En 1972 trabajé durante los meses de verano para pagar mis estudios universitarios en el otoño. Por medio de un amigo pude conseguir trabajo en una fábrica de cemento en una comunidad industrial cercana. El trabajo era un verdadero desafío por dos razones. Primero, el trabajo era manual en casi su totalidad y consistía en levantar bolsas de cemento y otros tantos materiales de construcción, que llegaban a pesar hasta 45 kilos. El desafío se acrecentaba por el hecho de que el día de trabajo rara vez era menor de doce o catorce horas. La actividad resultó ser muy agotadora. Segundo, la mayoría de mis compañeros de trabajo hablaban poco o nada el inglés. Como el español había sido la materia principal de mi carrera, técnicamente no me encontraba perdido con el idioma; empero no había una comunicación franca y amistosa entre nosotros. Había una evidente resistencia, la cual yo sabía tenía que solucionar y sanar.
Una mañana, cuando transportaba una carga de cemento para ponerla en un camión, mi pie resbaló y perdí el equilibrio. Al caer sobre el piso del camión gran parte de la carga se me vino encima oprimiéndome una pierna hasta la altura de la cintura. Tan pronto como me fueron quitadas de encima las bolsas de cemento me llevaron a una clínica donde me tomaron radiografías. Ésta era una medida que requería el seguro para proteger a la compañía que me empleaba. Todos temían que me hubiera roto la pierna, y en esos momentos no podía apoyarme en ella.
Mientras estaba en la sala de espera de la clínica sentí que mi temor se hacía cada vez más intenso y real. Comencé a pensar que puesto que yo era la expresión de Dios, no podía ser testigo ni parte de ninguna clase de calamidad, accidente o desorden; no estaba a merced del azar o de las circunstancias, sino bajo el cuidado y la protección constantes de Dios. Pensé en las consoladoras palabras de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 385): “El trabajo continuo, las privaciones, la intemperie y toda clase de condiciones desfavorables, con tal que sean sin pecado, pueden soportarse sin sufrimiento. Todo lo que sea de vuestro deber, lo podéis hacer sin perjuicio para vosotros mismos”. Luego llamé por teléfono a un familiar para que me diera tratamiento en la Ciencia Cristiana.
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