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Sanando los efectos de accidentes

Del número de abril de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cierta mañana, una practicista de la Ciencia Cristiana recibió un mensaje de alguien que, aparentemente, había sido seriamente herido por una máquina muy pesada que cayó sobre él. El vecino que transmitió el mensaje dijo que el hombre había podido liberarse del peso pero estaba en el suelo en un estado semiconsciente.

Inmediatamente, la practicista percibió que la vida, fortaleza y libertad del hombre espiritual y verdadero, nunca proceden de la materia y, por consiguiente, jamás pueden estar en peligro o ser destruidas por la materia. Envió al paciente un mensaje consolador, y luego abrió Ciencia y Salud, donde leyó las palabras de la Sra. Eddy: “Jesús probó que la Vida es Dios, reapareciendo después de la crucifixión, en concordancia estricta con su declaración científica: ‘Destruid este templo [el cuerpo], y Yo [el Espíritu] en tres días lo levantaré.’ Es como si hubiera dicho: El Yo — la Vida, la sustancia y la inteligencia del universo — no está en la materia para ser destruido”.Ciencia y Salud, pág. 27; Cuando finalizó de leer la última cláusula, ella alegremente declaró: “Eso es”.

Pocos minutos más tarde, la persona implicada en el accidente telefoneó para informar que al instante de haberse efectuado el primer llamado, él recobró totalmente el conocimiento e inmediatamente se sintió muy fortalecido. Poco después le fue posible caminar hacia su automóvil y conducir hasta su casa, donde descansó por un rato. Más tarde durante el día, regresó al trabajo donde se mantuvo tan activo y alerta como de costumbre.

Este caso ilustra cómo la oración en la Ciencia Cristiana puede sanar los efectos de accidentes.

En la Ciencia Cristiana aprendemos que Dios es la Mente que todo lo sabe; en consecuencia, el hombre — Su imagen y semejanza — no puede estar consciente de nada que esté fuera del alcance del conocimiento de Dios. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Los accidentes son desconocidos para Dios, la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la dirección infalible de Dios y de esta manera sacar a luz la armonía”.ibid., pág. 424;

Por consiguiente, los accidentes y sus aparentes efectos, son sólo ilusiones arraigadas en “la base mortal de la creencia”. Mas las ilusiones pueden parecer reales, y es menester mantenernos alerta espiritualmente para no ser engañados por las ruidosas y a menudo estridentes pretensiones de los sentidos materiales. Entonces, en el caso de que se nos informara sobre un accidente o presenciemos un accidente, no reaccionaremos con temor, sobresalto o resentimiento. En vez, inmediatamente apartaremos nuestros pensamientos de la discordancia y oraremos a Dios, la fuente de toda armonía.

Esto no quiere decir que ignoraremos la situación humana. Por el contrario, el recurrir a Dios en oración no sólo abre el pensamiento al poder sanador del Amor divino, sino que también nos guía a tomar los pasos prácticos más eficaces. Infiriendo su evidencia de Dios, el bien, el Espíritu inmortal, en vez de la materia, la Ciencia Cristiana muestra que en la infinitud del Espíritu no puede existir nada que sea perjudicial.

Si nos vemos frente a un accidente, necesitamos reconocer firmemente los hechos del ser verdadero: que el Espíritu, Dios, siendo Todo, la materia no es una realidad sino una creencia errónea que supone que la sustancia es algo aparte del Espíritu. Así como no hay mal en el bien y no hay oscuridad en la luz, no puede haber materia en el Espíritu. El Espíritu, la Vida, es la sustancia de todo ser. Cristo Jesús declaró: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Juan 6:63;

Razonando desde la premisa que el Espíritu, el bien infinito, es Todo, reconocemos que la evidencia contraria puede ser corregida. Como Dios es Todo, no hay lugar para nada más. Este reconocimiento nos libera del temor, puesto que nadie teme al bien. Un accidente que cause lesiones, ciertamente no es algo bueno; por lo tanto, en consecuencia, no obstante cuán real parezca ser, es sólo una falsa creencia mesmérica.

Allí mismo donde los sentidos materiales presenten evidencias de lesiones, sobresalto u otras fases de discordancia, allí está presente la verdad del ser para destruir estas creencias angustiosas. Tal seguridad nos guiará también a tratar de la manera más eficaz los daños que pudieran ocurrir a objetos materiales y lograr la restauración o compensación total mediante la dirección de la Mente infinita, el Amor divino.

El reconocimiento inmediato de las realidades espirituales a menudo ha evitado cualquier efecto adverso de algún accidente, pero si pareciera que hubiera una lesión, la misma puede ser sanada rápidamente por medio de la oración eficaz. Esto implica refutar el error de la mortalidad y afirmar que el ser verdadero del hombre es el reflejo indestructible del Espíritu.

Es menester reconocer que el temor es infundado, en razón de que Dios, la Vida y el Amor divinos, está eternamente presente y Su poder protege, circunda, y libera de todas las pretensiones del mal. Dios es la Vida del hombre. Dios, el Espíritu, no puede ser tocado por la materia, ni tampoco puede serlo el hombre, el reflejo de Dios.

Como idea espiritual de la Mente divina, el hombre es perfecto, completo, y no puede ser privado de ningún bien. No depende de la materia para la vida, ni su actividad depende de órganos, músculos o huesos. El hombre es espiritual, no es material, y está gobernado por Dios, la única Mente. Por consiguiente, ninguna condición de la materia puede arrebatar su vida o su bienestar, o interferir con su actividad. Nada lo ha separado del Alma, su fuente de armonía, y nada puede hacerlo.

La ley del bien siempre presente anula y aniquila cualquier sugestión de infección u otras temidas creencias inventadas por los hombres. No puede existir ninguna condición en la cual el hombre no exprese a Dios, el Principio divino invariable. La Mente omnisciente, omnipotente y omnipresente es la Mente del hombre, su consciencia; por lo tanto, el hombre no puede estar inconsciente, ni puede ser engañado por sugestiones mentales agresivas de dolor o de impedimento. En uno de sus sermones, la Sra. Eddy dice lo siguiente: “Un sueño se nombra a sí mismo un soñador, pero cuando el sueño ha pasado, se ve al hombre enteramente aparte del sueño”.La Curación Cristiana, pág. 11;

El hombre no está en el sueño de accidente, ni tal sueño puede estar en él. Quizás el sueño de accidente pueda llamarse un mortal lesionado, pero el Cristo, la Verdad, está presente ahí mismo, revelando la perfección eterna del hombre. Este reconocimiento nos protege de los pensamientos de ansiedad de los seres que nos rodean. La Verdad es más fuerte que el error. El hombre, el reflejo, o idea, de la Mente infinita, siempre está intacto y libre. Podemos afirmar esto, regocijarnos en nuestra libertad y glorificar a Dios.

El Salmista declara: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré”. Salmo 91:1, 2.

A medida que reconocemos la eterna presencia y el poder de Dios, el Amor infinito, moramos en la consciencia de Su amor y cuidado incesantes.

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