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Hace unos cincuenta años, buscaba alivio por medio de las medicinas...

Del número de febrero de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace unos cincuenta años, buscaba alivio por medio de las medicinas materiales para sanar de úlceras estomacales, pero sin ningún resultado, entonces un comerciante me recomendó que probara la Ciencia Cristiana. Por razones comerciales me pareció conveniente prometerle que lo haría. No sabía absolutamente nada de la Ciencia Cristiana, pero cuando tuve que volver a ver a esa persona recordé mi promesa y fui a ver a un practicista de la Ciencia Cristiana. Después de aproximadamente una hora de visita salí de su oficina completamente sanado. Esto era obvio ya que sentía apetito y me dirigí directamente a un restaurante. Disfruté de una abundante comida sin sentir después ningún malestar — algo que no me sucedía desde hacía mucho tiempo. Desde entonces puedo comer todo lo que deseo sin resultados desagradables.

También fumaba más de cuarenta cigarrillos por día y me había acostumbrado a tomar bastante whisky; de manera que cuando volví a ver al practicista le pregunté si la Ciencia Cristiana podría liberarme de esos hábitos. Me aseguró que sí, e inmediatamente se puso a trabajar para mí mediante la oración — la práctica de la Ciencia Cristiana. Esa misma noche, estando en compañía de varios amigos que tenían disponibles cigarrillos y licor en abundancia, me di cuenta de que ambos me eran desagradables, y desde entonces no he sentido deseos de fumar o tomar.

Poco después, me vi enfrentado por severos reveses económicos y me quedé sin fondos en una ciudad extraña y durante un período de extrema depresión económica. Llamé a un practicista pidiéndole ayuda en la Ciencia Cristiana. Me recalcó especialmente que Dios es Amor, pero que si quería disfrutar de las bendiciones del Amor divino, debía actuar conforme a Su ley — la ley del Principio divino — y que así me daría cuenta de que Dios es el dador de todo lo que es bueno y verdadero y yo el humilde recibidor de sus ilimitadas bendiciones.

Me dirigí a una agencia de colocaciones, donde me dijeron que por el momento no tenían nada disponible, pero que dejara mi dirección y se comunicarían conmigo tan pronto como tuvieran algo. Les dije que no tenía una dirección permanente pero que podía recibir correspondencia en la Asociación Cristiana de Jóvenes. Al día siguiente estaba sentado en el vestíbulo de dicha Asociación sin saber adónde iba a dormir esa noche, pues me encontraba sin dinero. Aunque no tenía motivo para esperar correspondencia, sentí el impulso de ir a la oficina a averiguar. Había una carta de la agencia de empleos con un billete de diez dólares y una nota diciendo que esperaban que me alcanzara hasta que pudieran encontrarme trabajo.

Luego me enviaron a una entrevista con un fabricante de radios. Había varios aspirantes al puesto. Cuando llegó mi turno para ser entrevistado, el empleador preguntó entre otras cosas, si yo sabía algo de radios. Sentí la tentación de decir que sí sabía, pues de lo contrario ¿cómo podía esperar conseguir el empleo de representante de una empresa que fabricaba radios? Pero recordé lo que me había dicho el practicista — que si quería disfrutar de las bendiciones del Amor divino debía actuar de acuerdo a la ley de Dios, la ley del Principio divino. Comprendí que para cumplir con este requisito, debía ser absolutamente honesto. Así que contesté: “No”. Él me respondió: “Me alegra oír eso. Todos los demás que entrevisté trataron de impresionarme con sus conocimientos de radio. No queremos alguien que ocupe nuestro tiempo hablando de radios. Queremos alguien que hable sobre nuestra norma de ventas, y creo que usted podría hacerlo”. Me dieron el puesto con un buen sueldo. Me asignaron catorce estados para visitar, con todos los gastos pagados y sin restricciones de ninguna naturaleza, excepto visitar una ciudad diferente cada día. Esta experiencia fue sumamente agradable y exitosa, a tal punto que cuando ya se habían elegido los distribuidores, me felicitaron por haber sido el mejor representante que jamás habían tenido.

Desde ese día hasta la fecha, nunca he carecido de nada. En realidad, mis entradas y nivel de vida han sido muy superiores al promedio.

He confiado en la Ciencia Cristiana, sin reservas, y mis necesidades han sido satisfechas. ¡Las palabras son inadecuadas para expresar mi gratitud!


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