“¿Ya estás vestida, Margarita?” preguntó la mamá al abrir la puerta del cuarto de estudio. Una mirada fue suficiente. Margarita, de doce años de edad, vestía pantalones vaqueros y, reclinada sobre sus libros de colegio, levantó la vista con el ceño fruncido. Había sido uno de esos agitados días de colegio, y sentía la presión. Y ahora, para colmo, tenía que apurarse para llegar a la iglesia en media hora y ocupar su puesto de ujier. Se sentía igual que una bebida gaseosa a la cual se le ha ido el gas.. . absolutamente sin burbujeo.
“¿Tengo que ir esta noche, mamá? Me siento muy desanimada. De cualquier manera, esta noche sólo soy posible substituto de ujier. Es probable qui ni me echen de menos si no voy”.
Su mamá sonrió. “No me parece correcto. Pero piénsalo. A ver qué decides”. Su mamá se fue a buscar al hermano de Margarita, Daniel, al empleo que tenía después de la escuela, para traerlo a casa y luego irse a la iglesia. El papá ya se había ido, pues él tenía que estar en la iglesia más temprano.
Margarita se quedó sola en la casa. Había estado muy contenta de afiliarse a la iglesia a principios.de año. Y era una verdadera satisfacción ser ujier en su iglesia filial. Se preguntaba qué había pasado con su entusiasmo esa noche.
En esos tranquilos minutos sola en la casa, Margarita se puso a ver la situación en la perspectiva correcta. Había leído un artículo justamente esa semana en El Heraldo de la Ciencia Cristiana, sobre Cristo Jesús cuando tenía su edad, sólo doce. Aprender sobre Dios y obedecer Sus mandamientos era más importante para Jesús que ninguna otra cosa. Recordó que él dijo: “En los negocios de mi Padre me es necesario estar”. Lucas 2:49;
“Bueno, yo también amo a Dios”, pensó Margarita. “¡Por supuesto que lo amo! Supongo que debería demostrarlo. ¿Qué son los negocios de mi Padre? ¿Lo estoy haciendo? Bueno, seguro que no es el darse por vencida y sentirse caída y desanimada. Los negocios de Dios son siempre buenos. Y nos hacen felices”.
Margarita se preguntaba qué pasaría si Dios dijera, “Estoy demasiado cansado para ocuparme de ti ahora — tuve un día difícil. Tal vez te vea la próxima semana”.
Eso era tonto. Tuvo que reírse — eso jamás podría pasar. Dios no es un ser humano, y del cuidar de nosotros jamás toma vacaciones. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud, “Dios descansa en la actividad”.Ciencia y Salud, pág. 519; Entonces, ¿cómo podía ella sentirse cansada? ¿Acaso no era ella la expresión de Dios, como Su criatura?
Desde muy pequeña había aprendido que la obediencia a Dios era su protección. Esto abría la puerta al bien. Y recordó otras palabras de la Sra. Eddy: “El no estar nunca ausentes de vuestro puesto, nunca desprevenidos, nunca malhumorados, nunca mal dispuestos a trabajar para Dios — es obediencia”.Miscellaneous Writings, pág. 116.
Eso le aclaró todo. “Supongo que puedo hacerlo. Puedo dedicar esta tarde a servir a Dios y a la iglesia”, decidió, y corrió, escaleras arriba, a ponerse su vestido azul para ser ujier.
Cuando la mamá regresó con Daniel, Margarita estaba vestida y lista para salir. “Decidí que debería estar en los negocios de mi Padre”, sonrió mientras salían los tres juntos.
Margarita se sentía feliz. Su felicidad burbujeaba dentro de ella como una gaseosa, y ese burbujeo continuó.
Algunos de sus amigos de la Escuela Dominical estaban en la iglesia esa noche y la gente fue muy amable con ella. Los pasajes que el Lector compartió de la Biblia y Ciencia y Salud le parecían especialmente inspiradores a Margarita, y la congregación dio un testimonio tras otro. Y como si esto fuera poco, cantaron tres de sus himnos favoritos — los cuales se sabía de memoria.
Margarita estaba tan absorta en su felicidad, escuchando las verdades sanadoras compartidas durante la reunión vespertina del miércoles y sirviendo a Dios, que ya no se sintió cansada. Fue bueno estar en los negocios de su Padre.
