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Nada puede separarnos de Dios

Del número de mayo de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para ilustrar el hecho de que el hombre no puede separarse o ser separado de Dios, Cristo Jesús relató la parábola de un hijo que le pidió a su padre los bienes que le correspondían (ver Lucas 15:11–32). Entonces el hijo se fue a un país lejano, y allí despilfarró sus bienes. Finalmente se vio en la necesidad de apacentar una manada de cerdos, cuyo alimento hubiera estado muy contento de comer, pues había mucha hambre en la región. Mientras estaba en este estado deplorable, razonó que si tenía que ser sirviente de alguien, mejor sería para él serlo de su padre porque sabía que su padre trataba a sus sirvientes con más bondad. Inició su viaje de regreso a su casa en humildad y penitencia, proponiéndose pedir a su padre que lo tratara como a uno de sus sirvientes.

Cuando todavía estaba muy lejos, su padre lo vio y corrió hacia él y lo recibió con un beso. Inmediatamente dio todos los pasos necesarios para demostrar que el estado de hijo del joven no había cambiado. Ordenó que le trajeran ropa fina, zapatos y un anillo, por medio del cual todos sabrían el estado del joven; también ordenó que se prepararan alimentos dignos de celebrar la feliz ocasión del regreso de su hijo.

Esta parábola es tan aplicable a las necesidades de los enfermos como a las de los pecadores, porque su mensaje perdura a través de los tiempos como un faro para todo hombre o mujer, mostrando que por muy lejos que los mortales parezcan haberse desviado de su Padre celestial, en cualquier momento pueden dar los primeros pasos de regreso hacia Él y encontrar Su tierno y sanador amor que ya está esperándolos desde muy lejos. La ignorancia acerca de la verdadera individualidad del hombre como hijo de Dios, como una idea de la única Mente divina, siempre ha sido la fuente de todos los problemas de los mortales.

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