En mi juventud siempre me gustaba leer la Biblia; la apreciaba más que otros libros — inclusive novelas y otra literatura. Deseaba conseguir algo verdadero, acertado y seguro. Mi religión no me proporcionaba ninguna satisfacción. Tenía preocupaciones sobre la vida y la muerte y, por sobre todo, ansiaba conocer más acerca de Dios. En ese entonces no había oído hablar de la Ciencia Cristiana.
Un día recibí de mano de una amiga íntima un ejemplar de El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Me sentí jubilosa y pensé: “Ésta es la religión que he buscado por tanto tiempo”. Sentí una gran gratitud. En ese momento estaba muy ocupada y con distintas cosas que atender. Puse a un lado el Heraldo con la idea de leerlo más detenidamente cuando estuviera más desocupada, pero cuando quise leerlo no pude encontrarlo y no me fue posible obtener otro ejemplar.
Seis meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial emigré a otro país donde reinaba la paz y la tranquilidad. En ese tiempo padecía de muchas enfermedades y tenía muchos problemas. Pero mi fe en Dios todavía era firme, y esto es lo que me llevó a la casa de una Científica Cristiana. Allí encontré nuevamente el Heraldo.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!