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¡Emergencia!

Del número de octubre de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un joven llamó por teléfono a un practicista de la Ciencia Cristiana y abruptamente le dijo: “¡Es una emergencia! Me corté la muñeca de la mano y me está sangrando muchísimo. No tenía la llave de mi casa y como todas las ventanas estaban cerradas, traté de forzar una para abrirla. La ventana se hizo pedazos y me corté la mano con el vidrio astillado. Necesito su ayuda”.

El practicista contestó al pedido del joven con penetrante autoridad. Le dijo que Dios es el Principio eterno que gobierna y mantiene el universo. Le aseguró que él reflejaba el poder y la armonía del Principio, el cual gobernaba toda función de su ser, en ese momento y allí mismo. Que su funcionamiento era, en realidad, completamente espiritual y que Dios era la vitalidad de su existencia. Que Dios era su Vida misma y que esta Vida jamás dependía de una sustancia material llamada sangre.

Al declarar estas verdades espirituales y fundamentales, el practicista sintió surgir una confianza basada absolutamente en Dios. Antes de que terminara la conversación telefónica, el paciente le dijo que se había detenido la hemorragia. Muy pronto se cerró la profunda herida y una semana más tarde casi no había señal de lo ocurrido.

Esta curación y muchas otras semejantes, nos llevan a reflexionar y a preguntarnos: ¿Por qué será que las personas que confían en la Ciencia Cristiana tienen, a menudo, rápidas o instantáneas curaciones en casos de emergencia, mientras que en otras ocasiones la curación parece demorarse?

Una parte esencial de la respuesta es que en momentos de extrema necesidad, tanto el practicista como el paciente expresen un grado especialmente elevado de fervor espiritual, o sea un celo centrado en Dios. En una emergencia donde no hay ninguna ayuda material disponible, el paciente, por lo general, es más firme y sincero en su confianza total en Dios y en su esperanza de recibir una ayuda positiva. No hay excusa de enfermedad, no hay transigencia ni postergación de curación. La necesidad del momento es muy grande.

El practicista se ve forzado a recurrir fervorosa y totalmente a Dios y a apartarse de todo testimonio de los sentidos materiales. No se permite ni la más mínima preocupación por los meros síntomas físicos del caso. Él reconoce que su misión es atender a las necesidades espirituales de quien le ha pedido ayuda. Rápidamente reconoce que la condición es un falso estado mental objetivado — la manifestación de la creencia de que el hombre está gobernado por elementos externos como el destino, la suerte o las circunstancias, más bien que por Dios todopoderoso.

Entonces revoca y niega radicalmente las sugestiones agresivas de accidente, lesiones y sufrimiento. Comprende con inspiración que en lugar de éstas, está el amor de Dios siempre presente y Su gobierno perfecto. El celo espiritual es muy eficaz, especialmente cuando lo expresan tanto el practicista como el paciente. La Sra. Eddy nos da la definición de este elemento esencial, “celo”, que en parte dice: “La animación reflejada de la Vida, la Verdad y el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 599; Esta “animación reflejada” nos hace pensar directamente en la verdad que sana.

La palabra “emergencia” tiene la misma raíz que la palabra “emerger”. Cuando nos enfrentan las pretensiones del mal, en vez de escuchar esas sugestiones y entregarse a conceptos enfermizos de temor, justificación propia, autocompasión o autocondenación, es necesario poner en práctica nuestro derecho de esas creencias de desastre.

En nuestra verdadera identidad como imagen divinamente mental de la Mente, estamos inmunes a la discordancia. La idea de Dios no puede estar separada de la inteligencia perfecta, del funcionamiento perfecto ni de la buena salud. Cualquier creencia que quisiera expresar imperfección, escasez, enfermedad, pecado o muerte — cualquiera que sea su nombre o especie, o por mucho tiempo que haya pretendido existir — puede tratarse convenientemente como emergencia. Es una oportunidad irresistible para expresar nuestro celo centrado en Dios.

La demora en la curación es sencillamente el resultado de aceptar las insistentes afirmaciones de que la enfermedad es parte de nuestra identidad, que tiene su historia y que una curación permanente es siempre remota o sin esperanza. Las manifestaciones de una enfermedad arraigada, salud decayente y persistentes defectos de carácter, muy a menudo pueden parecer el resultado de la obstinación o de un fervor mal dirigido. La Sra. Eddy concluye de manera reveladora su definición de “celo” al exponer sus aspectos negativos: “Entusiasmo ciego; voluntad mortal”.

La creencia de que pueda invertirse o pervertirse el fervor espiritual que deriva de Dios, debe desenmascararse y negarse. Visto científicamente, el celo jamás puede degenerar en una inflexible resistencia a la Verdad, en un proyectar obstinado, adoración personal, miedo persistente o una manera de pensar superficial, confusa y ansiosa. La Vida divina es la vitalidad del celo; la Verdad es su integridad; el Amor es su fuerza. El celo centrado en Dios es el reflejo en la consciencia humana de la actividad del Principio que se perpetúa a sí misma. Es lo que le da fervor a la oración; es el elemento espiritual indispensable que hace que el tratamiento de la Ciencia Cristiana sea eficaz.

Cuando cuidamos de negar las sugestiones de estancamiento mental, desaliento e inutilidad, nuestro tratamiento es siempre enérgico, jamás apático; gozoso, jamás deprimente; animado, jamás frustrado. Por mucho tiempo que haya pretendido tener realidad un problema físico o por muy difícil que parezca un problema de relaciones humanas, a menudo, ayuda mucho encarar la solución como si se tratara de una emergencia. Mediante nuestra sincera confianza en el bien, “la animación reflejada de la Vida, la Verdad y el Amor” puede ayudar a que las declaraciones que hagamos de la verdad sean eficaces.

Este celo caracteriza al Cristo, el espíritu de Verdad y Amor, tan perfectamente ilustrado en la carrera de Jesús. Jesús sanó toda clase de discordia. Enfrentado por los que lamentaban la muerte de la hija de un prominente funcionario religioso, respondió con la enérgica protesta: “Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme”. Mateo 9:24; La niña sanó. El criado de un centurión romano estaba gravemente enfermo, Ver 8:5–13; pero este desafío también fue vencido por Jesús, cuya insistencia en la presencia del bien fue siempre rápida y hecha con autoridad.

Este mismo método ha sanado sufrimientos de larga duración. En el caso del hombre al lado del estanque de Betesda, que hacía treinta y ocho años que estaba paralítico, nuestro Mostrador del camino de ninguna manera se dejó impresionar por el carácter crónico de la dificultad o por la excusa que daba el paciente. Con penetración divina ordenó: “Levántate, toma tu lecho, y anda”. La reacción fue inmediata: “Al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”. Juan 5:8, 9;

Los seguidores de Cristo Jesús continuaron expresando el celo centrado en Dios al efectuar curaciones. Por ejemplo, cuando Pablo se enfrentó con el caso de la muerte de un joven que cayó del tercer piso mientras escuchaba el sermón del apóstol, “descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándole, dijo: No os alarméis, pues está vivo”. Como para subrayar su convicción de la verdad y el poder de su tratamiento, este gran cristiano continuó con su sermón. Cuando hubo terminado, “llevaron al joven vivo, y fueron grandemente consolados”. Hechos 20:10, 12;

El celo espiritual es eterno. Es tan vital ahora como lo fue hace siglos, y su efecto sanador puede experimentarse individual y colectivamente, en casos crónicos y agudos. La escasez de energía, la contaminación, la actividad criminal y la pobreza, así como la vejez, vista y oído deficientes, problemas de circulación sanguínea y las llamadas enfermedades incurables, no son condiciones a las que tengamos que ajustarnos y soportar. El Cristo, el poder divino manifestado y siempre vivificador, puede aliviar o sanar tales condiciones si inflexible y perseverantemente ponemos en práctica las verdades de la Ciencia Cristiana.

Refiriéndose al Mesías, quien había de representar a este Cristo, Isaías dijo: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto”. Isa. 9:7. Ahora es el momento de afirmar y demostrar progresivamente el cumplimiento de esa profunda promesa de la Biblia en todo aspecto de la vida contemporánea.

¡Es una emergencia!

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