pero también aprovechó la oportunidad para enseñarle al niño una lección espiritual muy valiosa. Le dijo: “Esto es lo que sucede cuando reconocemos que Dios es la fuente de nuestra provisión y lo expresamos a Él cada día por medio de nuestras buenas obras”. Le mostró al niño que no necesitamos proveer el amor de Dios, como hacemos con el dinero en el banco, porque Su amor hacia nosotros está siempre presente, pleno y desbordante. Podemos “retirar” de él y compartirlo por medio de nuestro amor y bondad hacia los demás. “Podemos estar seguros de que Dios nos oye y nos responde cada vez que recurrimos a Él”, le dijo, “y siempre debemos estar agradecidos por el bien que recibimos”.
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