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[Original en español]

Siendo muy joven y en momentos en que cursaba estudios universitarios...

Del número de mayo de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Siendo muy joven y en momentos en que cursaba estudios universitarios, tuve que enfrentar súbitamente muchas nuevas exigencias de la vida, sin hallarme preparado espiritualmente para solucionarlas. Hasta entonces no sabía lo que es Dios y la relación que existe entre Dios y el hombre. Me sentía como una hoja desprendida del árbol, sacudida por los vientos de un mundo material y mortal.

En momentos de grave crisis económica que afectó agudamente a mi familia, perdimos a nuestro padre. Éramos ocho hijos, todos estábamos siguiendo estudios en distintas disciplinas y ninguno trabajaba. Se nos sostenía y no aportábamos ningún ingreso. Me tocó hacerme cargo de la administración de los bienes de la familia, entre los cuales se contaba un establecimiento ganadero en el campo, con colonos y peones. Las utilidades de este establecimiento durante la crisis económica de los años 1930 a 1933 eran muy magras. La salud de nuestra madre era muy precaria, y los médicos no le daban mayores esperanzas de recuperación.

Personalmente me sentía responsable de todo lo concerniente a la familia, y, no contando con apoyo espiritual en el cual apoyarme, me vi enfrentado al desastre. Esto afectó mi salud. Parecía estar al borde de una crisis nerviosa. Sufría de insomnio, extrema nerviosidad, angustia, pesimismo y temor. No sólo estaba mi salud trastornada sino, peor aún, lo que había sido el sueño de mi padre — mi carrera universitaria — también estaba perturbada. Sentí que no podría hacer frente a las exigencias académicas y mi temor crecía. De nada valieron el descanso y el haber impuesto a mis tareas un ritmo pausado. Todo me molestaba. A ese punto había llegado. Leemos en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy que “ ‘la necesidad del hombre es la oportunidad de Dios’ ” (pág. 266). Desperté a una nueva realidad que me sacaría del abismo al cual me precipitaba, permitiéndome no sólo terminar mi carrera universitaria sino también llevar una vida normal y ser útil a mi familia y a la comunidad.

Mi madre se había recuperado completamente leyendo Ciencia y Salud (había dejado la medicina por completo apoyándose totalmente en el Principio divino). Siguiendo su ejemplo, comencé a leer el libro. También tuve tratamiento de una practicista de la Ciencia Cristiana, a quien le debo enorme gratitud. Ella me ayudó a comprender lo que es el Amor divino. Este conocimiento iluminó mi vida y alejó totalmente la oscuridad que me había rodeado hasta entonces. La curación se produjo gradualmente, de manera natural; y el temor dio paso a la fe, la confianza, la seguridad y a la fuerza espiritual.

Trabajé mucho con la declaración (Ciencia y Salud, pág. 494): “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”, y (ibid., págs. 476–477): “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que se le aparecía allí mismo donde los mortales ven al hombre mortal y pecador. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo”.

Estoy muy agradecido por haber pasado instrucción en clase y por ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial. Ciencia Cristiana me ha hecho comprender que el trabajar en y para la iglesia contribuye a nuestro progreso espiritual y es la prueba más elocuente de nuestra gratitud. “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18).

Estoy muy agradecido por las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, que aumentan nuestra comprensión espiritual. No tengo palabras para expresar mi gratitud a Dios por la obra de la Sra. Eddy, la autora de Ciencia y Salud, el libro que ha hecho posible que podamos entender a Cristo Jesús y seguir el camino que nos mostró. Estoy agradecido por La Iglesia Madre y por todo el trabajo que hace por la humanidad.


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