Me siento muy agradecida no sólo por las muchas pruebas de protección que he obtenido mediante una comprensión más clara de lo que es Dios como el único poder o presencia, sino también por las curaciones que los miembros de mi familia y yo hemos experimentado.
Antes de conocer la Ciencia Cristiana, mi madre sufría de lo que los médicos diagnosticaron angina pectoral. El médico dijo que esta dolencia podía ser aliviada, pero que mi madre jamás tendría una curación completa. Después que comenzamos el estudio de la Ciencia Cristiana, los períodos difíciles que tenía mi madre para respirar comenzaron a disminuir y finalmente cesaron por completo. Su primera vislumbre de la verdad acerca de Dios, y del hombre como hijo de Dios, resultó en la curación. Otra curación notable que mi madre tuvo entre muchas otras, fue la de pulmonía cuando tenía más de ochenta años de edad. Con el consagrado tratamiento de un practicista de la Ciencia Cristiana, a los tres días mi madre estaba libre de todos los síntomas de pulmonía.
Durante los muchos años que pertenezco a la Ciencia Cristiana también yo he experimentado curaciones, ya sea mediante la oración de un practicista o de mi propia oración y comprensión de Dios. La superación del temor y el haberme aferrado firmemente a la verdad contenida en la Biblia y en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy y en sus otras obras, hicieron posible estas curaciones.
Estoy agradecida de que la Ciencia Cristiana me enseñó a orar correctamente. ¡Cuán importante es nuestra comunión con Dios por medio de la oración antes de comenzar el día! Nada debiera privarnos de esos momentos apacibles cuando meditamos en las verdades contenidas en las Lecciones Bíblicas del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y oramos por nosotros mismos.
Hace algunos años, una tarde cuando regresaba a mi casa, me salvé de caer de una empinada escalera. Me encontraba en la segunda plataforma de un elevado puente que cruzaba la construcción de un subterráneo. Algo que sucedía en la calle me distrajo, tropecé y di un paso en el vacío. En una mano sostenía un paraguas abierto y en la otra mi cartera. Estaba en el lado izquierdo de la escalera con quince escalones abajo. No hubo tiempo ni siquiera para aferrarme a un pensamiento. Fui lanzada hacia la baranda derecha y di contra ella. Mi pulsera se torció; sin embargo, ni la mano ni el brazo sufrieron daño. Una pequeña torcedura del pie izquierdo sanó prontamente.
¿No fue acaso que en mi oración matutina me había dado cuenta de la omnipresencia de Dios? Había comenzado el día con las siguientes palabras de Pablo que hallamos en la Biblia (Hechos 17:28): “En él [Dios] vivimos, y nos movemos, y somos”. Comprendí que el hombre como reflejo de Dios jamás se ha encontrado en una situación peligrosa. Con profunda gratitud por la mano protectora y guiadora que me había librado de caer permanecí por un instante en esta verdad fortalecedora.
Ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, el haber tomado instrucción en clase, y la oportunidad de servir en este movimiento mundial en su misíon sanadora y redentora para toda la humanidad, es motivo de incesantes bendiciones para mí.
Bonn, República Federal de Alemania