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Un lugar para cada uno

Del número de julio de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la pared de un aula de una escuela colgaba un cartel deteriorado por el correr de los años. Sucesivas generaciones de alumnos habían leído el lema estampado en él; pero, como lo dijo una antigua maestra, por lo que había observado pocos habían prestado atención al mensaje. Su objeto era fomentar el orden, y leía así: “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”.

Sin embargo, una alumna evidentemente había prestado más atención a ese lema de lo que ella misma o su maestra habían pensado. Algunos años más tarde, se sorprendió al encontrarse pensando sobre ese lema; se dio cuenta de que le recordaba una verdad espiritual que había aprendido recientemente mediante su estudio de la Ciencia Cristiana: que en el universo de Dios hay un lugar para cada uno y que cada uno está en su lugar.

En esa oportunidad esta verdad era exactamente lo opuesto de lo que parecía ocurrir en su oficina. Sin embargo, al mantener esta verdad espiritual en su pensamiento, en pocos días la situación cambió. Una persona, que al parecer se encontraba en un cargo que no era apropiado para ella, de manera muy natural fue trasladada a otro puesto, el cual parecía ser más adecuado para ella, y todos se sintieron liberados de la dificultad.

Humanamente no siempre parece ser el caso de que cada uno se encuentra en su lugar apropiado. Sin embargo, la Ciencia Cristiana enseña que, en verdad, en la infinita estructura del reino espiritual y eterno de Dios, cada uno está invariablemente establecido en una actividad gobernada por Dios, y nos señala de qué manera se puede demostrar esta verdad divina en la vida humana. Como lo dice la Sra. Eddy en su obra Retrospección e Introspección: “Cada individuo debe llenar su propio nicho en el tiempo y en la eternidad”.Ret., pág. 70;

Dios, el Principio divino, gobierna Su universo en armonía, y mantiene todo en Su creación intacto y en perfecto orden. En el reino de Dios no hay errores ni personas que no estén en el lugar que les corresponde; nadie falta ni nadie sobra: ninguno carece de un lugar perfecto.

La perfección incluye excelencia suprema, estado completo del ser, y exactitud, y estas condiciones están inequívocamente presentes en el ser verdadero. Nada menos puede representar al único creador, del cual el Salmista dijo: “Alabaré a Jehová... Grandes son las obras de Jehová, buscadas de todos los que las quieren. Gloria y hermosura es su obra, y su justicia permanece para siempre”. Salmo 111:1–3;

Comprender la perfección de la creación espiritual es una poderosa influencia sanadora en la mente humana y, en consecuencia, en la vida humana. Cuando se acepta en la consciencia al Cristo, o la Verdad, las creencias falsas ceden a su presencia. Su influencia transformadora se hace tangible inmediatamente pues la experiencia externa es el estado subjetivo del pensamiento mortal. La idea verdadera de lo que es Dios obra como ley en todos los aspectos del reino físico, ajustando todo lo que necesite ajuste, esclareciendo, sanando y salvando hasta que finalmente el pensamiento se espiritualiza completamente y este mundo se transforma totalmente por medio del Cristo.

Todos pueden sentir esta influencia transformadora de la Verdad y experimentar los satisfactorios ajustes que se producen en las circunstancias humanas cuando se entiende y obedece la ley de Dios. Si uno, al parecer, no ocupa el lugar que le corresponde en la sociedad, si se siente en su trabajo como una clavija cuadrada en un espacio redondo, o como una persona inútil e innecesaria, sin un lugar u objetivo en el mundo, la situación puede responder rápidamente a la consciencia espiritual y establecerse la armonía que da testimonio de la ley divina.

Quienes entienden la ley de la armonía de Dios y fielmente cumplen su responsabilidad para con Él, haciendo el trabajo que Él les ha encomendado, se sentirán siempre seguros y bien recompensados. No podemos esperar que se nos elogie por un trabajo mal desempeñado o simplemente no desempeñado. Como el siervo que no trajo ganancia, descrito en la parábola de Cristo Jesús, — el siervo que no aprovechó el talento que su señor le encomendó— así los perezosos o desobedientes que derrochan sus oportunidades, con toda razón puede que se sientan echados “a las tinieblas de afuera” — hasta que se desempeñen mejor.

Por otra parte, aquellos que comprenden que la ley de Dios, el Principio divino, les asegura las oportunidades de expresar plenamente los talentos que Él provee; aquellos que son obedientes a Dios y con amor hacen lo mejor que pueden, éstos saben que han de disfrutar de la recompensa de una labor bien realizada. Están prestos a ser puestos “sobre mucho”. ver Mateo 25:14–30;

Estos siervos fieles saben que el odio que a veces se siente en las situaciones humanas — antagonismo, prejuicio, discriminación, celos y ambición desenfrenada — no sólo carece de poder para privarles de ocupar en el mundo el lugar que les corresponde en esos momentos, sino que también es impotente para sacarlos de ese lugar una vez que lo tienen. No sienten la necesidad de justificarse ante otros para que se les den buenas posiciones o para conservar las que ya tienen. Se contentan con depender de la ley del Amor, en la certeza de que el bien se justifica a sí mismo y que la deshonestidad, la manipulación mental, el malentendido y la malicia no pueden desplazar a nadie del lugar que le corresponde en virtud de la ley divina.

Dios ha dado a todos en Su creación un propósito y lugar especiales e individuales en Su gran universo de ideas espirituales; y esto podemos probarlo. Como lo ha dicho el sabio Predicador de la Biblia: “Todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres”. Ecl. 3:14.

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