Nunca olvidaré cómo aprendí la lección de amar a mi prójimo como a mí misma. Todo comenzó cuando estaba en tercer grado en el colegio. Nuestro colegio era pequeño con sólo unos treinta alumnos por grado, de manera que todos nos conocíamos. Luego llegó una nueva alumna llamada Nélida. Era muy pobre, y no pasó mucho tiempo hasta que algunos de mis amigos y yo decidiéramos que ella era un buen blanco para nuestra diversión y para ridiculizar.
Nos reíamos y burlábamos de ella porque no se vestía bien y su cabello estaba a menudo despeinado. Incluso escribimos un poema burlándonos de ella, y un día a la hora del recreo salimos al patio y comenzamos a cantarlo en voz alta. Recuerdo que nuestra maestra nos llamó a que entráramos y nos dijo que no estábamos siendo muy amables con esta chica que necesitaba nuestra ayuda y amor. Pero me parece que no ayudó mucho. Dejamos de cantar, pero no nos hicimos amigas.
Para empeorar las cosas yo tomaba el mismo ómnibus de colegio, y ella parecía necesitar tan desesperadamente una amiga que a pesar de que yo había sido desagradable con ella, aún deseaba sentarse conmigo. Pero yo simplemente no le hacía caso.
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