Estoy profundamente agradecida a Dios por la Ciencia Cristiana,Christian Science (crischan sáiens) la cual cambió completamente mi punto de vista de la vida, de una base material a una base espiritual. Durante años había estado sometida a tratamientos médicos sin lograr nunca estar completamente sana. En este estado fue que conocí la Iglesia de Cristo, Científico.
Recuerdo que por algún tiempo no lograba comprender el verdadero significado de esta Ciencia, pero aun así, comencé a tirar todas las medicinas que tenía en casa. Esta pronta resolución de no tomar más medicinas, sin temer nada, ha hecho posible que yo pueda decir que durante treinta años, jamás ha pasado por mi pensamiento usar remedios materiales para sanar una enfermedad física, ya sea que se le llame gripe, tos, ataque al hígado o cualquier otra manifestación discordante. En vez de ello, puse en práctica los conocimientos que iba adquiriendo mediante el estudio de la Ciencia Cristiana y mi asidua asistencia a los cultos de la iglesia.
Una noche volví a casa con aparentes síntomas de asma, algo que hacía mucho tiempo que no había sufrido. Cuando me acosté, me di cuenta de que mi respiración se hacía cada vez más difícil. Enfrenté estos síntomas, recordando cuánto estaba aprendiendo acerca del hombre verdadero, la semejanza de Dios, la idea espiritual, incapaz de pecar o enfermar, y pensé en lo que dice Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 323): “A fin de comprender más, tenemos que poner en práctica lo que ya sabemos. Tenemos que recordar que la Verdad es demostrable cuando es entendida, y que el bien no se entiende mientras no se demuestre”.
A la mañana siguiente, al despertar, todo síntoma de asma había desaparecido para nunca más volver.
Estoy muy agradecida por haber tomado instrucción en clase y por el adelanto que esto nos proporciona y también por haber sabido vencer la tentación a no concurrir a una de las reuniones anuales de mi asociación.
La Sra. Eddy nos dice (ibid., pág. 442): “Científicos Cristianos, sed una ley para vosotros mismos, de modo que la mala práctica mental no os pueda dañar, ni dormidos ni despiertos”. A través de mis años de estudio de esta maravillosa religión he comprobado cómo esta ley actúa en la consciencia humana elevándola de la creencia del mal a la comprensión de la totalidad de Dios, el bien.
Mientras me preparaba para ir a la reunión anual de mi asociación, como lo he hecho desde que tomé instrucción en clase en 1962, me vi envuelta en las contradictorias noticias relacionadas con los acontecimientos políticos que ocurrían en el país donde debía asistir a la reunión de mi asociación.
Todo esto, unido a un constante aumento de precios en lo relacionado con el transporte, hotel y estadía, hizo que me decidiera a no participar en esta fiesta espiritual que es para todo alumno, estar con su maestro en tal ocasión.
Se acercaba la fecha, cuando me vino un pensamiento: “Con tu disculpa quedarás bien, pues todos pensarán, incluso tú misma, que no has concurrido debido a la situación política, cuando en realidad, es que no deseas ir”. Reconocí esto con tal fuerza, que desperté de toda esa sugestión e inmediatamente tomé la decisión de ir, sabiendo que podía aplicar lo que había aprendido en clase, que debiéramos poder sanar cualquier aparente situación discordante.
Al día siguiente en la iglesia, un miembro de mi asociación me dijo que iba a nuestra reunión en su coche y me ofreció un lugar. Esto fue para mí como el pan con que Jesús alimentara a sus seguidores en el desierto, y así pudimos cruzar ese grandioso y maravilloso laberinto que es la cordillera de los Andes, subiendo a 4,200 metros de altura, y dando gracias a Dios por Su grandiosa creación.
Éste fue el resultado que como Científicia Cristiana percibí, que obedecer la estipulación en el Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy (Art. XXVI, Sec. 6)): “Las asociaciones de alumnos de los maestros leales se reunirán anualmente”, no nos empobrece. Por lo contrario, nos enriquece aumentando y renovando el caudal espiritual que obtenemos mediante esta enseñanza. En Ciencia y Salud leemos (pág. 233): “Cada día que pasa exige de nosotros pruebas más convincentes y no meras profesiones del poder cristiano. Estas pruebas constan únicamente de la destrucción del pecado, la enfermedad y la muerte por el poder del Espíritu, — como Jesús las destruía. Es este un elemento de progreso, y el progreso es la ley de Dios, cuya ley exige de nosotros sólo lo que ciertamente podemos cumplir”.
Buenos Aires, Argentina