Un hombre estaba juntando papeles y desperdicios en la calle, cuando se enfrentó con otro individuo que venía en sentido contrario; ambos parecían estar ebrios. Comenzaron a discutir acaloradamente y el enfrentamiento amenazaba terminar violentamente.
En la acera de enfrente una Científica Cristiana observaba la imprevista escena. Comprendió que la situación necesitaba corregirse inmediatamente pero, desde un punto de vista humano, ella poco o nada podía hacer. Se dispuso, sin embargo, a percibir más cabalmente lo que las Escrituras dicen que es el hombre: la imagen y semejanza de Dios, la expresión consciente del Amor divino.
Al tornar su pensamiento totalmente a Dios, el Principio divino, reconociendo Su presencia y totalidad, una sensación de paz y calma la invadió. Afirmó la toda armoniosa naturaleza del Amor y negó que cualquier amenaza de violencia pudiera quebrar la armonía establecida por el creador. De pronto ambos hombres dejaron los hierros que blandían y se fueron juntos abrazados.
¡Cuánta satisfacción, salud y armonía nos trae la expresión en nuestra vida diaria de la presencia de Dios, el Amor divino, el Principio infinito, y qué clara resulta la declaración de Juan: “Dios es amor”! 1 Juan 4:8; La Ciencia Cristiana nos da maravillosas demostraciones de la presencia sanadora del Amor cuando nos disponemos a amar a Dios con todo nuestro corazón y cuando nos miramos a nosotros y miramos a los demás con ojos espirituales, es decir, cuando vemos las cualidades de nuestro Padre-Madre Dios — bondad, belleza, amabilidad, salud, inteligencia — expresadas en cada individuo, en lugar de las deplorables condiciones exhibidas por la naturaleza mortal.
Si miramos las cosas con la percepción pura de la realidad espiritual, ¿podemos sentir algo menos que amor por nuestro prójimo? ¡Imposible! Porque estamos mirando y reflejando la presencia infinita del Espíritu, Dios, el Amor divino.
Cristo Jesús nos enseñó que debemos expresar amor, espontánea, constante e imparcialmente en nuestra vida, cuando resumió la ley de Moisés en dos profundos y grandes mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37, 39; El hombre que amó más que ningún otro sobre la tierra, al punto de dar su vida por sus amigos y por la humanidad entera, aun cuando aquellos amigos lo abandonaron en el momento de su mayor agonía sobre la tierra, concluye diciendo que de esos dos mandamientos depende toda la ley. Es decir, que llevar una vida armoniosa en obediencia a Dios depende de nuestra expresión constante del Amor divino — de nuestro reconocimiento de que la presencia infinita de Dios está operando en nosotros.
No se trata de un amor personal y posesivo; de una persona dominando a otra por un falso concepto del afecto. Jesús se refería claramente al amor que siente y expresa el Amor divino. Éste es el amor que sana. Es el amor que Pedro demostró cuando, con Juan, sanó a un hombre cojo que pedía limosna en la puerta del templo. Al expresar ese Amor que es Principio divino, el gran Apóstol eliminó la cojera que dominaba a aquel hombre. Pedro le dio algo más valioso que cualquier regalo material: la curación instantánea.
La Ciencia Cristiana muestra que si alguien que necesita curación percibe la presencia del Cristo, la Verdad, no necesita del transcurrir del tiempo para que se efectúe la curación —ésta es instantánea; las condiciones de salud se expresan espontáneamente en virtud de su comprensión espiritual de esa presencia.
Cuando mi esposa estaba esperando un bebé, un médico le dijo que la criatura se hallaba mal colocada por lo que no podría tener un parto normal. Consultó a una practicista de la Ciencia Cristiana para que la ayudara mediante la oración. La practicista le aseguró que la correcta y única “colocación” del bebé era su unidad con Dios, su Principio divino, y que tanto el bebé como la madre estaban rodeados por el amor de Dios. Instantáneamente mi esposa sintió un suave movimiento y la criatura quedó correctamente colocada, según lo comprobó después el propio médico. El parto fue normal y sin sufrimiento. El espíritu de la Verdad y el Amor presente en aquella conversación con la practicista, produjo la curación instantánea.
El permanecer firmes en el Principio divino, Dios, y expresar Sus cualidades — comprendiendo prácticamente que Dios es Amor — nos capacita para traer curación a cualquier situación discordante que se nos presente. Una áspera discusión, el temor, una situación de carencia o pobreza, malos hábitos, enfermedad — cualquiera sea su nombre o naturaleza, el error desaparece ante la presencia del Cristo, la Verdad. La Sra. Eddy dice: “El poder de Dios liberta al cautivo. Ningún poder puede resistir al Amor divino”.Ciencia y Salud, pág. 224.