Todos sabíamos que la simulada avalancha era irreal. Nuestro guía de excursión nos lo había explicado todo de antemano. Pero así y todo, después que nuestro vagón entró en el cilindro plástico giratorio, fácilmente podría yo haber creído que me estaba cayendo por profundas brechas. Sin embargo, tal como nos lo había dicho el guía, cuando cerré los ojos la sensación de caída cesó de inmediato y pude sentir que en realidad estábamos aún avanzando sobre una vía horizontal. Momentos más tarde todos salimos de ese túnel de efectos visuales y sonoros especiales.
Siempre he estado agradecida por esta inequívoca ilustración de la irrealidad y naturaleza ilusoria del testimonio de los sentidos físicos. Como Científica Cristiana me di cuenta una vez más de la necesidad de alejarse completamente del cuadro que presentan los sentidos materiales, a fin de percibir la realidad espiritual del ser. La enfermedad, por ejemplo, es solamente una ilusión. Pero sus síntomas pueden parecer tan reales y su nombre sonar tan amedrentador que si no estamos alerta podemos hallarnos aceptándola como real y sometiéndonos a su control.
“La enfermedad no existe”,Ciencia y Salud, pág. 421; declara enfáticamente la Sra. Eddy. La Ciencia Cristiana desarrolla esta declaración explicando que la enfermedad no es un poder, que no es una inteligencia, sino sólo una ilusión del sentido material — el falso sentido que primero arguye que el hombre es material, creado de materia y por la materia, y entonces que es gobernado por las llamadas leyes de la materia y sujeto a condiciones de la materia. El sentido material sostiene que hay limitación, escasez y desigualdad; demasiada materia o muy poca materia; materia deforme, enferma o debilitada. Y afirma que el hombre es la desdichada víctima de la materia.
La Ciencia Cristiana, de acuerdo con el primer mandamiento, acepta sólo a un Dios, un creador, y a ese uno como el Amor infinito. En la Ciencia hallamos un concepto completamente diferente del hombre — el hombre que se percibe mediante el sentido espiritual como la expresión de su Hacedor — una idea en la Mente, inseparable de esta Mente; nunca material, sino espiritual. El hombre es formado en el Espíritu, del Espíritu y por el Espíritu. Él es el resultado infinito de la Vida inmortal, jamás caído sino por siempre mantenido y sostenido por la ley perpetua de la armonía — ley que procede del Principio. El hombre en la Ciencia es completo, intacto y sin tacha en todo detalle porque está perfectamente creado, inteligentemente gobernado y tiernamente cuidado por el Amor infinito. Dios, el bien, es Todo; por lo tanto, no puede haber ninguna otra causa y efecto que no sea Dios perfecto y hombre perfecto.
Pero, usted puede preguntar, ¿cómo uno puede permanecer inmutable ante la enfermedad cuando la ve por todas partes? ¿Cómo podemos saber que no es real? Y, aún más, ¿cómo podemos probar la irrealidad de la enfermedad y la totalidad de Dios, el bien? “Considera al íntegro, y mira al justo”, Salmo 37:37; nos enseña la Biblia. Así como en el episodio de la avalancha yo no pude ver la falsedad de la ilusión mientras la miraba, así también cuando la evidencia de la enfermedad nos tienta a admitir y aceptar su pretensión de realidad, debemos volvernos completamente del falso testimonio del sentido material y ver allí mismo al hombre creado por Dios — espiritual, intacto, hermoso y libre. En realidad, ése es el único hombre que existe.
Cristo Jesús, el Mostrador del camino, jamás se dejó impresionar por la enfermedad. En el Nuevo Testamento tenemos su ejemplo, sus instrucciones y lo que prometió a sus seguidores respecto a la curación de los enfermos. “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que se le aparecía allí mismo donde los mortales ven al hombre mortal y pecador”, escribe la Sra. Eddy. “En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo”.Ciencia y Salud, págs. 476–477;
La clara percepción que Jesús tenía del hombre como la semejanza del Amor le permitió permanecer inmutable ante la evidencia material de una mano seca y ver en cambio la perfección del hombre. ¿El resultado?: Restituyó la mano del hombre a la normalidad. Y allí mismo donde la muerte era tan evidente al sentido material, Jesús rehusó dejarse impresionar por la ilusión de la muerte; percibió, en cambio, la Vida eterna como la ley del ser del hombre, y resucitó a Lázaro de la muerte.
Jesús encomendó a sus discípulos: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios”. Mateo 10:8; Es evidente, también, que él esperaba que sus seguidores obedecieran su mandato de sanar a los enfermos y resucitar a los muertos, pues prometió que aquellos que creyeran en él harían las obras que él hizo y aún mayores (ver Juan 14:12).
Ciencia y Salud nos da instrucciones explícitas de cómo seguir el ejemplo de Jesús para sanar enfermedades en lugar de dejarnos impresionar por ellas y aceptarlas. Allí la Sra. Eddy escribe: “Cuando la ilusión de la enfermedad o del pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento”.Ciencia y Salud, pág. 495; Pero, ¿qué decir si ya estamos impresionados — o hasta aterrorizados — por la enfermedad? ¿Qué si ya hemos estado aceptándola? Si éste fuera el caso podemos dejar de continuar siendo impresionados por ella. Y nunca es demasiado tarde.
Un día, impresionada por alarmantes síntomas de enfermedad en nuestro hijo solicité a un practicista de la Ciencia Cristiana que le diera tratamiento. Me di cuenta de que el practicista no se impresionó por el cuadro que le describí. Me aseguró que nada es imposible para Dios; que en realidad Dios es Todo y que en esa infinitud del Amor no hay lugar para nada desemejante al bien. Nos recordó a mi esposo y a mí que la discordancia de cualquier clase es sólo una mentira, y que jamás necesitamos aceptar una mentira. Nos dijo que podíamos agradecer esta oportunidad de comprobar la omnipotencia del Amor divino para destruir esta mentira de enfermedad. Y luego agregó: “La enfermedad jamás ha tocado, ni puede jamás tocar, a la criatura de Dios. Así es que no se dejen impresionar por la enfermedad”.
¡No se dejen impresionar! ¡Esto parecía una exigencia imposible! Pero la confianza del practicista en el poder sanador del “concepto correcto del hombre”, percibido y demostrado por Jesús, me alentó a dejar de continuar impresionándome. No puedo decir que fue fácil; pero poco a poco, siempre que la evidencia de dolor e incapacidad me tentaba a temerla o a aceptarla, me aferraba más firmemente a la Mente divina y a su idea espiritual. Mi esposo también oró para ver a nuestro hijo como espiritual y perfecto en todo sentido.
Al principio parecía no haber progreso físico. A menudo me sentía pronta a descorazonarme; pero siempre, mediante la lectura de muchas curaciones relatadas en la Biblia, recibía el aliento que necesitaba para persistir.
Un día me pregunté a mí misma cómo podía dudar del Amor, el mismo Principio divino que restableció una mano seca a la normalidad, capacitó a un hombre cojo para saltar, y resucitó a los muertos. La respuesta: No podía dudar. Diariamente nuestra confianza en el gran amor de Dios fue en aumento. A medida que dejábamos que el Espíritu indeleblemente grabara en nuestro pensamiento las verdades espirituales de la armonía, ya no nos encontramos impresionados por el cuadro de enfermedad. Entonces la enfermedad desapareció.
Como ven, la enfermedad no tuvo más poder para imposibilitar a este niño que el que tuvo la simulada avalancha para destruirme a mí. Aferrándonos persistentemente a la verdad de Dios perfecto y hombre perfecto a pesar de la evidencia material contraria, estábamos obedeciendo las instrucciones que Jesús diera a sus discípulos cuando éstos le preguntaron por qué no habían podido sanar a un paciente. Él les dijo: “Este género no sale sino con oración y ayuno”. Mateo 17:21. Con el firme respaldo del practicista habíamos continuado orando y “ayunando” hasta que la creencia en el poder y la realidad de la enfermedad fue totalmente erradicada de nuestro pensamiento. Y cuando la creencia humana cedió a la comprensión espiritual, la enfermedad perdió el único punto de apoyo que había tenido — en el pensamiento. La curación completa del niño fue el resultado natural del pensamiento espiritualmente iluminado.
Dios nos ha dotado a todos con la habilidad de comprenderlo a Él, de confiar en Él y, más aún, de glorificarlo a Él sanando toda clase de discordancia en el reino humano. Y a medida que aprendemos a ejercitar esta habilidad otorgada por Dios, nos encontramos viendo a un solo Dios y Su reflejo perfecto en todas partes y amando todo lo que vemos. Posando nuestra mirada firmemente en la creación espiritual nos rehusaremos con comprensión a ser impresionados por la ilusión de la enfermedad, y entonces la curación se efectuará.