Cuando en mi trabajo me dijeron que ya no me necesitaban más, en un momento en que los empleos parecían no existir, me sentí desorientado, deprimido y temeroso. El panorama se veía, por cierto, muy oscuro. Mis obligaciones para con mi hogar me preocupaban. El éxito y la seguridad aparentaban ser un sueño inalcanzable. Tratar de buscar otro empleo parecía ser como ir en pos de lo imposible, ya que la depresión en mi línea de trabajo era general. La perspectiva de asociarme con dos amigos en un negocio tentativo me parecía imprudente y desprovista de toda posibilidad de éxito.
Como antes había conocido la Ciencia Cristiana y había aprendido algo de sus enseñanzas, recurrí a Dios y oré para tener consuelo y dirección. Casi inmediatamente la oración cambió mi perspectiva mental. El pensamiento de calamidad se desvaneció y pude ver que las circunstancias no eran precisamente una tragedia. Más bien eran una oportunidad para poner en práctica los ideales que desde mis años escolares había abrigado con relación a los negocios.
Un mundo nuevo se abrió ante mí, lleno de genuina esperanza y confianza. Mi gratitud no tuvo límites. Comprendiendo que había sido divinamente guiado, acepté de inmediato la invitación de mis dos amigos de asociarme con ellos. La sabiduría de haberme dejado guiar así fue comprobada irrefutablemente por el éxito final de la empresa — un éxito que fue posible aun en medio de condiciones materiales extremadamente desfavorables y cuando las perspectivas no podían haber sido más desalentadoras.
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