Uno de los personajes más significativos y de múltiples aptitudes entre los que forman la larga historia de Israel fue Samuel, cuya brillante carrera influyó en muchos aspectos del progreso de su país y de su pueblo. No solamente juzgó a Israel “todo el tiempo que vivió” (1 Samuel 7:15), sino que llegó a ser igualmente bien conocido como consejero de reyes. Sus actividades como sacerdote y profeta fueron ampliamente aclamadas.
Su padre, Elcana, descendía de una familia de sacerdotes y su árbol genealógico databa desde Leví, hijo de Jacob; vivía en Ramá, no lejos de Jerusalén (ver 1 Samuel 1:1, 19).
En una de sus visitas anuales a Silo, a unas quince millas de Ramá, Ana, su mujer, lo acompañó. Ella nunca había tenido hijos — una condición considerada en aquellos años no meramente una desgracia, sino una deshonra. En el santuario, Ana oró fervorosamente de que pudiera tener un hijo. Prometió solemnemente dedicar el niño exclusivamente al servicio de Dios si se le concedía su petición, lo que por cierto ocurrió dentro de un año. No es de extrañarse que “le puso por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová” (1 Samuel 1:20).
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