En la pared de un aula de una escuela colgaba un cartel deteriorado por el correr de los años. Sucesivas generaciones de alumnos habían leído el lema estampado en él; pero, como lo dijo una antigua maestra, por lo que había observado pocos habían prestado atención al mensaje. Su objeto era fomentar el orden, y leía así: “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”.
Sin embargo, una alumna evidentemente había prestado más atención a ese lema de lo que ella misma o su maestra habían pensado. Algunos años más tarde, se sorprendió al encontrarse pensando sobre ese lema; se dio cuenta de que le recordaba una verdad espiritual que había aprendido recientemente mediante su estudio de la Ciencia Cristiana: que en el universo de Dios hay un lugar para cada uno y que cada uno está en su lugar.
En esa oportunidad esta verdad era exactamente lo opuesto de lo que parecía ocurrir en su oficina. Sin embargo, al mantener esta verdad espiritual en su pensamiento, en pocos días la situación cambió. Una persona, que al parecer se encontraba en un cargo que no era apropiado para ella, de manera muy natural fue trasladada a otro puesto, el cual parecía ser más adecuado para ella, y todos se sintieron liberados de la dificultad.
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