Un hombre estaba juntando papeles y desperdicios en la calle, cuando se enfrentó con otro individuo que venía en sentido contrario; ambos parecían estar ebrios. Comenzaron a discutir acaloradamente y el enfrentamiento amenazaba terminar violentamente.
En la acera de enfrente una Científica Cristiana observaba la imprevista escena. Comprendió que la situación necesitaba corregirse inmediatamente pero, desde un punto de vista humano, ella poco o nada podía hacer. Se dispuso, sin embargo, a percibir más cabalmente lo que las Escrituras dicen que es el hombre: la imagen y semejanza de Dios, la expresión consciente del Amor divino.
Al tornar su pensamiento totalmente a Dios, el Principio divino, reconociendo Su presencia y totalidad, una sensación de paz y calma la invadió. Afirmó la toda armoniosa naturaleza del Amor y negó que cualquier amenaza de violencia pudiera quebrar la armonía establecida por el creador. De pronto ambos hombres dejaron los hierros que blandían y se fueron juntos abrazados.
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