Para ilustrar el hecho de que el hombre no puede separarse o ser separado de Dios, Cristo Jesús relató la parábola de un hijo que le pidió a su padre los bienes que le correspondían (ver Lucas 15:11–32). Entonces el hijo se fue a un país lejano, y allí despilfarró sus bienes. Finalmente se vio en la necesidad de apacentar una manada de cerdos, cuyo alimento hubiera estado muy contento de comer, pues había mucha hambre en la región. Mientras estaba en este estado deplorable, razonó que si tenía que ser sirviente de alguien, mejor sería para él serlo de su padre porque sabía que su padre trataba a sus sirvientes con más bondad. Inició su viaje de regreso a su casa en humildad y penitencia, proponiéndose pedir a su padre que lo tratara como a uno de sus sirvientes.
Cuando todavía estaba muy lejos, su padre lo vio y corrió hacia él y lo recibió con un beso. Inmediatamente dio todos los pasos necesarios para demostrar que el estado de hijo del joven no había cambiado. Ordenó que le trajeran ropa fina, zapatos y un anillo, por medio del cual todos sabrían el estado del joven; también ordenó que se prepararan alimentos dignos de celebrar la feliz ocasión del regreso de su hijo.
Esta parábola es tan aplicable a las necesidades de los enfermos como a las de los pecadores, porque su mensaje perdura a través de los tiempos como un faro para todo hombre o mujer, mostrando que por muy lejos que los mortales parezcan haberse desviado de su Padre celestial, en cualquier momento pueden dar los primeros pasos de regreso hacia Él y encontrar Su tierno y sanador amor que ya está esperándolos desde muy lejos. La ignorancia acerca de la verdadera individualidad del hombre como hijo de Dios, como una idea de la única Mente divina, siempre ha sido la fuente de todos los problemas de los mortales.
La obstinación, la ignorancia, y un falso sentido de satisfacción, especialmente el desenfreno y la sensualidad, parecen separar a muchos seres humanos de su verdadera herencia de salud, felicidad y abundancia, como lo hicieron con el hijo pródigo. Al considerar esta parábola, es importante advertir que el hijo abandonó su concepto de separación. En humildad estaba dispuesto a ser un sirviente. Su arrepentimiento lo disponía a obedecer cada vez más las exigencias de su padre. Esto también demuestra cómo el Amor lo rehabilita a uno para que reconozca su verdadero estado de hijo de Dios cuando se renuncia a la obstinación o a cualquier otro concepto equivocado acerca del ser. Entonces este estado verdadero recibirá pleno reconocimiento en la escena humana.
Un estudio diligente de la Ciencia de la Mente, así como la obediencia a la Causa de la Verdad y ponerse al servicio de ella, invariablemente nos hace disfrutar más amplia y ricamente de nuestra verdadera herencia. El esfuerzo diario por comprender la unidad de Dios y el hombre y ponerla en práctica se vuelve un constante acto de obediencia al primer mandamiento — la exigencia de tener un solo Dios. La comprensión de nuestra verdadera entidad como idea de la Mente nos capacita también para ver la verdadera entidad de nuestro hermano y de esta manera obedecer el segundo gran mandamiento exhortado por el Maestro: amar al prójimo como a sí mismo.
Refiriéndose al mandato de Jesús de que debemos tener un solo Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, lo que resume todos los Mandamientos, la Sra. Eddy declara en Escritos Misceláneos: “Amarás al Espíritu únicamente, no a su opuesto, en toda cualidad deífica, aun en sustancia; te reconocerás a ti mismo como hijo espiritual de Dios únicamente, y al hombre y a la mujer verdaderos, el todo armonioso ‘varón y hembra’, como de origen espiritual, el reflejo de Dios — por tanto, como hijos de un mismo Padre — en lo cual y por lo cual, Padre, Madre, e hijo son el Principio divino e idea divina, sí, el divino ‘Nos’ — uno en el bien, y el bien en Uno”.Escritos Misceláneos, pág. 18;
Es por medio del arrepentimiento y la regeneración que alcanzamos nuestro ser verdadero, nos separamos de la materia y de su supuesto derecho al poder, y gozamos de la armonía y seguridad que pertenecen al hombre en razón de su obediencia eterna a Dios. Hablando del hombre espiritual, la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Su patrimonio es dominio, no servidumbre Él es dueño de la creencia de tierra y cielo, — subordinado, él mismo, sólo a su Hacedor. Esta es la Ciencia del ser”.Ciencia y Salud, pág. 518;
Jesús representó al Cristo, la idea inmortal del Amor divino. Enseñó que el hombre no está separado de Dios, sino que es Su hijo amado, la expresión del Ser divino a quien él se refirió en su oración como “Padre nuestro”. El Maestro reveló que la naturaleza de Dios es Espíritu infinito, siempre presente, que es la presencia universal, inteligente, expresada en los pensamientos, la vida y actividad del hombre. Explicando su unidad con Dios, dijo: “Yo soy en el Padre, y el Padre en mí”. Juan 14:11; Afirmemos con comprensión y frecuentemente esta verdad científica que la Ciencia Cristiana nos ayuda a demostrar — esta unidad de nuestra vida y consciencia con la única Mente, Dios. El estar separados de la Mente que todo lo sabe, que todo lo ve, es espiritualmente imposible porque la Mente, Dios, ve su propia perfección y armonía eternamente reflejadas en el hombre y en el universo espiritual.
En la Ciencia del ser, en la cual el hombre es la compuesta idea de Dios y refleja todas las cualidades divinas, la Mente divina abraza la idea dentro de su propia infinitud, y la idea es una con su origen como la expresión espontánea de la Mente. La Mente nunca está sin la idea, y la idea nunca está sin la Mente, porque la Mente y su idea es una y lo incluye todo. En la variedad y lo ilimitado de la autoexpresión de la Mente hay distinción de idea, pero no existe separación. Una idea no depende de otra, porque el solo y único Ego es la Mente misma, que se refleja eternamente dentro de su propia singularidad.
Esta revelación de unidad acalla el sentido humano de dualismo. En el reino incontaminado del Espíritu, y desde el punto de vista del Todo que es Dios, la vida del hombre y su ser se desenvuelven como la experiencia subjetiva de la Mente. El Alma revela su grandeza y gloria; el Amor, su paz y armonía. En la Ciencia el hombre es el reflejo puro de Dios y no está constreñido, obstaculizado, ni imitado. No está subordinado a un punto determinado. No tiene consciencia o mente separada de Dios; por lo tanto, no puede influir ni ser influido erróneamente. La Vida eternamente expresa su fortaleza, vitalidad y vigor infinitos, y el hombre es la expresión de la Vida. Por lo tanto el hombre se regocija en la capacidad ilimitada de su ser derivado de Dios y exento de accidente, discordia, edad y decadencia.
El hombre espiritual, ilimitado, animado por el Principio divino, el Amor, el origen de su ser, es nuestro ideal. Existiendo ahora y eternamente como nuestro único y verdadero ser, la idea inmortal y espiritual de la Mente espera nuestro reconocimiento y nuestra prueba de que Dios es el origen de nuestro ser y que no existe separación entre este origen y su idea viviente. El Apóstol Pablo escribió: “Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Rom. 8:38, 39.
