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[Original en español]

Qué mejor comienzo para un testimonio que el Himno No. 374 del Himnario...

Del número de julio de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Qué mejor comienzo para un testimonio que el Himno No. 374 del Himnario de la Ciencia Cristiana:

A Ti Te doy hoy gracias,
oh Padre nuestro y Dios.


Que Tu bondad yo alabe,
Tu eterno y dulce amor;
doy gracias, Padre-Madre,
que oíste mi oración.

Mi primer encuentro con la Ciencia Cristiana fue a través de un folleto que me fue dado por quien entonces era mi empleador. Este folleto despertó en mí un vivo interés por la Ciencia Cristiana. Por la lógica de su razonamiento me di cuenta de que era una religión muy racional y que tenía una base científica.

En esa época, y desde el fallecimiento de mi papá cuando yo apenas tenía quince años, negaba rotundamente a Dios. Es decir, negaba a la deidad antropomórfica inculcada en mi primera instrucción religiosa. Mi vida era sombría. El desconcierto y la duda me angustiaban; la tristeza era frecuente; y para pesar de mi familia, creía carecer del afecto y apoyo debidos. Además, fumaba mucho.

A mi mamá le prestaron un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Su lectura fue irresistiblemente atractiva desde el “Prefacio”, con la afirmación de la Sra. Eddy: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). El libro me pareció maravilloso, y su contenido de una profundidad indecible. Siempre fui estudiosa y hurgaba en cuanta disciplina humana se había inventado de la que me hablaban. Pero lectura de Ciencia y Salud era diferente — era como si mi propio deseo de encontrar la verdad hubiese encontrado su verdadera expresión.

La confianza renació en mi corazón, y comencé a apreciar en los demás cualidades que antes no veía. Mejoraron así notablemente mis relaciones con los demás a medida que se pulían unas cuantas aristas y me reconciliaba conmigo misma.

El efecto de mejores pensamientos fue también visible en lo físico: verrugas en las manos se esfumaron sin que yo supiera cuándo, y desarreglos digestivos e insomnia fueron prontos corregidos sin darme cuenta. ¡Tenía un camino promisorio delante de mí! Las sugestiones agresivas de descontento mortal fueron vencidas en una forma natural al comprender el mensaje sanador de la Verdad, revelada por la Sra. Eddy en Ciencia y Salud.

El hábito de fumar también desapareció. Primero debí esforzarme por reconocer cuán imaginario era su supuesto placer. Este reconocimiento fue seguido del deseo de dejar el hábito. Cuando deseé por encima de todo confiar en la Ciencia Cristiana y hacerme miembro de una iglesia filial, me fue posible liberarme del fumar. Ayudándonos mutuamente, el joven con quien más tarde me casé (y a través de quien conocí la Ciencia Cristiana) y yo tuvimos la doble alegría de abandonar el hábito de fumar al mismo tiempo, y luego, algún tiempo después, de ser aprobados como miembros de una iglesia filial. Más adelante solicité mi afiliación a La Iglesia Madre y me embargó una alegría inefable al ser recibida como miembro, culminando de esta forma mi aspiración de unirme a la Iglesia que conmemora las palabras y las obras de Cristo Jesús por medio de la curación.

Desde entonces trabajo activamente para el movimiento de la Ciencia Cristiana a través de mi iglesia filial, disfrutando de continuo progreso y repitiendo con gratitud (1 Samuel 7:12): “Hasta aquí [me] ayudó Jehová”.


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