Después de muchas operaciones y mucho tratamiento médico, pasaba gran parte de mi vida en cama. Como había sido muy activa y tenía una pequeña hija para cuidar, esto era muy deprimente. Un día, una vecina me trajo Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Me mostró en la parte de atrás del libro los testimonios de curaciones logradas mediante la lectura de este libro.
No sabía nada acerca de la Ciencia Cristiana y, como me inclinaba mucho hacia la medicina, encontré que el libro era muy contrario a mis conocimientos anteriores. A veces lo echaba a un lado, pero como estaba desesperada, volvía a tomarlo nuevamente y continuaba leyendo y orando para que, tal como dice la Biblia, la verdad me hiciera libre. Un día, de repente, empecé a comprender lo que estaba leyendo. Era primavera y con mucho esfuerzo me acerqué a la ventana y vi un mundo nuevo, hermoso, con nuevas hojas verdes, y lilas. Para el fin de esa semana, me encontraba bien.
Pronto llegó el verano y estaba ansiosa por probar otras maneras de ayudarme con esta maravillosa revelación. Mi tez es muy delicada y nunca podía sentarme al sol sin un sombrero muy grande y con el cuerpo bien cubierto, pues de otra manera me ampollaba. Una semana, la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, incluía el siguiente versículo de la Biblia (Salmo 121:6): “El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche”. Esto me dio valor, Luego de haber permanecido en el sol, me puse roja pero me sentí tan inspirada que pensé: “¿Y qué si aparentemente estoy quemada? El sol no puede afectar al hombre, que no es material, sino espiritual, según Ciencia y Salud”. Y eso fue el fin del doloroso y desventurado problema. Ahora puedo permanecer en el sol durante horas sin sufrir ningún efecto.
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