La creencia que la materia puede proporcionar amor, felicidad, salud, una vida agradable, parece mesmerizar al mundo. Sin embargo, en verdad, la materia no ofrece nada. Este craso y equivocado materialismo parece haber producido la contaminación en todos los niveles del ambiente mental, moral y físico. ¿Está acaso la pureza perdiendo la batalla contra la sensualidad, la inmoralidad, y la tolerancia desenfrenada?
El poder sanador de la pureza nunca ha aminorado. La pureza es el estado natural ordenado por Dios para el hombre y el universo. El hombre es puro e inmaculado por decreto divino, es la manifestación impecable del Amor. La salud, la felicidad y la pureza son ya la realidad absoluta del ser del hombre. Cuando entendemos esto, el poder sanador de Dios actúa sobre la creencia de que debemos luchar contra el ambiente de la mente mortal para mantener nuestra salud, felicidad o pureza.
Podemos encontrar evidencia bíblica del poder de la pureza para sanar, aun en la época que precedió a la de Jesús. El relato de José en el libro de Génesis señala vívidamente el poder sanador de la pureza. Su amor por Dios sanó lo que hubiera podido ser odio hacia sus hermanos; su fidelidad a Dios, el bien, contrarrestó la invitación de la esposa de Potifar para cometer adulterio; su confianza en Dios lo elevó y liberó de la prisión para convertirse segundo en jerarquía después del Faraón como autoridad en Egipto; su caridad para con sus celosos hermanos en el momento de la necesidad de ellos, coronó una vida dedicada a la pureza. Las cualidades puras de su pensamiento — el amor a Dios, la fidelidad a Dios, su confianza en Dios y la caridad hacia su prójimo — constituyó el poder sanador en la vida de José. La Biblia declara: “Jehová estaba con José, y fue varón próspero”. Gén. 39:2;
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