La autoridad y la responsabilidad son parte integral de la sociedad humana organizada. Pero es posible que sean, a veces, el blanco de grandes y opositoras presiones, terreno de desacuerdo y rivalidad. ¿Qué realidades espirituales puede considerar el cristiano científico si él mismo estuviere ocupando un cargo de autoridad — como resultado de procesos justos o democráticos — o si está procurando cumplir su obligación para apoyar correctamente tales cargos?
Nada presta mayor apoyo a los que ocupan cargos de confianza — desde presidentes de una nación o primeros ministros, cancilleres o presidentes de universidades, hasta miembros del directorio de una iglesia, dirigentes de sindicatos, etc.— que nuestro reconocimiento de que la Mente divina es el poder que gobierna todas sus ideas, la que tiene bajo su dominio todo lo que realmente existe. Tal comprensión penetra a través de la evidencia materia de que cada uno de nosotros es uno entre millones de mortales, que tiene que enfrentar una existencia a merced de la casualidad y bajo el gobierno y la dirección de otros mortales. Esta comprensión evidencia la necesidad de identificarnos a nosotros mismos y a los demás como ideas de la Mente. Las percepciones espiritualmente científicas ayudan a aligerar el peso que recae sobre los que tienen que llevar a cabo funciones gubernativas y administrativas. Y si nosotros estuviésemos en el poder, podemos encontrar, por medio de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), la manera de aliviar las pesadas de la responsabilidad personal.
Vivimos en una época en la que a veces cambios sociales, políticos y económicos sacuden los gobiernos y las instituciones. La Ciencia Cristiana puede adelantar el día en que los hombres lleguen a comprender que no son mortales gobernados caprichosamente, sino que, en realidad, poseen una identidad espiritual que está siempre bajo el cuidado del Principio infalible. Podemos contribuir a que se acerque ese día manteniendo una actitud espiritual de apoyo que trascienda los puntos de vista políticos y las opiniones personales — independientemente de cuán humanamente válidos puedan ser o qué tan deseable pueda parecer que se los exprese y se actúe de acuerdo con ellos.
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