A veces se nos presenta este interrogante: ¿Cuál es en realidad el significado de la vida, y cuál es el significado de mi vida? En muchos casos esta pregunta puede surgir de un sentimiento de vacío, de duda, de temor, discordancia o desesperación.
Las filosofías y teorías humanas se han esforzado en vano en dar respuestas satisfactorias y duraderas al problema de la existencia. Mas las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, que están de acuerdo con la Biblia, nos dan una solución satisfactoria y demostrable del significado de nuestra vida.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “El hombre es la expresión del ser de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 470; El ser de Dios es completamente bueno. Dios es la Mente creadora que no conoce mal o destrucción alguna. Es el Espíritu siempre presente, la sustancia de todo ser. Dios es el Alma armoniosa, infinitamente pura, inmune a las supuestas pretensiones del pecado. Es el Principio infalible que no incluye equivocaciones; es la Vida eterna, que no crea ni permite la enfermedad y la muerte; es la Verdad liberadora, que excluye todo error; es el Amor ilimitado sin vestigio de odio o enemistad. Este Dios que es todo amor y completamente bueno, es el creador del universo, y el Padre y Madre del hombre. La lealtad, la vigilancia, el amor fraternal y el deseo de ser útil emanan de Dios. El hombre nunca está separado de Él; no hay ni un solo momento en que Dios cese de cuidar de Su idea, el hombre.
Cuando hemos llegado a comprender lo que somos — a saber, el reflejo amado de un Dios eterno, bondadoso, del todo armonioso — podemos preguntarnos cuál es nuestra tarea actual. Nuestro Maestro, Cristo Jesús, nos da la contestación a esta pregunta en las siguientes palabras: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad”. Juan 18:37; ¿Acaso no debiéramos ser, al igual que sus seguidores, testigos de la verdad? Esto no significa que debemos aislarnos del mundo a fin de llevar una vida dedicada a Dios. El Científico Cristiano puede probar mediante su trato con los demás que su religión es práctica y de importancia vital para lograr una vida feliz y productiva por medio de la cual él y los demás sean bendecidos.
Un matrimonio, ambos Científicos Cristianos, vivían en una casa en la cual residían muchos otros inquilinos. Una señora que habitaba en la casa sufrió una prueba severa. Este matrimonio le escribió algunas palabras alentadoras y reconfortantes, basadas en su entendimiento de la Ciencia Cristiana. La señora los invitó y les preguntó la razón de su firme amistad y preocupación por ella. El matrimonio entonces le habló acerca de la Ciencia Cristiana y sus verdades prácticas, sanadoras. La señora los escuchó con gran interés. Se compró un ejemplar de Ciencia y Salud, lo estudió con avidez y desde entonces asistió frecuentemente a los cultos de la iglesia de la Ciencia Cristiana.
¿Acaso este incidente no ilustra la naturaleza de nuestra tarea, es decir, atestiguar la verdad del ser espiritual y perfecto?
Yo también pasé cierta vez por una experiencia muy difícil y oré a Dios para que me diera el suficiente entendimiento espiritual para poder reconocer la luz del Amor divino que brilla a través de la oscuridad mental. De inmediato recibí un mensaje divino en las palabras de un poema de la Sra. Eddy:
A Cristo veo caminar,
venir a mí
por sobre el torvo y fiero mar;
su voz oí.Poems, pág. 12;
Sentí el amor de nuestro Padre-Madre Dios inundando mi consciencia. Sentí una seguridad que sólo Dios puede darnos, una certeza de mi inseparable relación con Él, y con cada una de Sus ideas. De pronto, vi claramente la tarea que debía cumplir: expresar gozo y gratitud, estar dispuesta a ayudar y a demostrar amor fraternal, hacer el bien — en suma, atestiguar de la infinita bondad de Dios, y compartir mi comprensión con los demás.
Cuando el Cristo, la Verdad, penetra en nuestra consciencia, corrige el pensamiento equivocado y nos salva de las numerosas creencias de vida en la materia. El Cristo trae consigo la certeza de que podemos satisfacer todas las exigencias de la vida diaria, que poseemos la inteligencia suficiente como ideas de la Mente divina, y que no debiéramos sentir ansiedad, pues el Amor divino está siempre presente, gobernando al hombre a través de su ley infalible. Cuando el temor se infiltra en nuestro pensamiento, podemos reconocerlo como un incitador que intenta convencernos de que estamos separados de Dios, la Mente divina, y que por lo tanto somos incapaces de resolver un problema en particular, que determinado trabajo es demasiado difícil para nosotros, o que el problema es tan complicado que no podemos esperar una solución. Todas estas sugerencias llenas de temor proceden de la mente mortal, la mentira de que existe otra mente o poder aparte de la omnipotencia de Dios.
De modo que si enfrentamos una tarea que parece llenarnos de temor, podemos recurrir al Amor divino con absoluta confianza y devoción y sentir nuestra unidad con Dios. Entonces podemos oponernos vigorosamente a la mentira de la mente mortal que pretende insinuar que nos encontramos sin la ayuda de Dios y que estamos irremediablemente expuestos a las condiciones hostiles de la vida material.
Al considerar el significado de la vida, es importante preguntarse: ¿Qué es lo que tengo para dar? Y entonces debemos prepararnos a expresar la totalidad del Amor divino hacia nuestra familia, nuestro prójimo, nuestros colegas, y hacia todos con quienes estamos en contacto. Al dar, ayudamos a revelar el ser de Dios; y cuanto más amor damos, más amor recibimos. ¿Acaso no es éste un propósito que merece nuestra atención?
Podemos comenzar el día con una oración de agradecimiento por las bendiciones divinas que nos esperan. Tal oración de gratitud abre la puerta al gozo, y la expresión de gozo influye y ayuda a nuestro prójimo — no permanece sin efecto. Esta consciencia elevada es prueba de nuestra unidad inseparable con Dios, nuestro creador. Nos da fortaleza y valor para enfrentar las tareas que se nos presentan y para llevarlas a cabo — dando consuelo a los demás, llevándoles el mensaje sanador de que son hijos amados de Dios. Éste es el mensaje que ofrece la inmunidad a toda creencia mortal y errónea. Encontraremos la calma y la paz en el cumplimiento de nuestro trabajo y nos veremos fortalecidos con las palabras de Isaías: “No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oir desde la antigüedad, y te lo dije? Luego vosotros sois mis testigos”.Isa. 44:8.