Después de la descripción del notable trabajo realizado por Gedeón, el libro de los Jueces relata brevemente las actividades de varios individuos de menor importancia que libraron a Israel de cuando en cuando. Se hace hincapié en el aporte importante de Jefté al responder a las necesidades de su época, a pesar de la oposición, la crítica despiadada y la tragedia familiar que sufrió.
Gedeón había alentado e inspirado a sus compatriotas; pero con el transcurrir del tiempo, éstos cayeron en la idolatría. Tal apostasía les deparó consecuencias desastrosas que se dejaron sentir en la opresión de los amonitas. En esta nueva emergencia los israelitas se arrepintieron de palabra ante Jehová, sólo para encontrar que esto no era suficiente. En efecto, no fue sino hasta que demostraron una reforma práctica y “quitaron de entre sí los dioses ajenos, y sirvieron a Jehová” (Jueces 10:16) que descubrieron que ya tenían entre ellos mismos a un paladín: Jefté, que era “esforzado y valeroso” (11:1).
Al principio de su permanencia en Galaad, al este del río Jordán, Jefté había sido despreciado por muchos porque era “hijo de otra mujer” (11:2). De manera parecida al caso de David en época posterior, Jefté pasó a ser el exitoso caudillo de una banda de proscritos en las cercanías de Tob, no lejos de Galaad.
Anticipando un ataque de los amonitas contra las fuerzas de Israel, los ancianos de Galaad, desentendiéndose de que en el pasado ellos habían contribuido a la expulsión de Jefté de su hogar y de su patria, ahora le pidieron que fuera su jefe y caudillo. Le prometieron completa autoridad si tan sólo aceptaba ayudarlos en esos momentos de necesidad. Si bien Jefté estaba bien consciente de lo irracional de este enfoque, consintió en el plan.
A pesar de sus inclinaciones militares, lo primero que Jefté hizo al asumir el mando fue el tratar de resolver el conflicto con los amonitas por medios pacíficos. Fue sólo cuando fue evidente que ese esfuerzo había fracasado, que él y sus fuerzas atacaron a sus enemigos logrando, con la ayuda de Jehová, una victoria decisiva.
Después Jefté se vio enfrentado a la tragedia de su triunfo. Antes de partir para la batalla, convencido de que “el Espíritu de Jehová” (11:29) estaba sobre él, precipitadamente hizo la promesa de que si Dios le concedía el triunfo, él sacrificaría, como ofrenda a Dios, a la primera criatura viviente que encontrara a su regreso al hogar. Esta criatura resultó ser su hija, su hija única. De este modo quebrantó el sexto mandamiento del Decálogo Mosaico en su esfuerzo por obedecer estrictamente el tercero.
Jefté tenía aún más pruebas por las que pasar, pues los hombres de Efraín, que habían sido salvados y protegidos por la victoria que él había logrado a tan elevado precio de su felicidad y paz personales, ahora lo denunciaban imputándole el no haber buscado el apoyo de ellos en la campaña. Jefté les recordó que su pedido de ayuda no había encontrado respuesta. Rápidamente se siguió una guerra civil. Los galaaditas tomaron los vados del Jordán, usando como contraseña la palabra “Shibolet”, Sabían que ningún efrateo que quisiera regresar a la ribera oeste podría pronunciar la palabra “Shibolet” correctamente sino que diría “Sibolet”, identificándose así como enemigo.
Los seis años de la judicatura de Jefté demostraron su deseo de hacer lo que Dios le mandaba, según lo comprendía. Su esfuerzo por recurrir a medios pacíficos en lugar de a la guerra revela un enfoque sorprendentemente perceptivo, pero cuando se vio que la guerra era inevitable, venció a los enemigos de su país de manera decisiva.
Él hace según su voluntad
en el ejército del cielo,
y en los habitantes
de la tierra, y no hay
quien detenga su mano, y le diga:
¿Qué haces?
Daniel 4:35
