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Amando a nuestros hijos

Del número de mayo de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos debiéramos considerarnos como si tuviéramos hijos a quienes cuidar. Hasta los solteros, los recién casados y los abuelos tienen la oportunidad de dar a los niños una buena parte de su amor y atención. Los niños en la sociedad necesitan urgentemente de la especial contribución que los Científicos Cristianos pueden aportar para su bienestar.

Una breve investigación de la actitud del público hacia los niños, nos muestra hoy en día que el bienestar de éstos está en peligro. Estudios recientes indican que hay un gran número de madres que si se les diera nuevamente la oportunidad de elegir, no tendrían hijos. En los últimos años ha habido una plaga de películas mostrando niños como si estuvieran poseídos por el demonio. El mal trato que se da a los niños, la falta de cuidado y un promedio más alto de suicidios entre la juventud, indican claramente la gran necesidad de proteger a los niños y traer curación a la actitud de la sociedad hacia ellos.

Los padres amarán a sus hijos en la medida en que los comprendan. Y se obtendrá una genuina comprensión cuando el pensamiento de la humanidad comience a entender la verdadera naturaleza espiritual del niño. El niño de la creación de Dios es sano y puro, expresa bondad, madurez, alegría y amor. Aun en medio de evidencia contraria, la verdadera naturaleza del niño permanece intacta. A medida que la mentalidad de los padres se vaya espiritualizando, reconocerán las auténticas características espirituales de los niños, y las actividades de éstos comenzarán a estar de acuerdo con la visión de los padres.

La Sra. Eddy vio que, en realidad, los niños son espirituales y perfectos. En Ciencia y Salud, comienza así su definición de “hijos”: “Los pensamientos espirituales y representantes de la Vida, la Verdad y el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 582; En esta manera de pensar hay poder de curación. A medida que la hacemos nuestra, colocamos no sólo a nuestros hijos sino también a los niños de toda la sociedad en una situación protectora y purificadora. Tal punto de vista comienza a elevar hacia una clara comprensión espiritual el concepto limitado y falso que tiene la sociedad acerca de los niños.

La definición de la Sra. Eddy también indica que, muy a menudo, se considera a los niños desde un punto de vista material: “Creencias sensuales y mortales;... suposiciones materiales de vida, sustancia e inteligencia, opuestas a la Ciencia del ser”.ibid., pág. 583; Este punto de vista mortal que quisiera predominar tanto en el pensamiento de los padres como en el de toda la sociedad, debe ceder a la inspirada convicción de que, en realidad, Dios es el único Padre. Que Él es el eterno Padre-Madre de toda idea espiritual. Que solamente Él preserva la perfección de Su hijo y lo hace siempre e infaliblemente. Cada uno de nosotros puede comenzar a comprender que los niños son muy valiosos en nuestra sociedad y que nosotros somos los guardianes de su desarrollo y progreso. Tenemos la obligación de elevar el pensamiento mortal sacándolo de sus ignorantes y abusivos conceptos acerca de todos aquellos que, en su verdadera naturaleza, son representantes del Amor. La frustración, el enojo y el desaliento pierden su supuesta validez cuando respondemos al Amor divino y su creación, en vez de reaccionar a las creencias mortales.

El hijo de la creación del Amor no es una personalidad mortal que se va desarrollando con características buenas y malas. Nuestra obligación no consiste en amar la desobediencia, la rebeldía o cualquier otra creencia mortal acerca de los niños. Nuestra oportunidad es atesorar los hechos espirituales acerca de su verdadera naturaleza. El niño que ha sido criado en un hogar donde se practica la Ciencia Cristiana es muy privilegiado. Los padres que verdaderamente practican esta Ciencia están dando a sus hijos el mejor cuidado que puede dárseles. Entre las varias necesidades de los niños, el derecho a gozar de buena salud tal vez sea una de las más importantes. Los padres que cuidan de sus hijos por medios espirituales únicamente, se enfrentan ante exigencias muy definitivas. Para proporcionarles un cuidado apropiado se requiere orar diariamente. Se requiere un estudio persistente y constante y luego aplicar las ideas espirituales específicamente a las necesidades de los niños.

Si bien los padres que son Científicos Cristianos tratan de obtener la exención a los varios requisitos médicos tales como la inmunización, esos padres, en realidad, están solicitando permiso para dar a sus hijos periódica y completa protección sobre bases exclusivamente espirituales. No hay protección más firme y segura para el niño que el tratamiento en la Ciencia Cristiana. Pero los padres tienen entonces definitiva obligación de dar a sus hijos este cuidado específico mediante la oración.

El apoyo que se le da a un niño mediante la oración incluye afirmaciones reflexivas e inteligentes acerca de su verdadera identidad espiritual. Los padres deben llegar a la firme convicción de que el hijo de Dios está por siempre seguro bajo el cuidado del Amor; que el único propósito del niño es glorificar al Amor divino y que la relación del niño con Dios es inquebrantable. Los padres, además, negarán inteligentemente las creencias mortales acerca de los niños, especialmente aquellas que predominan en el pensamiento de la humanidad, tales como accidentes, contagio o falsas atracciones.

Cristo Jesús se interesaba por los niños y los sanaba de toda discordancia. Él amaba a los niños y reconocía lo que ellos prometían; dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Mateo 19:14.

Los padres que son Científicos Cristianos tienen poderosos motivos para amar a sus hijos. Están comenzando a comprender su preciada naturaleza espiritual, y por ello los ayudan fiel y regularmente mediante la oración. Es el amor que impulsa a estos padres a dar a sus hijos este cuidado que es muy superior aunque exige mucho más de parte de los padres. Tal cuidado es un ejemplo para la sociedad sobre el más alto nivel de protección para el bienestar del niño.

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