[Este artículo sobre la Escuela Dominical aparece en inglés en el The Christian Science Journal de esta misma fecha.]
La invitación a enseñar en la Escuela Dominical es un llamado para que hagamos uso excelente de nuestro entendimiento espiritual. Esto es todo. ¿Podemos contestar afirmativamente a este llamado? Por cierto que sí. Cada uno de nosotros puede aprender a demostrar todo el poder, discernimiento y sabiduría de la Mente divina, el origen verdadero del hombre. Todos podemos confiar en Dios para proporcionar la guía necesaria en cada etapa del camino.
En otras palabras, la inteligencia empleada al servicio de la enseñanza de las verdades espirituales tiene su origen en Dios y no proviene de nosotros personalmente. El hombre refleja esta inteligencia, y al comprender esto podemos desarrollar las aptitudes que necesitamos en el desempeño de la enseñanza en la Escuela Dominical. Entonces, si el sentido mortal nos insinúa: “Pero si jamás has enseñado nada, ni siquiera has sido alumno de la Escuela Dominical”, ¿cuál es la respuesta? Pues, ésta en las palabras de la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, págs. 518–519): “Nada es nuevo para el Espíritu. Nada puede ser novedad para la Mente eterna, autora de todas las cosas, la que desde toda eternidad conoce Sus propias ideas”.
La falta de experiencia sólo es uno de los argumentos que a veces pueden inducirnos a rechazar el cargo de maestro. Pero cualesquiera que sean estos argumentos, hay una respuesta para cada uno de ellos, en la Biblia, en Ciencia y Salud o en las otras obras de la Sra. Eddy, y en las publicaciones de nuestro movimiento.
Por ejemplo, el libro de Josué describe la disciplina espiritual que nos capacita para superar cualquier desafío que pudiera surgir en la Escuela Dominical. Dios dijo a Josué (1:7): “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas”.
La Sra. Eddy nos dice en Ciencia y Salud (pág. 180): “Cuando el hombre es gobernado por Dios, la Mente siempre presente que todo lo entiende, el hombre sabe que para Dios todas las cosas son posibles”. ¡Qué mayor apoyo puede obtener un maestro en la Escuela Dominical que la aceptación de esta gran verdad! Al conocer esta realidad científica, el que ya es maestro, o el que va a serlo en el futuro, puede confiar en su capacidad otorgada por Dios para encarar casos de alumnos indisciplinados o que no prestan atención en clase.
Sabemos de una señora que para enseñar en la Escuela Dominical tuvo que vencer lo que parecía un gran obstáculo — su timidez.
Había estado estudiando Ciencia Cristiana durante sólo unos pocos años cuando tomó instrucción en clase, y casi inmediatamente después, su iglesia la invitó a servir como maestra en la Escuela Dominical. Esta señora siempre había sido y era hasta ese momento muy tímida. Ni siquiera le era fácil relacionarse y hablar con los miembros de la iglesia, y enseñar en una clase de la Escuela Dominical le parecía imposible. No obstante, su devoción a la Ciencia Cristiana era profunda y sentía un vivo deseo de servir a su iglesia.
En consecuencia, buscó el consejo de su maestro quien le recomendó que no abrigara temor alguno, sino que confiara en Dios para su fortaleza, valor y aptitud para enseñar. Su maestro le recordó la declaración de San Pablo (Filipenses 2:13): “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Esto la alentó y tranquilizó de tal manera que aceptó el cargo. Confió como un niño en la ayuda de Dios para cada problema que surgía en la clase que se le había asignado. A medida que transcurría el tiempo, se dio cuenta de que estaba desarrollando una habilidad que no sabía que tenía — la de atraer la atención y el amor de los niños más pequeños. Fue necesario tener valor, orar mucho y dejar de lado lo que parecían ser defectos personales. Sin embargo, perseveró y se convirtió en una maestra notablemente eficiente en clases que para muchos parecen las más difíciles.
Una de las “herramientas” en continua demanda que debe mantenerse afilada y reluciente, es la oración científica y sistemática en apoyo de la enseñanza. Nuestro estudio de la letra de la Ciencia es esencial, pues a través de éste aprendemos las claras y puras realidades del ser espiritual. Como dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (págs. 322–323): “Los mortales tal vez busquen el entendimiento de la Ciencia Cristiana, pero no podrán recoger de la misma las realidades del ser sin luchar por ellas. Esta lucha consiste en el esfuerzo de abandonar el error de toda índole y de no poseer otra consciencia sino la del bien”.
Quizás usted desee compartir con nosotros una experiencia específica de cómo superó la resistencia para enseñar en la Escuela Dominical. Nos interesará saberlo. Al escribir, refiérase a este artículo y dirija su carta a:
The First Church of Christ, Scientist
Department of Branches and Practitioners
Sunday School Division, A-141
Christian Science Center
Boston, MA, U.S.A. 02115
[Preparado por la Sección Escuela Dominical, Departamento de Filiales y Practicistas.]
[Esta columna aparece trimestralmente en El Heraldo de la Ciencia Cristiana]