Un joven llamó por teléfono a un practicista de la Ciencia Cristiana y abruptamente le dijo: “¡Es una emergencia! Me corté la muñeca de la mano y me está sangrando muchísimo. No tenía la llave de mi casa y como todas las ventanas estaban cerradas, traté de forzar una para abrirla. La ventana se hizo pedazos y me corté la mano con el vidrio astillado. Necesito su ayuda”.
El practicista contestó al pedido del joven con penetrante autoridad. Le dijo que Dios es el Principio eterno que gobierna y mantiene el universo. Le aseguró que él reflejaba el poder y la armonía del Principio, el cual gobernaba toda función de su ser, en ese momento y allí mismo. Que su funcionamiento era, en realidad, completamente espiritual y que Dios era la vitalidad de su existencia. Que Dios era su Vida misma y que esta Vida jamás dependía de una sustancia material llamada sangre.
Al declarar estas verdades espirituales y fundamentales, el practicista sintió surgir una confianza basada absolutamente en Dios. Antes de que terminara la conversación telefónica, el paciente le dijo que se había detenido la hemorragia. Muy pronto se cerró la profunda herida y una semana más tarde casi no había señal de lo ocurrido.
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