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La Vida es inagotable

Del número de mayo de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Las experiencias por las que pasa la humanidad en esta tierra es todo lo que es la vida? Muchos piensan que no, y es posible que se pregunten acerca del más allá y lo que será su estado al dejar este plano de existencia.

Dentro de este interrogante especulativo hay una insinuación de realidad — una insinuación sobre el hecho de que la Vida y el ser son inagotables.

Dios, quien es Vida divina, es autoexistente sin posibilidad de disminución o aniquilación. El hombre, entonces, quien vive en la Vida, Dios, no podría cesar de existir. La Vida es eterna, y esa Todo-Vida incluye nuestra existencia genuina e individual presente. Si nuestra identidad individual pudiera ser destruida, podríamos muy bien concluir que la vida se está disminuyendo en el universo y, por consiguiente, que algún día no habrá ninguna clase de vida. Pero ni Dios, la Vida divina, ni el hombre, la semejanza de Dios, pueden morir jamás.

Una verdad científica jamás cambia ni pasa a ser una falsedad. Siendo verdadera, no puede ser alterada por ninguna contención o teoría material. La Sra. Eddy compara la equivocada creencia teológica con la teoría de Tolomeo de que la tierra material era el centro inmóvil alrededor del cual circulaba el sol y otros cuerpos celestes. Esto jamás fue cierto, y Copérnico y Galileo teorizaron de otra manera.

Puesto que Dios es Verdad, y Dios es Vida, la Vida es tan indestructible como la Verdad. Partir desde la premisa de que la muerte es inevitable, no es científico. Es un disparate mortal de hoy en día. La Vida, como enseña la Ciencia Cristiana, es un hecho eterno e invariable.

Todos estamos conscientes de nuestra propia existencia. Pablo dijo que nuestra “vida está escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3; Puesto que es donde en verdad vivimos, es donde de hecho vivimos en este momento y eternamente.

Jesús dijo: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Juan 17:3;

A medida que despertemos espiritualmente al hecho de que la Vida, Dios, es eterna y la única fuente de nuestro ser, viviremos cada día con la convicción de que somos inmortales. A medida que aumente la seguridad de que nuestra presente identidad individual consciente jamás puede terminar, atestiguaremos la decadencia de las mortales causas profanas de lo que la gente llama muerte. La mortal expectativa de la muerte empezará a desvanecerse de la creencia humana, y la esperanza de Vida eterna regirá en nuestros pensamientos. Pensamientos enfermizos, pecaminosos y de envejecimiento tendrán que irse retirando bajo la influencia de la Verdad hasta que finalmente desaparezcan.

Es posible que algunas veces, sin siquiera darnos cuenta, nos detengamos a pensar en la espera del fin eventual de la existencia. Las creencias mundanas suponen que la edad, los accidentes o las enfermedades son la causa de que, en un momento indeterminado, dejemos este plano de existencia. Es importante aprender cada vez más claramente que el hombre, por ser la expresión de Dios, vive por siempre. No puede tener fin. A medida que comprendemos esto espiritualmente, empezamos a vivir cada uno de nuestros días más plenamente, como si fuésemos a vivir eternamente, lo cual es cierto.

Estamos atormentados con conversaciones de que la edad avanzada es causa de muerte, o de que uno muere por causas naturales. La muerte no es natural sino contranatural, y la edad no es una causa de muerte ni siquiera humanamente. Es la creencia mortal de envejecimiento — la creencia de que envejecemos — lo que nos engaña y nos hace estar a la expectativa de la muerte. El número de años que uno ha vivido nunca resultaría en muerte si no fuera por la creencia mortal. Debiéramos entonces empezar a aprender que no sólo estamos exentos de edad sino también de deterioro.

La Sra. Eddy dice: “La Vida es eterna. Debiéramos reconocer este hecho, y empezar a demostrarlo”.Ciencia y Salud, pág. 246;

¿Cuándo debiéramos empezar a demostrar que la Vida es eterna? ¿Debemos esperar hasta que dejemos este plano, hasta que tengamos más tiempo, hasta que nos sintamos mejor? El momento de empezar es ¡ahora! El estudiante de Ciencia Cristiana sabe que debe profundizar en el estado verdadero de su ser como Dios lo determina, y del cual está consciente ahora hasta cierto punto. Debe razonar espiritualmente que su verdadera naturaleza es la imagen y semejanza de Dios. Debe empezar a comprender que lo que Dios expresa en el hombre, jamás puede morir.

El hombre, la idea espiritual o expresión de Dios, no puede perder su salud, su vigor, su amor, su inteligencia, su armonía o su pureza, porque éstas, y otras cualidades espirituales semejantes, son aspectos de su vida verdadera. Todas las cualidades de Dios y todas Sus ideas y facultades, siendo espirituales, son permanentes y están incluidas en el hombre. No están relacionadas con un cuerpo material ni dependen de él.

La Sra. Eddy declara: “Aparte enteramente de la creencia y del sueño de la existencia material, es la Vida divina, revelando el entendimiento espiritual y la consciencia del dominio que el hombre tiene sobre toda la tierra”.ibid., pág. 14; Esta Vida divina es nuestra para comprenderla y demostrarla en esta época.

Hay una creencia generalmente aceptada de que el hombre y el universo son materiales y por lo tanto terminables. Se espera que aceptemos esta teoría como verdadera. Si fuésemos materiales seríamos terminables, porque la materia no es eterna. De hecho ¡la materia no tiene vida alguna!

¿Ha de encontrarse nuestra vida individual en la materialidad que llevamos de un lado para el otro? Si es así ¿qué cuerpo material podemos verdaderamente decir que somos o que fuimos? ¿Es e cuerpo que tuvimos cuando fuimos bebés? ¿El que tuvimos de jóvenes cuando íbamos creciendo? ¿El que tenemos ahora y que llevamos a nuestras ocupaciones? ¿O es e que tenemos o tendremos cuando nos jubilemos? Ninguno de ellos es nosotros, porque, a pesar de las apariencias, somos, en realidad, mentales y espirituales. Si bien el cuerpo material siempre está cambiando, nuestra verdadera identidad consciente jamás cambia. La teoría acerca de la muerte o pretensión a ella no se aplica a nuestra verdadera identidad ni la puede cambiar.

Las Escrituras nos dicen que el conocer a Dios y al Cristo, como fue ejemplificado por Cristo Jesús, es vida eterna. ¿Estamos conociendo eso ahora? ¿Estamos conscientes de nuestra eterna inseparabilidad de Dios, la Vida divina? ¿Estamos conociendo nuestra naturaleza verdadera, la cual jamás puede terminar? ¿O estamos aceptando una equivocación acerca de nuestra existencia? A medida que el verdadero estado de nuestro ser, reflejo de la Verdad, es conocido y vivido, desarraigamos los falsos conceptos acerca de la existencia. El conocimiento de la verdad acerca de la Vida, resulta en prolongación de años aquí — en aumento de vigor, mejor salud, actividad inteligente, más armonía y belleza en nuestra vida humana.

Las personas de ánimo espiritual están demostrando hoy en día, en mayor medida, lo que el hombre, como imagen de Dios, realmente es. No se puede hacer ningún progreso en esa dirección tratando de determinar lo que nuestro ambiente y apariencia físicos van a ser. Lo que hemos de ser es lo que verdaderamente somos ahora. Por tanto, debe hacerse todo esfuerzo por obtener una clara comprensión de nuestro ser como Dios mantiene por siempre.

La verdadera identidad y existencia individual de cada uno se está desarrollando por siempre en la Vida divina. Su plena naturaleza está eternamente activa en la expresión ordenada del propósito de Dios. No está relacionada ni con la materia ni con el tiempo. La Vida y la expresión espiritual de la Vida, el hombre, no están involucradas en un estado físico de preexistencia, de existencia presente o de existencia futura. El considerar que nuestra existencia no está relacionada con la materia, el tiempo o teorías mortales, sirve para despertarnos cada vez más al hecho de que nuestra vida es espiritual y, por lo tanto, inagotable. La vida del hombre existe en estado perfecto en el eterno ahora.

San Juan se refiere al estado de nuestra existencia con estas palabras: “Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. 1 Juan 3:2.

¿No quiere decir esto que nuestra existencia espiritual individual es continua eternamente? Debiera regocijarnos con la maravillosa convicción de que nuestra presente vida consciente, “escondida con Cristo en Dios”, es inagotable.

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