“Pocos creen que la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) contiene infinitamente más de lo que ha sido demostrado, o que la altitud de sus proposiciones más elevadas no se ha alcanzado todavía”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 146; Éstas son palabras de Mary Baker Eddy. Ella sabía, mediante revelación y demostración, que hasta el último argumento de que hay vida en la materia tiene que ceder finalmente al hecho de que la Vida es Espíritu, totalmente independiente de la materia para su continuidad y manifestación.
El mundo está hambriento de aquello que el materialismo no puede dar. A medida que la humanidad despierta a comprender la necesidad que tiene de contar con un punto de vista más espiritual, y a percibir las ricas bendiciones que fluyen de la espiritualidad, habrá un influjo tal hacia la Ciencia Cristiana como hasta ahora no se ha conocido. Esto significa que cada Científico Cristiano, cada seguidor del Maestro, Cristo Jesús, tiene trabajo que hacer, una tarea que cumplir. ¿Y por dónde comenzamos? Por nosotros mismos, por supuesto. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, dice: “Aún se necesitan las fuertes cuerdas de la demostración científica, tal como Jesús las torció y manejó, para purificar los templos de su vano tráfico en el culto mundano y hacerlos dignas moradas del Altísimo”.Ciencia y Salud, pág. 142; Necesitamos purificar nuestra propia consciencia de la sutil confianza en la materia que nos tienta a todos.
La subyugación de la fe en la materia es la inmolación propia, y esta inmolación es lo único que nos permite purificar el templo y depositar nuestra ofrenda sobre el altar. A veces superficialmente pensamos: “La Ciencia Cristiana requiere que yo deje todos mis temores, mi voluntad humana y mis placenteras concesiones favoritas sobre el altar”. Creemos que éste es el sacrificio que debemos hacer para obtener comprensión espiritual. Mas éste no es el sacrificio requerido. La fe en la materia debe desaparecer para que podamos poner al ser perfecto, al cordero sin mancha, sobre el altar. A los israelitas de antaño no se les permitía deshacerse de sus viejas ovejas decrépitas poniéndolas sobre el altar. ¡De ninguna manera! Tenían que ofrecer el cordero sin mancha, el más perfecto, el más valioso del rebaño. Del mismo modo, nuestra inmolación propia requiere que demostremos nuestra verdadera identidad, la naturaleza y belleza espirituales de nuestro ser, nuestra pureza e integridad. Nada menos es aceptable al Padre. Esta demostración involucra vencer totalmente el falso sentido del ser. Todas las creencias de nacimiento, muerte, sensualidad, temor, voluntad humana, enfermedad, pecado — todo lo que no es espiritual — deben ceder al Cristo. Tiene que haber una renuncia total a este falso sentido, una entrega total, para que el hombre creado por Dios pueda aparecer.
Al calmar la tempestad y resucitar a los muertos, Jesús demostró la potencia moral de la Mente, pero esto pudo hacerlo sólo por lo cabalmente que él mismo vivía esa moralidad. Cuando la Sra. Eddy enfrentó las mortíferas arremetidas del mundo al establecer el movimiento de la Ciencia Cristiana, lo hizo con la potencia moral de la Mente, la cual ella vivía, amaba y obedecía día a día desde lo más profundo de su ser.
Hoy en día la mente mortal arremete fuertemente contra la moralidad. Quisiera echar al viento la disciplina de los Diez Mandamientos — y al mismo tiempo esperar las bendiciones de las Bienaventuranzas en amor, comodidad, seguridad y demás. La mente humana no quiere admitir que la felicidad y el amor son espirituales y que no se encuentran en la materia.
La prueba de la Ciencia Cristiana radica en su revelación de que Dios es el Principio divino, y que el Amor no es persona, sino Principio. El Principio divinamente cierto del amor opera por medio de la ley espiritual. Esta ley es la base de la curación cristiana.
El magnetismo animal, o sea, la pretensión del mal a actuar y a ejercer poder, le hace fuertes embestidas al Científico Cristiano, tratando de poner su moralidad en peligro. La Sra. Eddy nos advierte de la necesidad de una vigilancia constante, ya que con la Ciencia sacando a la superficie los medios sutiles del error, los subterfugios para pecar secretamente se han multiplicado. Jamás debemos abandonar el mirador de la autoexaminación. Debemos vigilar nuestros más recónditos pensamientos y motivos. ¿Nos llevan ellos hacia los senderos del sentido personal o hacia la armonía con la Verdad y el Amor? Debemos rechazar lo falso y asirnos de lo verdadero.
La pereza mental es la enemiga del progreso. Sólo nosotros somos responsables de lo que pensamos, y nadie puede pensar por nosotros o impedir que pensemos correctamente. ¿No es esto acaso razón para estar agradecidos? Con la ayuda de Dios podemos cerrar la puerta a los pensamientos sensuales y a las sugestiones falsas e hipnóticas, y abrirla de par en par a la Verdad. Esto no es fácil, ¿pero quién quiere que sea fácil? Jesús dijo que el camino es estrecho, mas este camino es el camino de la inmortalidad y la felicidad.
Pensemos por un momento en esta potencia moral. Los Diez Mandamientos no son un sistema humano de ética pasado de moda. No son un código humano que pueda cambiarse a voluntad. Son el resplandor en la experiencia humana de la ley espiritual básica subyacente, una ley que ningún humano ha hecho jamás y que ningún humano podrá jamás cambiar. Ésta es la ley del Principio divino que sostiene al universo. Es la ley que los físicos buscan pero que no logran encontrar en la física material. Ésta es la ley que el sensualista, el materialista, quisiera echar a un lado; pero no puede. Tarde o temprano el camino de la sensualidad, camino que carece de ley, conduce a su propia destrucción.
En el ministerio de Jesús la ley moral floreció en las Bienaventuranzas. Él demostró que no hay Bienaventuranzas sin los Mandamientos, y que no hay Mandamientos sin las Bienaventuranzas. Ambos van mano a mano. Pablo lo expresó muy sencillamente al decir: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”. Rom. 13:10; El amor a Dios cumple los primeros cinco mandamientos — el amor que Jesús demandó de nosotros usando palabras del Antiguo Testamento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente”. Lucas 10:27; Un amor así no tiene otros dioses. Requiere vencer la creencia total de vida en la materia, la cual se opone a Dios. Por lo tanto, el amor a Dios no tiene ídolos. Nunca toma el nombre de Dios en vano; nunca le atribuye realidad a algo que no sea espiritual — al pecado, a la enfermedad, o a la muerte —; nunca los teme, los adora, los acepta o los tolera. Tal amor por Dios se acuerda “del día de reposo para santificarlo”, Éx. 20:8; es decir, mantiene como la única realidad la perfección, integridad, y santidad de todo lo que Dios hizo, y la nada absoluta de todo lo que Él no hizo.
Esta clase de amor por Dios lo honra a Él como Padre-Madre y al hombre como Su semejanza. Por lo tanto, es el amor que no podría matar, cometer adulterio, robar, levantar falso testimonio o codiciar. Por eso es que el amor es el cumplimiento de la ley. Por eso es que guardar los Mandamientos gana la recompensa de las Bienaventuranzas.
Con sencilla franqueza la Sra. Eddy expone en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Para poder curar a su paciente, el metafísico tiene primero que echar fuera de sí mismo los males morales, y así lograr la libertad espiritual que le capacitará para echar fuera de su paciente los males físicos; pero no podrá curar, mientras su propia esterilidad espiritual le prive de dar de beber al sediento y le impida alcanzar el pensamiento de su paciente, — sí, mientras la penuria mental enfríe su fe y su entendimiento”.Ciencia y Salud, pág. 366;
Esto requiere inmensamente más que el meramente ser buenos seres humanos. La Sra. Eddy vigorosamente nos previene aquí contra la “esterilidad espiritual” y contra la “penuria mental”. ¿Han pensado ustedes en estas expresiones? Por cierto que no podemos darnos el lujo de ser infructuosos en nuestro trabajo — de dejar de sembrar la buena semilla que crecerá y rendirá una cosecha. Ni tampoco podemos permitirnos la falta de inspiración, la abyecta pobreza mental que resulta de la renuencia a dejar que el Cristo, la Verdad, riegue y alimente nuestro pensamiento. La fertilidad espiritual, los tesoros de inspiración, la riqueza de la Mente — todos ellos son absolutamente esenciales en el trabajo de curación cristiana. Todo el mundo sabe que el cultivo de un jardín y la siega de una cosecha requieren estricta obediencia a las instrucciones, y vigilancia, energía y devoción de propósito. La holgazanería y el ocio no tienen cabida. Hay que preparar mucho el terreno, sembrar cuidadosamente, arrancar malezas de continuo, regar mucho, nutrir y podar; en otras palabras, constante y cuidadosa labranza.
Hoy en día el poder sanador de la Ciencia Cristiana está siendo demostrado; no obstante, sólo estamos tocando sus bordes. El poder del Cristo es una Ciencia revelada y demostrable; su promesa se está infiltrando en el cristianismo ortodoxo con un renovado interés en la curación espiritual. Su Ciencia se encuentra solamente en la Ciencia Cristiana.
Aquellos que han estudiado música recordarán el verdadero gozo e inspiración que sentían aquellos días en que sus maestros se sentaban a ejecutar en el piano o en otro instrumento, piezas de Brahms, Beethoven o Chopin, que ellos como alumnos estaban estudiando, pero que todavía no dominaban. Oían armonías y melodías, colorido y profundidad que nunca antes habían percibido, y veían las posibilidades que ellos podían alcanzar y expresar. Lo mismo sucede en la Ciencia.
Piensen en la magnificencia del ministerio del Maestro, en la grandeza de su demostración de la Ciencia del Cristo que lo hicieron nuestro Modelo. Piensen en su obra de curación: el hombre ciego de nacimiento; los diez leprosos; la mujer con el flujo de sangre; el hombre con la mano seca; la pequeña hija de Jairo; el siervo del centurión; la resurrección del hijo de la viuda; la hija de la mujer sirofenicia, la cual, de acuerdo con la ley hebrea, era considerada como una extranjera impura; la resurrección de Lázaro; y las miles y miles de curaciones que efectuó entre las multitudes y que no se hallan registradas, y, finalmente, su propio triunfo sobre toda la materia. ¡Piensen en ello! Éste es el poder de la Ciencia Cristiana que él ejemplificó para toda la humanidad; el poder que la Sra. Eddy descubrió y nos dejó para vivirlo y demostrarlo.
Cuando obtenemos tan siquiera una vislumbre de “las fuertes cuerdas de la demostración científica” que se necesitan hoy en día para purificar los templos del pensamiento del mundo, y cuando vislumbramos un tanto la purificación que esto requiere de cada uno de nosotros, bien podemos tomar en serio el comentario del Maestro: “No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo”. Juan 3:7.