En los últimos años del reinado de Saúl, su enemistad contra David se había vuelto más y más encarnizada. Por esa causa, el hijo de Isaí huyó al desierto, congregando a su alrededor en la cueva de Adulam, cerca de la frontera con Filistea, a un grupo de hombres que habían sido forzados a vivir al margen de la ley. En seguida David pasó a ser líder indiscutido de cuatrocientos leales seguidores (ver 1 Samuel 22:1, 2).
Por haber desafiado al monarca reinante, David colocó a su familia, que vivía en Belén, en una situación peligrosa y por eso puso a sus padres bajo la protección del rey de Moab, una decisión prudente y lógica en vista de que su bisabuela Rut era moabita (ver versículos 3, 4).
Diversos aspectos de las experiencias de David en el desierto arrojan luz sobre su carácter. Aunque Saúl estaba haciendo todo lo posible para capturarlo, David no tuvo en cuenta el peligro que corría su persona al ir pronta y valientemente a ayudar a sus amigos en Keila, un pueblo de Judá que estaba sufriendo un ataque violento de los filisteos. La valentía de David y la forma en que dirigío a sus hombres hizo que el curso de la batalla favoreciera a Keila, y los filisteos fueron derrotados (ver 23:1–5).
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