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En 1972 trabajé durante los meses de verano para pagar mis estudios...

Del número de abril de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En 1972 trabajé durante los meses de verano para pagar mis estudios universitarios en el otoño. Por medio de un amigo pude conseguir trabajo en una fábrica de cemento en una comunidad industrial cercana. El trabajo era un verdadero desafío por dos razones. Primero, el trabajo era manual en casi su totalidad y consistía en levantar bolsas de cemento y otros tantos materiales de construcción, que llegaban a pesar hasta 45 kilos. El desafío se acrecentaba por el hecho de que el día de trabajo rara vez era menor de doce o catorce horas. La actividad resultó ser muy agotadora. Segundo, la mayoría de mis compañeros de trabajo hablaban poco o nada el inglés. Como el español había sido la materia principal de mi carrera, técnicamente no me encontraba perdido con el idioma; empero no había una comunicación franca y amistosa entre nosotros. Había una evidente resistencia, la cual yo sabía tenía que solucionar y sanar.

Una mañana, cuando transportaba una carga de cemento para ponerla en un camión, mi pie resbaló y perdí el equilibrio. Al caer sobre el piso del camión gran parte de la carga se me vino encima oprimiéndome una pierna hasta la altura de la cintura. Tan pronto como me fueron quitadas de encima las bolsas de cemento me llevaron a una clínica donde me tomaron radiografías. Ésta era una medida que requería el seguro para proteger a la compañía que me empleaba. Todos temían que me hubiera roto la pierna, y en esos momentos no podía apoyarme en ella.

Mientras estaba en la sala de espera de la clínica sentí que mi temor se hacía cada vez más intenso y real. Comencé a pensar que puesto que yo era la expresión de Dios, no podía ser testigo ni parte de ninguna clase de calamidad, accidente o desorden; no estaba a merced del azar o de las circunstancias, sino bajo el cuidado y la protección constantes de Dios. Pensé en las consoladoras palabras de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 385): “El trabajo continuo, las privaciones, la intemperie y toda clase de condiciones desfavorables, con tal que sean sin pecado, pueden soportarse sin sufrimiento. Todo lo que sea de vuestro deber, lo podéis hacer sin perjuicio para vosotros mismos”. Luego llamé por teléfono a un familiar para que me diera tratamiento en la Ciencia Cristiana.

Cuando terminamos de hablar, comprendí que yo podía ser testigo de esta realidad espiritual: que Dios hace cumplir la ley inquebrantable de la armonía eterna para el hombre y para todos los hombres. Este pasaje de la Biblia me vino al pensamiento (Isaías 40:31): “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”.

Pronto el doctor regresó de la clínica y me dijo que no había sufrido ninguna fractura. Aunque había otras dificultades que vencer por medio de la ayuda de la Ciencia Cristiana, más tarde pude volver a trabajar.

Estoy agradecido por lo que comprendo de la Ciencia Cristiana. No me queda la menor duda en cuanto al profundo sentido de protección de Dios que se obtiene en una experiencia tal como la mía. El que mora en la verdad puede enfrentar las pruebas más severas con seguridad y calma, confiado en que nada adverso puede ocurrirle a la semejanza de Dios.

Habiendo llegado a este punto, aún me faltaba mejorar mi concepto acerca del hombre. Comprendí que todos — y en particular aquellos con quienes trabajaba — reflejaban en su ser verdadero todas las cualidades fraternales: amor, integridad, compasión, ternura. Comencé a percibir que esas cualidades semejantes al Cristo estaban siendo expresadas por estos compañeros, y a medida que comprendí el lugar que cada uno tiene como hijo de Dios, nuestras relaciones fueron mejorando cada vez más. Cuando dejé la compañía a fines del verano, mis relaciones con todos los empleados eran cordiales y sentí que la hermandad universal del hombre se había demostrado más.

La Ciencia Cristiana ha sido la única religión de mi vida, y por medio de ella he tenido permanente salud y mucha felicidad. Estoy agradecido por la enseñanza que recibí en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, por ser miembro de una iglesia filial, y por participar activamente en la Organización de la Ciencia Cristiana en mi universidad.

La clase de instrucción Primaria ha sido una experiencia que aprecio profundamente pues me mostró por medio de los dos libros de texto de la Ciencia Cristiana, la Biblia y Ciencia y Salud, el reino, el poder y la gloria de Dios, y su reflejo en el hombre. Mi gratitud por Cristo Jesús y por la Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, es ilimitada.


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