Todos los temores que tienen los mortales, incluyendo el temor a la muerte, proceden de la falsa creencia de que el hombre es una individualidad mortal constituida por sí misma y que posee vida propia separada de Dios. Los mortales sufren porque no saben lo que el hombre es en realidad.
Si deseamos llevar una vida armoniosa, no debiéramos seguir creyendo que Dios está “allá” y nosotros estamos “acá”, sino darnos cuenta de la eterna unión de Dios y el hombre. El verdadero hombre es espiritual e inmortal, creado por Dios, Espíritu, a Su semejanza, según enseña la Biblia. El hombre refleja a Dios y está en paz.
Si alguien está sufriendo por alguna razón — quizás por alguna injusticia que cree que se le ha hecho, alguna pérdida dolorosa, un gran desengaño, o como resultado de limitaciones paralizadoras — al grado de llegar a enfermarse, ¿quién o qué es lo que sufre? En realidad, es su ego personal humano — es decir, su falso concepto de sí mismo — que está sufriendo por este estado mental. Su verdadero ser espiritual, la imagen y semejanza de Dios, jamás es afectado por las fases del error.
Por muy justificada que pueda parecerle al concepto humano una gran amargura, debida a una injusticia, injuria o pérdida, estas aflicciones no son sino estados mentales erróneos, que jamás pertenecen al hombre verdadero. La condenación y la lástima de sí mismo, el sentirse ofendido, o sentir que se tiene un complejo de inferioridad, son aseveraciones del sentido personal, que se concentran en el egotismo centrado en sí mismo y que no se alejan de él. Si las aceptamos, nos conducen a olvidar nuestra filiación con Dios y nos aprisionan en las miserias de la creencia mortal.
Mediante las enseñanzas de la Ciencia Cristiana es posible abandonar el concepto material que previamente se tenía de sí mismo y comprender su verdadero ser espiritual. El estudio y la práctica de esta Ciencia, cuando son sinceros y sin prejuicios, logran una transformación fundamental de consciencia.
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy hace declaraciones claras sobre la verdadera naturaleza de Dios y el hombre y nos muestra cómo podemos lograr nuestra propia salvación de la esclavitud de los sentidos a la libertad del Alma. Ella escribe: “Estando el hombre real unido a su Hacedor por medio de la Ciencia, los mortales sólo necesitan apartarse del pecado y perder de vista la entidad mortal, para encontrar al Cristo, al hombre verdadero y su relación con Dios, y para reconocer su parentesco divino”.Ciencia y Salud, pág. 316;
El superar la creencia en el ser mortal no siempre parece fácil. Pero cuando se hace con la ayuda de la Ciencia Cristiana, peleando persistentemente la batalla contra el sentido material del ser, logramos un entendimiento más claro de Dios y el hombre, y experimentamos una libertad que antes desconocíamos. Cristo Jesús dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Y más adelante expresó: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Juan 3:3, 6; Moramos en el reino de Dios cuando nos damos cuenta de que no somos mortales que luchan, sino hijos espirituales de Dios.
El reino de los cielos es la verdadera morada del hombre. Es el reino de lo verdadero. Sólo la voluntad de Dios reina allí y es evidente en toda actividad. La ansiedad humana, la presión de la responsabilidad humana, complejos de inferioridad, la fricción, y la amargura, son desconocidos allí. El concepto humano llamado materia es superado mediante la comprensión de que el Espíritu es la única sustancia que existe.
El hombre verdadero posee por reflejo inteligencia ilimitada y todo el bien. Jamás puede ser separado del Amor divino, y el entenderlo nos libera y nos da seguridad. Esto no es éxtasis emocional, sino la consciencia de Emanuel, o “Dios con nosotros”, como enseña la Biblia.
En nuestro esfuerzo por elevarnos más en nuestra comprensión del ser verdadero, es esencial el amor por nuestros semejantes. Porque, cuando nos vemos a nosotros mismos como hijos de Dios, pero aún seguimos viendo a otros como personas imperfectas, no estamos viendo toda la verdad. La idea espiritual se revela realmente en nosotros sólo cuando vemos a nuestro semejante como el hijo de Dios, creado a Su imagen y semejanza, v procedemos con él de acuerdo con esto.
Sin amor verdadero por Dios y el hombre jamás nos liberamos por completo. Alcanzamos la perfección no por nuestro gran conocimiento y contemplación sino manifestando amor. Pablo declaró: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”. Rom. 13:10;
No es difícil amar a nuestro prójimo si no lo identificamos con el mal, comprendiendo que el mal no forma parte del hombre, sino que es meramente una falsa pretensión. Pero cuando consideramos que el mal es verdadero y que es parte de nuestro prójimo, entonces no podemos amarlo verdaderamente. Las Bienaventuranzas en el Sermón del monte ilustran muy claramente para quiénes está abierto el reino de los cielos: es decir, para los pacificadores, los misericordiosos y los mansos — para aquellos que saben perdonar y amar, y que no atribuyen el mal a nadie. Además no debemos afanarnos demasiado por recuerdos desagradables. Las malas experiencias son ilusiones que jamás tuvieron lugar en nuestro verdadero ser. Así, un corazón que perdona se mantiene libre del veneno de la amargura.
La aceptación del requisito de amar es la piedra miliar decisiva en nuestro camino hacia la armonía. Mucho se ha escrito y predicado sobre el amor a nuestro prójimo y a nuestros enemigos. Pero el amor es realmente tan importante que debe mencionarse repetidamente para que sea practicado más y más. Toda curación cristiana depende del amor.
Depende de nosotros si queremos continuar sufriendo de un falso concepto del ego o si queremos gozar de nuestro legítimo estado de armonía y libertad. Pablo nos alienta: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”. Efes. 4:23, 24.
